El sexo como exclusivo instrumento de reproducción es obsoleto. Eso no quiere decir que no tenga huestes que lo erigen como tal, en orgiásticas manifestaciones de fe.
En próximos años, prácticamente los hijos se construirán en laboratorios y no en la cama desarreglada, la hamaca tendida al viento, ni en el incómodo asiento trasero de un auto, o encima del sobre que huele a cebolla de la mesa de cortarlas en la cocina o, la fría cerámica de un lavabo. Se secuenciará el DNA de los cromosomas resultantes del encuentro con aguja hipodérmica entre espermatozoide y óvulo, o gracias a células madre pluripotenciales inducidas que producirían los gametos donantes de cromosomas a partir de células epidérmicas de adulto sin estimular los ovarios peligrosamente para liberar decenas de óvulos candidatos a bebés. Todo bajo la mirada acuiciosa de un microscopio y, escogido el lugar y la hora de la implantación endometrial –endometrio propio, ajeno o artificial- la pareja solo se necesitará para pagar la cuenta. Dos cosas ocurrirían: el sexo se instrumentaría para un coito enteramente epicúreo, o, se le borraría del mapa de las relaciones humanas, pretensión que no es nueva, entre algunos que ya no son pocos.
Pero no solo esto será mejor entendido y aceptado por quienes accedan al conocimiento científico sin prejuicios, sino que el concepto tradicional de familia tendrá que dar paso a las diferentes relaciones que se producen en el contexto de una familia concebida mediante manipulación obstétrica e ingeniería genética y de células madre, y no solamente por la orientación sexual de sus padres, que quizás ni sean sus progenitores, ni los intereses no amorosos de una o dos de quienes hacen bendecida o vituperada pareja.
Y, todavía los hijos nacerán con atributos masculinos y con atributos femeninos, para que alguien con entusiasmo y descubrimiento diga con acierto o prematuramente, “es una niña”, “es un niño”. No temamos a esta identificación inicial, que es lo que nos revela –con equívocos o sin él- la morfología externa del sexo genital pero tampoco condenemos al ostracismo social y moral a quienes no les coincide el sexo anatómico con su orientación sexual o con la identidad que le ha construido la sociedad.