- Nov 26, 2022
- Pedro Vargas
- Ciudadanía, Cultura Democrática, Cultura Humanista, Humanismo, Jóvenes, La Prensa, LGBT, MAESTROS DE MEDICINA, Sociedad
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Cuando se le disparan al cuerpo inerme y tirado 7 balazos, hay rencor y cobardía; cuando se le entierran 15 puñaladas a la mujer ya violada, hay sadismo y felonía; cuando se descuartiza el cuerpo sin cicatrices de un joven de colegio, hay muchas otras bolsas plásticas con partes de cuerpos destrozados y detrás, otros criminales siempre actuando en nombre de una sociedad violenta pero además ciega y sorda frente a la discriminación. Estos crímenes ocurren todos contra miembros valiosos y apenas empezando a vivir, de la comunidad LGBTQ.
Aparte del asco que me provocan, mayor es la rabia contra gente que a mi lado, en las calles y en los clubes o trabajos, despliegan cada día el odio más acérrimo hacia la diversidad sexual, como si entre ellos no hay un hijo, un padre, una madre, un amigo, un esposo o una esposa, o un compañero. Como si no se tratara de seres humanos, sino solo de animales.
Kelly Loving, Daniel Aston, Derrick Rump, Ashley Paugh y Raymond Green Vance son los últimos seres humanos muertos de estas formas en un club nocturno de Colorado Spring, en Estados Unidos, de personas de la comunidad LGBTQ. Para lograr algo como esto, hay que ir a buscarlos donde departen sin hacerle daño a otros, donde quieren pasar un buen rato de camaradería entre ellos. Nada diferente como cuando nosotros buscamos una fiesta en el club, una reunión en el bar, una comida en un restaurante. ¿Qué tal si cada vez que planeamos divertirnos o pasar un rato en las compañías que apreciamos, tenemos que estar pendientes de quién irrumpe en la puerta del lugar y dispara a quemarropa con metrallas que no callan hasta el último grito de horror y dolor? ¿Lo hemos pensado? ¿Hemos pensado como sociedad qué duro es vivir con la constante posibilidad de morir asesinados por ser atraídos por personas de nuestro mismo género?
¿Qué tal si es tu madre, tu hermana o tu novia quien muere de puñaladas que ni se pueden contar, destrozados sus orificios por la masculinidad animal de un asesino sin madre, ni hermana, ni novia, ni hija o con ellas? Hemos llegado a ese punto por los odios enseñados y ensañados, por los descalificativos utilizados, por los sermones oídos en las catedrales de nuestras escuelas e iglesias, en nombre personal sí, pero en silencio general. Cuando no hay una sola palabra que se levante en contra de la discriminación por la diversidad sexual, se es cómplice de cada asesinato, de cada crimen agazapado o público, de cada escarnio al que sometemos cada día a los homosexuales, a las lesbianas, a los bisexuales, a los transgéneros, de cada violación carnal e íntima como trofeo heterosexual. Y, sin embargo, tu lenguaje vociferante y horrible contra las personas de diferente orientación sexual, como sueles diferenciarte de ellas y te sientes superior, sí tiene una elocuencia desafortunada que favorece el crimen.
Si tú, heterosexual, das por garantizado que te respeten cuando en plena calle le das un beso a tu pareja, o le tomas de la mano o le abrazas, ¿de dónde tu sacrosanto argumento que aquella persona homosexual o transexual no puede hacerlo? ¿Es acaso tu amor más genuino y más sincero que el de aquella otra pareja? ¿Son tus derechos más prístinos y tus deberes más transparentes? ¿Por qué tú sí puedes ser más vocal que los grupos LGBTQ? ¿Acaso porque tú haces las leyes o porque las pisoteas? Pero bien sabemos que hay jurisdicciones en el mundo que deshonran las libertades y, en ellas, el crimen es ley. Antes de esta publicación, otros ya habrán muerto aplastados por las políticas contra los derechos humanos donde se criminalizan a las personas LGBTQ.
Existen 70 jurisdicciones donde se criminaliza el sexo consensual entre personas del mismo sexo; 42 países criminalizan la actividad sexual consensual solo entre mujeres, acusándolas de lesbianismo, indecencia y sexo con el mismo sexo; 13 países tienen jurisdicciones con pena de muerte o su posibilidad por actividades sexuales consensuadas con el mismo sexo; 6 de estos países son miembros de Naciones Unidas; 14 países criminalizan la identidad de género y/o la expresión de transgénero, ya sea usando lo que llaman “ropas cruzadas” o impersonificación. El listado, en todos los continentes, no enaltece. Solo el 28 de septiembre de este año, el grupo de expertos de derechos humanos de Naciones Unidas condenó y exigió se suspendiera la pena de muerte impuesta en Irán a dos mujeres activistas por los derechos de los grupos LGBTQ.
Solo en algunas comunidades de Inglaterra estos crímenes de odio han aumentado más del 50% en los 2 últimos años de la pandemia; en algunos distritos entre 38% y 149%. Estos números subrepresentan la realidad porque, como en el abuso emocional, físico y sexual de la mujer, el estigma no permite que se denuncien cada vez. Encontrarse en el estrado de una corregiduría con un representante de la ley, masculino o femenino, que no ha superado siquiera la intolerancia, no es nada difícil ni infrecuente. Hace seis años, en Argentina, una jugadora de fútbol lesbiana fue condenada por asesinato al apuñalar a un “varón” que le pegó, de un grupo que la acosaba para violarla. Hace dos años, en Brasil, una estudiante lesbiana fue golpeada por siete “hombres”, por su sexualidad y dejada inconsciente. Nada se hizo contra sus atacantes, a pesar de los múltiples crímenes registrados en Brasil, donde las golpizas hasta morir y la exposición pública de ahorcados y linchamientos, como forma de matar, se registran con frecuencia. El listado es interminable; los crímenes, abominables. Otra vez, en Panamá no conocemos las listas, que no quiere decir que no existan los muertos.
Ahora quizá comiences a entender por qué hay que visibilizar a los grupos LGBTQ y por qué tu discriminación provoca lo que consideras un favoritismo en la educación de la comunidad. Ellos, cuando no mueren por suicidio, mueren por asesinato. Descansen en paz.
Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el 25 de noviembre de 2022