- Feb 11, 2018
- Pedro Vargas
- Bioética, Derechos Humanos, Identidad de Género, Lecturas Bioetica, LGBT, Otras Lecturas, Religión y Evangelios, Sexualidad
- 0 Comments
En los tiempos de Jesús, en Israel el leproso era impuro y quien lo tocara, también era impuro. Estaba prohibido tocarlo y su aislamiento era la ley. Las úlceras abiertas y putrefactas, la piel carcomida y los rostros destrozados por su ausencia, frente a la ignorancia sobre la enfermedad llevaba a calificar a este y otros hombres con lepra, como impuros. Había que alejarlos, el murmullo en su presencia era ruido ensordecedor de maldiciones, matoneo y maledicencia; había que excluirlos de toda actividad y expulsarlos de todo sitio. Igual suerte a quien los tocara. Jesús toca al leproso –a pesar de la prohibición- y le devuelve su dignidad como ser humano, lo incluye, lo acepta. ¿Cuántas veces no tratamos a nuestro prójimo como si fuera un leproso y olvidamos el acto de amor y de respeto por la dignidad del ser humano que se merece todo hombre y toda mujer?
Cuando oía esta mañana en la Homilía al sacerdote de mi parroquia contarnos esta historia de Jesús frente al leproso, me pregunté, ¿acaso no es exactamente hoy como nos comportamos algunos cristianos –que decimos conocer e imitar la vida de Cristo- contra aquellos que son diferentes a nosotros en su orientación sexual, en el desarrollo de su identidad de género, contra el homosexual o la lesbiana? ¿Acaso no hemos descubierto algunos de nosotros que estas personas diferentes a nosotros se les debe respeto, derechos y dignidad en una sociedad que debemos compartir y construir todos? ¿Acaso no hay más leprosos entre los que vociferan ser más machos entre más mujeres tienen, entre más hijos abandonan, entre más violencia demuestran contra sus esposas y sus hijos?
De repente se les prende el bombillo de que los asuntos de derechos y de dignidad también estuvieron siempre presentes en los actos de justicia y de amor de Jesús. O, que quizás fue sacrificado por estas y otras razones y que ese sacrificio fue uno de amor por todos nosotros. Entonces, no nos llenemos la boca para afuera y decir “sí los queremos y los respetamos” para luego añadir, “pero no tienen estos derechos ni son dignos de ser llamados seres humanos”. Y, si persisten en su rígido criterio de exclusión, excluyan no por preferencia sexual sino por irresponsabilidad filial, que es la tónica de una sociedad machista donde la luz verde la da otra preferencias, la heterosexual. Hay cosas más importantes en las relaciones sociales y son los derechos que concede la dignidad humana, no los gustos. 11/2/2018