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El recién nacido prematuro apenas tenía 24 semanas de gestación cuando dejó el útero materno por un desprendimiento de placenta agudo. En estas condiciones, sus posibilidades para sobrevivir eran muy remotas. Era el año 1976, para cuando no era aún aceptado en todas las unidades de cuidados intensivos de neonatología el uso de corticoides antenatales por 48 horas en la embarazada y, en estas circunstancias de un sangrado agudo por desprendimiento de la placenta, no había ninguna posibilidad de usarlo, so pena de retrasar la evacuación del feto en riesgo de muerte intrauterina inminente.

Tampoco contábamos con surfactante pulmonar artificial, la lipoproteína espumosa que evita el colapso de los alveolos pulmonares, las unidades esenciales para el intercambio gaseoso de los humanos y que, en los bebés inmaduros, la forma natural aún no es suficiente o inexistente. Esta deficiencia es la principal causa de muerte por insuficiencia ventilatoria después del nacimiento de prematuros extremos. Si 20 años más tarde, la sobrevida de estos productos de 24 semanas era de alrededor del 43%, en 1976, rescatar a estos bebés de la muerte era la excepción. Para entonces, se consideraba fútil cualquier medida de soporte hemodinámico y ventilatorio posterior a la resucitación al momento del nacimiento, porque se estaba en los límites de la no viabilidad fetal.

Los padres de este bebé se me acercaron para preguntarme si yo era católico. Ante mi respuesta positiva, me pidieron que contactara a un sacerdote para bautizar al bebé que agonizaba. Igualmente, durante mi práctica hospitalaria en Panamá, años más tarde, se me presentaron estas situaciones. En no pocas de ellas, me tocó bautizar a estos niños moribundos ante la ausencia de un sacerdote católico para hacerlo. Una forma de alivio y agradecimiento se revelaba siempre en los rostros de sus padres, humedecidos por las lágrimas.

Los médicos debemos reconocer el rol sensiblemente importante en los beneficios sobre el ánimo, las emociones y las esperanzas de los pacientes en razón de su espiritualidad, religiosidad y varios otros aspectos culturales, particularmente cuando están cerca de la muerte. Soslayar la posibilidad de conflictos entre estas características de la persona y el juicio clínico como las prácticas médicas probadas, es un reto para afrontar diferencias con respeto y prudencia. Toda diferencia debe ser tratada con particular cuidado y respeto, precisamente por lo delicado que es proteger la relación médico paciente, la colaboración del paciente en su cuidado, y los resultados del tratamiento médico. En el caso de los niños, como de los recién nacidos, la comunicación con los padres ha de fortalecerse o perjudicarse en la medida que se conserve o se pierda la confianza y el respeto, por desconocimiento o desprecio de estos aspectos de la espiritualidad, la religiosidad y la cultura de los pacientes.

Prácticas religiosas como la oración en salas de cuidados intensivos neonatales, presididas por el rabino, el sacerdote o el imam, por ejemplo, deben permitirse y los médicos y las enfermeras al cuidado de estos niños, de estar presentes en las unidades, deben acercarse y participar de ellas, aunque no pertenezcan a esas religiones o no crean en la ceremonia en particular o no recen. Es una actitud de respeto y de acompañamiento de significativa importancia para la concepción moral y fortaleza de las familias. La oración es una práctica común entre los creyentes para dar gracias por favores recibidos, para pedir milagros, para sanaciones. En muchas culturas ancestrales es también una forma de ritual para sanar.

Es probable, como lo han sugerido otros, que con la oración se produzcan en el enfermo efectos biológicos a nivel hormonal. Sabemos, por ejemplo, que estados de ansiedad o de depresión producen cambios importantes fisiológicos en la persona ansiosa o deprimida, que se traducen en alteraciones somáticas. Para otros, cuando la oración logra una actitud y una motivación más positiva hacia su curación, ya se ha logrado un beneficio espiritual. Pero la controversia sobre su efecto en la enfermedad continúa. Una revisión sistemática de Cochrane encontró resultados variados de beneficios y no beneficios y sus autores, como otros, consideran que la dirección de las investigaciones sobre este asunto debe ser hacia otros interrogantes.

Por otro lado, la religión o su ausencia, la cultura y la espiritualidad del médico no debe afectar el cuidado y atención que se le da al paciente. Coincidir o no con el paciente o sus padres en estos aspectos no tiene que verbalizarse, sino que se observa en la actitud y proceder del médico.

La diversidad de religiones en las poblaciones actuales dificulta el manejo de situaciones puntuales y delicadas. Hoy, el médico debe ser competente en cultura religiosa para su práctica médica, que no es otra cosa que “desarrollar la habilidad de dar atención y cuidadoa médicos que satisfagan las necesidades culturales, sociales y religiosas de los pacientes y sus familias”. Ser sensibles cultural y espiritualmente garantiza que se respeten los derechos de los pacientes, que se les trate como personas con un cuerpo, una mente y un espíritu. Trabajar con la familia para la familia es la autopista para promover la satisfacción del paciente.

No solo los médicos agnósticos y los no creyentes suelen descuidar este aspecto de la religiosidad y la espiritualidad de los pacientes, sino también los médicos creyentes. Solemos olvidar que, en un principio, el médico era el sacerdote y el sacerdote era el médico. Está intrínseco en la persona humana su espiritualidad, y su religiosidad es un factor importante en su vida. De allí que no pocos pacientes miran a sus creencias religiosas o espirituales para tomar decisiones médicas, tan particulares como su dieta o sus comodidades, el género de sus médicos y la fuente animal o vegetal de sus medicinas.

Al final de la vida, el cuidado médico del paciente debe integrar sus creencias religiosas, sus rituales, sus costumbres, su familia. El médico debe respeto a estos aspectos tan personales y tan valiosos para el paciente, en la seguridad que redundarán en satisfacciones de la familia y mayor confianza en el profesionalismo médico.  Publicado en el diario La Prensa, de Panamá, el 21/04/2023

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