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Después de la aprobación de la comunidad a la iniciativa de que hablemos de salud mental y suicidio para reconocer los estigmas sociales que obstaculizan la ayuda que necesitamos todos -en algún u otro momento de nuestras vidas- con respecto a la sobrecarga emocional del cada día, quiero puntualizar en dos aspectos:  la responsabilidad de no solo hablar sino de hacer, y, la responsabilidad de no hablar tanto ni de forma irresponsable.

 

Una y otra vez hay que enfatizar que el suicidio es complejo en su origen o etiología como compleja es la personalidad y la salud mental de quien se quita la vida.

 

Hoy más que nunca entendamos que no cabe juzgar a quien se quita la vida, a su familia, a sus amigos, a su ambiente.  Lo que tenemos que hacer es conocer los elementos que podemos modificar para facilitar el acceso al manejo profesional y a las instituciones apropiadas de quien necesita ayuda para resolver su desesperanza. Como lo he señalado antes, no se trata solamente de romper el silencio y hablar de salud y enfermedad mental, de depresión y de suicidio sino de extender la mano para que la encuentre quien la busca.

 

Las instituciones públicas de salud –y este adjetivo incluye a las de la seguridad social- deben (1) darle la prioridad a la concientización de la salud y de la enfermedad mental; (2) mejorar las estructuras donde se dará el cuidado necesario a los pacientes; (3) ampliar el número de profesionales expertos en estas disciplinas; y, (4) aumentar la cobertura de atención de pacientes en los extremos de la edad.

 

Las instituciones privadas de salud tienen también una obligación con la sociedad y la riquísima industria de los seguros de salud y de vida no pueden soslayar la cobertura para la enfermedad mental y el suicidio, un derecho que no puede abortar la economía o el privilegio. Las religiones se equivocaron cuando no quisieron dar sepultura a un suicida en el mismo lugar donde se le daba a otros que morían por diversas causas, cuando excomulgaron de su fé a quienes se quitaron la vida, cuando abandonaron a las familias de estas personas.  Hoy, lo hacen las instituciones de salud al negarle la hospitalización a un ser humano deprimido o esclavo de adicciones, que contribuyen significativamente a las cifras del suicidio; y también lo hacen las compañías aseguradoras, al negar cobertura de atención y gastos, por ingentes que sean.  La vida humana, como la salud, son costosas porque son valiosas.

 

La publicidad del suicidio es deletérea, es nociva.  Ella suele no estar acompañada de amabilidad y comprensión, de respeto y de prudencia, sino de morbosidad.  Hacer noticia en primera plana, detallar con dramatismo y optar por ser extensamente gráficos, publicar fotos donde la dignidad humana es ignorada y vulnerada, solo aumenta los riesgos en otros para quitarse la vida.  Esto debe prohibirse y aún vivamos en una sociedad liberal, la libertad de expresión no es un alarde de ella mientras sea un alarde de insensibilidad y de irrespeto.  Los dueños de medios de comunicación deben tomar una posición cónsona con el decoro.  2/8/2018

 

 

 

 

 

1 Comment

    • Jaime Chérigo Reply

      15 agosto, 2018 at 6:49 pm

      ¡Brillante, lo compartiré!

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