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“El éxito tiene muchos padres, mas el fracaso es huérfano”, reza en sabiduría una de las frases más recurrida en los diferentes momentos de la historia. Hoy, la victoria es agua y verdor, la derrota es codicia y tajos.

Hemos alcanzado el justo sitial de la razón y de la ley, donde honramos la soberanía territorial y nuestras riquezas, donde definimos una vez más el patriotismo en las calles y hogares, donde hubo sangre derramada, pero por encima de todo, donde hubo sacrificios por la patria, conciencia de nuestra biodiversidad y su protección, propósito innegociable de promover y cuidar la salud de todos por igual. Esto no ha sido fácil y se cumple aquello de que “quien persevera, alcanza”. La Corte Suprema de Justicia ha dado su veredicto: es inconstitucional el contrato minero que ha permitido el enriquecimiento de ajenos y el daño a nuestra diversidad ecológica, y ha propiciado riesgos de enfermedad de nuestras poblaciones aledañas a la intoxicante mina.

De este lado de lo que parecía una desigual lucha, no nos amainó el músculo del dinero, el ruido de los accionistas ni sus amenazas de quebrarnos ni los estrados allende los mares donde se dirimen las luchas de los grandes capitales contra los pequeños, los ecos sobre seguridad jurídica de una mina de útero maltrecho, los cobardes coros de nuestra Asamblea Nacional de diputados, la leve altura de los argumentos ministeriales, la extensa sombra de corrupción e impunidad sobre nuestras instituciones, el hondo silencio del Ejecutivo. Cuando la nación requirió de un estandarte soberano, el puño lo puso la juventud.

Desde hace muchos meses (ya en el año más cruento de la plaga, que no permitió a ningún país escapar de la costosa destrucción por el coronavirus SARS-CoV-2) advertía sobre dos aspectos: la aparente indolencia de la juventud hacia los problemas nacionales y el desprecio de los diputados de gobierno por los deseos, reclamos, necesidades y prioridades de la población. Su sordera era ensordecedora y onerosa. Y los jóvenes se levantaron como una multitud sin armas y sin piedras, para construir, no para destruir, con profundo compromiso con el territorio, con la naturaleza, con la ley. No faltaron, sin embargo, mezquinos grupos con agendas y dirigentes, que intentaron tomarse el ánimo y los números del panameño y secuestraron con fuego y rocas, libertades y derechos de estudiantes, enfermos, campesinos y agricultores, trabajadores.

Esta rebelión de jóvenes desnudó a su tiempo una ruinosa erosión de la autoridad donde el gobierno es débil y el pueblo se hace fuerte, como respuesta al cansancio impuesto por la desobediencia de los tres órganos del Estado a las mayoritarias intervenciones de ciudadanos que acudieron a la Asamblea Nacional con sus argumentos contra la minería y contra el contrato con Minera Panamá. Panamá resuelve sus problemas “de pobreza” cuando se abandone la práctica de hacerse ricos a costa de la nación y la impunidad. Las riquezas metálicas del subsuelo -calculadas innegables y que hacen agua la boca de no pocos creativos de las finanzas- no son la única fuente de riquezas de un país y de un pueblo. Si fuera así, el África y los negros africanos serían los dueños de las letras y las ciencias, de las economías del mundo, de las guerras y de las empresas conquistadoras y colonizadoras de estos siglos. El Canal de Panamá, la “tierra abierta” que unió los mares, no se excavó para dejar una zanja inservible y contaminante a lo largo de su paso. Los manglares que bordean nuestras playas nos protegerán de las nuevas mareas que vienen con el cambio climático y también los protegeremos con la misma energía y convencimiento. Los ambientalistas sí tenemos una agenda: proteger el ambiente para que vivamos todos, incluso aquellos que solo quieren vida y bienestar para ellos.

¿Tiene la juventud que tirar piedras para entrar en las noticias? La movilización pacífica siempre es una aspiración que no toleran los regímenes autoritarios. Así ocurrió en la matanza de Tlatelolco, en el México de las Olimpiadas de 1968 y del presidente Díaz Ordaz; en la masacre de la Plaza de Tiananmen, en la primavera de Pekín de 1989 y de Deng Xiaoping; con los “movimientos de colores” en las regiones soviéticas: en Georgia, la Revolución de las Rosas de 2003; en Ucrania, la Revolución Naranja de 2004; en Kirguistán, la Revolución de los Tulipanes de 2005. Luego se extendieron a Kuwait, la Revolución Azul en 2005; en Myanmar en 2007, la Revolución del Azafrán; en Irán, la Revolución Verde en 2009. En ellas se doblegaron pueblos y justas aspiraciones a punta de fusiles, metralla y tanquetas. La honda de nuestros jóvenes no llevaba una sola piedra, sino el fuego brillante del sol de los inviernos y resucitó la justicia.

No se han acabado las diferencias entre nosotros los panameños. Y esas diferencias abonan los surcos donde sembramos las semillas del bienestar para todos. La lucha sin violencia, y violencia hubo mucha contra los derechos de las mayorías por grupos que injertaron sus agendas cual cizaña para destruir la buena siembra, que se hacía en las calles con mareas humanas tragándose el asfalto y el concreto con cantos y con danzas de banderas tricolor. El espectáculo que solo puede montar la transparencia y limpieza del propósito y el optimismo en al país. ¡Qué lección preelectoral!

Sin golpear más al derrotado en la victoria, el triunfo en las calles y en las cortes no fue de los maestros y profesores que abandonaron a sus alumnos y estudiantes, no fue de los gremios sometidos por sus directivos y amenazas, no fue de los indígenas nuevamente burlados por ideologías superadas y tampoco fue de los políticos zigzagueantes que se mueven de un lado para el otro, donde suene la música, hacia el lado de los bolsillos donde pesen más las monedas. Pero hubo maestros y profesores, gremios y directivos, indígenas, campesinos y políticos que lucharon inspirados en la patria y, al paso de los jóvenes, marcharon por todos los escenarios para rechazar la minería.

Gracias a las personas sencillas que aman la patria y que pusieron su empeño amoroso, sus conocimientos, sus desvelos y su dignidad vituperada tantas y repetidas veces por el ogro de la codicia, para abrirnos ojos y mentes y plantarnos firmes a defender soberanía sobre el territorio y su biodiversidad. Y perdón a los que perdieron sus vidas, sus propiedades y el fruto de su trabajo en el campo, en las escuelas, en los hospitales y a quien el salvajismo de un mandado le dañó de por vida su forma de ver el mundo y a su familia. Pedimos perdón porque los agresores ya se han vuelto a esconder y no lo harán. Estamos ya frente a días largos y tenemos las mejores mujeres y hombres de nuestro lado para terminar el compromiso con la patria, con razón e inteligencia, sin claudicar a los principios que nos trajeron donde estamos: “Cuando llega el día, nos preguntamos:/¿Dónde podremos encontrar la luz/en esta sombra interminable?/La pérdida que llevamos, un mar que debemos sortear”, (mi traducción de, Amanda Gorman, The Hill We Climb).   Publicado en el diario La Prensa, de Panamá, viernes 1 de diciembre de 2023

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