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Hoy, la bandera es honrada en des/les, balcones y autos; sus colores están en paraguas, pañuelos, incluso en ropas. Allí no se honra la bandera de la patria, solo se la luce como se luce el cielo nocturno con los párpados temblorosos de sus luciérnagas estelares. La bandera, como la patria, se honra en cada acto ciudadano, con honor crecido frente al riesgo tentador de deshonrarla. Que nadie diga que no lo hemos visto. Hoy es, además, un día de reCexión desde el dolor.

Muchachos des/lan llenos de ilusión y orgullo, muchachos en quienes los sueños tienen cabida como los privilegios durante sus años de escuela, los mismos que el pecho es resonancia batiente de amor por la patria y su pertenencia. La llevan sostenidas desde sus cinturas fuertes en las marchas gloriosas que desobedecen las duras condiciones del tiempo y del clima. Hasta la música marcial es alegre y los colores –secuestrados por adultos indolentes– son más brillantes y más hermosos.

Recordar cómo mujeres valientes y llenas de esperanzas recortaron trozos de sus colores encontrados en diversas vitrinas de la ciudad en 1903, donde el murmullo de la independencia era grito apagado en sus gargantas y peligro para el goce /nal de la libertad.

La gesta estaba en marcha, una marcha /rme y honrosa como las que hoy hacemos en las calles de cada lugar panameño. Recordar cómo la habilidad de Angélica Bergamotto de Ossa –esposa de Jerónimo Ossa– hizo posible zurcir los tres colores en 4 cuadros y sobre los blancos las estrellas de la bandera grande, en la pobre luminosidad de un cuarto escondido, donde el patriotismo no era el reducido nacionalismo excluyente, que solo tiene deberes morales con algunos cuantos, sino brote brioso cosmopolita por solidaridad y la protección de todos en este territorio. Donde cada una cumplía con su compromiso: María Ossa de Amador, esposa de Manuel Amador Guerrero, reunir y enardecer el sentimiento por patria soberana con mayor valor que muchos de los hombres de entonces y recorrer las calles y almacenes para encontrar las telas, hilos y agujas, y María Emilia Ossa Bergamotto, “Mimón”, hija de Angélica, coser los pequeños retazos para tener una bandera pequeña lista para el día planeado y en cada puntada sembrar el amor por la libertad, por la justicia, por la dignidad de sus mujeres y sus hombres.

A ningún país le sobran riquezas materiales, mucho menos cuando faltan a sus ciudadanos riquezas morales y éticas, donde las leyes para construir la convivencia son burladas cada día y varias veces cada día, hasta hacerlas tan lejanas e incanzables como el horizonte. Así resiento a mi país hoy, y no porque no haya motivos de también sentir orgullo, pero no le voy a dar paso a eso, el instrumento favorito de la corrupción y los corruptos para distraernos o para invalidar los argumentos en contra de sus actos.

A menudo lo pienso: si solo no hubiera impunidad en este país, no me importaría pagar más impuestos; no me molestaría el costo de la gasolina o del gas y ni siquiera sería motivo de disgusto para mí que los bancos escudriñaran el origen de mis ahorros. Total, no podemos vivir en un mundo globalizado sin pertenecer a él.

Pero cuando no hay castigo y ni siquiera se permite juzgar para probar inocencia al asalto y robo del erario, a los sobrecostos para desviar dineros de obras que luego se lucen como modernidad, a la arbitraria utilización de fondos del Estado para lograr propiedades y espetarlas como trofeos a los rostros humildes del país o a los opositores, entonces no me queda otra cosa que molestarme y decirlo a voces, porque los ladrones tienen sus cómplices en el sistema justicial.

No vale la pena extenderme en cada una de las situaciones recientes, porque ni siquiera se han resuelto las del pasado. Pero si hay responsables, no son solo los individuos cuyas caras y nombres se reproducen en los diarios –aunque hay prohibición de hacerlo para lo más granado de la ma/a doméstica–, sino quienes los de/enden a capa y espada o mejor, a plata y oro. El daño que se le hace al concepto de justicia, a la convivencia de los panameños, otrora ejemplar, a la docencia sobre civismo y ciudadanía que se le va dejando a los hijos es horrorosamente enorme, putrefacto, entregado a las pandillas con instrumentos de inmunidad e impunidad desde las instituciones nacionales, violentadas por la corrupción y los corruptos.

Ese legado destiñe nuestra bandera. Le hurta la alegría y la gracia cuando ondea. Le ahoga mientras la sumerge en la deshonra, en riquezas mal habidas, en prosperidad vulgar y altanera, en injusticia amañada por sus personeros y en libertad para cogerle a la patria lo que se antoje y cómo sea.

El dolor se hace más escarnio cuando recuerdo los niños y las niñas de algunos albergues donde les robaron su inocencia y les maltrataron su/cientemente como para hacer solo “traslados” a los encargados de cuidarlos, sin que se les haya retribuido justicia por los irreversibles daños.

Son humildes. ¿Será por eso? ¿Fueron ciertamente a las manos gruesas y sucias de inCuyentes delincuentes y enfermos mentales? O ¿fue un cuento de la imaginación infantil, que nace de los cuartos hacinados, donde la desnudez se comparte con la moribunda libido del otoño? ¿Qué de la mala suerte de los migrantes cuyo paso por Darién se amenaza con levantarle murallas impermeables mientras se le extienden alfombras rojas al grotesco paso aplastante de los tiranos y golpistas gobernantes, o las guerrillas de narcotra/cantes de los países de donde proceden? Son negros y son campesinos. ¿Será por eso?

Allá, en lo alto del cerro Ancón, donde fue testigo de valor y luchas, se mece la bandera de la patria, a pesar del dolor por sus héroes muertos y por sus traidores hijos que le dan la espalda cuando pueden cada día honrarla con solo mirar alto y arriba, frente a Justo Arosemena.

Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el 4 de noviembre de 2022

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