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         Me contaba un colega médico que, hace unos días recibió una llamada por el celular y la voz denotaba cierto grado de terror. Siendo medianoche, se imaginó que ocurría lo peor. “Acabo de recibir el resultado de un examen de mi hijo que está en rojo, ¿qué le está pasando y por qué Ud. no me ha dicho nada?”.  Me dice que le tomó de sorpresa por varias cosas y solo atinó a contestar, “¿me puede explicar qué resultado recibió?”.

         Desde hace tiempo se ha hecho costumbre -cuyo origen no he podido determinar, a pesar del esfuerzo y los años- entregar resultados de laboratorios a los pacientes, en ocasiones, antes que a sus médicos.  Conocer resultados es un derecho, seguramente, hacerlos conocer, un deber. La mayoría de los pacientes o sus padres, como es el caso de los pacientes de los pediatras, no conocen los valores normales de los resultados, no conocen ni siquiera lo que el examen está tratando de investigar y, menos conocen el significado de esos resultados, pero interpretan como grave, el color rojo o las cruces negras que acompañan a ciertos valores.

         Yo le digo a mis pacientes que, abrir una caja de Pandora como es un listado de pruebas y números que son sus valores o resultados, conlleva sorpresas no siempre agradables, particularmente cuando uno desconoce su interpretación.   Suelo ponerme en su lugar y les confieso que yo no entiendo el estado de los informes bancarios publicados en los periódicos y, esa página del periódico, ni la volteo a ver.  Pero, es muy difícil encontrar que un paciente o alguno de sus padres no esté interesado en prontamente conocer resultados de laboratorios de sus hijos enfermos o sanos. Ese interés hace un compromiso para que se le informe previamente qué exámenes se están ordenando, con qué propósito se hace y que una vez todos estén informados se les explicarán los resultados.  Esto tampoco es suficiente porque la curiosidad o la ansiedad son malos consejeros, pero al margen de esto, el problema es que le llegue una hoja del laboratorio, en un lenguaje desconocido y con señales innecesarias y alarmistas.

         En el lenguaje de las pruebas, se tiene un valor normal, un rango de valores alrededor del valor normal, que indican variantes normales y, todavía, algunos médicos conocemos la existencia de algún valor más allá del rango o fuera del rango, que no tienen ningún significado ni de urgencia ni de certeza mientras no se correlaciones con la condición del paciente enfermo o sano.  Es por ello que, frente a estos valores diferentes, el médico recurre a repetir el examen o a observar prudentemente al paciente por un tiempo mayor, para tomar la decisión de repetirlo. Tampoco conoce la persona no educada en Medicina que la regla es la variación.   Si el técnico del laboratorio, p.ej., reintroduce la muestra al instrumento que la analiza, ese mismo día, dentro de esa misma hora, el resultado inicial no va a repetirse como una fotografía del anterior, no va a ser idéntico, no será calcado.  Y, entonces, ¿con cuál resultado me quedo?  Con cualquiera de los dos resultados siempre y cuando sean muy similares.

Estas variaciones del instrumento y aquellas que se asocian a la forma cómo se maneja la muestra, es lo que permite entender lo insignificante de algunas variaciones y lo significativo de otras. No es igual el resultado de un examen en hecho con el paciente en ayuno que aquel hecho después de alguna comida, o aquel cuya muestra fue tomada temprano en las horas de la mañana que aquel tomado en las del mediodía, la tarde o la noche.  No es igual el resultado de una misma muestra tomada a una hora determinada si se analiza inmediatamente de la que se analiza 2 y más horas, más tarde; no es igual el resultado si la muestra a examinarse se mantuvo a la temperatura ambiente o se le conservó protegida a una temperatura baja. Tampoco el valor normal es el mismo en un hombre que en una mujer, en un niño que en un adulto o en un bebé, un lactante mayor, un escolar o un adolescente.

Con esto en mente, ahora viene el problema del colorante rojo y el del cementerio de brujas y muertos.  Los laboratorios suelen utilizar metodologías similares para exámenes regulares pero hay otras pruebas que se analizan con métodos diferentes. Por ello, los valores de u n método no coinciden con los valores de otro método y así deben ser informados, con las medidas correspondientes a los métodos utilizados. De esta forma, a la hora de la consulta de los valores normales, se recurra a las tablas específicas de cada método.  No es lo  mismo mg/dL (miligramos por decilitros) que g/L (gramos por litros). Un g (gramo) tiene 1,000mg, un L (litro) tiene 10 dL (decilitros).  Así, por ejemplo, 1,000mg/10 dL es lo mismo que 1g/L.  El enunciado es diferente, los valores se expresan de forma diferente, pero la normalidad o anormalidad que revelen, la determinan ambas formas de expresarlos.

Lo otro que debemos conocer es que los laboratorios no pueden programar sus computadoras para ajustar los correspondientes “valores normales” para cada grupo de edad y género de los pacientes.  Hay pruebas de laboratorio pediátricos, cuyos valores y rangos normales varían con cada grupo de edad. Esto es dramático con un examen tan frecuentemente solicitado como el hemograma. Entonces, como el patrón de referencia es fijo y no corresponde al grupo de edad del niño, aparecerán más cifras rojas y más cruces a su lado.  Con ello se logra crear más ansiedad en los padres que reciben los resultados sin conocer estos asuntos.

Siempre me he opuesto a que los laboratorios incluyan los rangos normales de los resultados cuando de niños se trata, precisamente por estas limitaciones.  Mucho menos las señales de alerta.  Recuerdo algunas como: “consulte con su médico inmediatamente”.  Sin embargo, se siguen haciendo cosas como estas porque “los médicos lo piden”.  Allí, en ese momento, “tuerce la puerca el rabo”.  La excusa es utilizable pero tampoco es válida, precisamente por todas las limitaciones discutidas y otras, más difíciles de entender para la persona no entrenada.  Ya vendrá el clásico peloteo, “pero es Ud. el médico quien tiene que explicarlo”.  No hay desacuerdo. “Pero es Ud., el técnico, que no tiene que reportarlo al paciente sino al médico”. Hay desacuerdo. Lo cierto es una cosa: saber leer, no significa entender, como saber hablar no significa saber escribir o leer.  Por ejemplo, el niño que aprende un dialéctico o una lengua, la habla bien pero no sabe leerla ni escribirla, es todavía analfabeta.  Publicado por el diario La Prensa de Panamá, el 8 de marzo de 2024

Pedro Ernesto Vargas

Médico pediatra y neonatólogo

Cédula 8-147-692

teléfono (oficina): 269-9874

e-mail: pedrovargas174@gmail.com

website: www.pedroevargas.com

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