- Nov 17, 2021
- Pedro Vargas
- MAESTROS DE MEDICINA, Medicina
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En una carta al editor de Academic Medicine[1], Imogen Thompson, estudiante de Medicina de tercer año, de la Universidad de Sidney, en Sidney, Australia, primero define al estudiante “nerd” –que bien lo describe- como aquel “cuya dedicación bordea la obsesión”, con calificaciones excelentes que siempre está en la boca de sus mentores para elogios, y para quien, no dormir es su deporte preferido y competitivo, con pocas actividades extracurriculares que lo distraigan, para luego cuestionarse se ese estudiante modelo será un buen doctor.
Lo que el estudiante de medicina no debe dejar de aprovechar durante esos años cruentos y deliciosos de perspicacia académica –para enfrentarse a un mundo que requiere cambios continuamente- es el tiempo que ofrecen para aprender, para constituir las bases de su formación continua en la ciencia, la medicina y las humanidades, al mismo tiempo que entender el comportamiento humano.
Para ser un buen médico hay que ser un humanista: respetar al Otro en su dignidad y, antes en sus falencias que en sus propiedades. Hay que ser servicial. Entender el servicio como una actitud natural para ayudar, no para obtener bienes. Hay que ser toda la vida un estudiante. Ser humilde, prudente y aprender a escuchar antes que hablar; un hombre o una mujer que cuestiona para buscar y para encontrar; y, en esta actividad, hay que tener amor por la ciencia, conocer el método científico, tener conversaciones con la magia, hacer las diferencias, permitirse raciocinio, discreción y discernimiento.
El paciente es un ser humano vulnerable, como lo es el médico. Esa vulnerabilidad está siempre presente, aún en aquel que la disfraza de poder, de decisión, de conocimiento, de superioridad. En el enfermo, no hay disfraces, se hicieron harapos. En esa desnudez del Otro, se reconoce al “buen” médico.
[1] Thompson I: Do “Good” Medical Students Really Make Good Doctors? Academic Medicine, June 2017, Volume 92, Issue 6, p735