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Con este título a su libro, la doctora Saroj Saigal, neonatóloga, le da voz a 41 niños y niñas que nacieron extremadamente prematuros, enfermos o moribundos. Cada uno cuenta su historia en la sala de cuidados intensivos de la década de 1970.

El 7 de agosto de 1963, a Jacqueline y John F. Kennedy les nació prematuramente un bebé varón de 34.5 semanas de gestación en el Children’s Hospital de Boston. El niño, de 2,112 gramos (4lb 10-1/2oz) de peso, murió 2 días más tarde, con 39 horas de edad, porque a su dificultad respiratoria, solo se le pudo dar oxígeno a concentraciones y presiones altas. Sus pulmones, aparte de pequeños, no habían madurado suficientemente para sobrevivir la prematuridad.

Muchos adelantos del manejo perinatal han cambiado el pronóstico de vida y función de estos niños. Entre ellos, el manejo obstétrico del bienestar fetal, la aceleración de la maduración pulmonar del prematuro por nacer, la disponibilidad de incubadoras, las diversas formas de administración de oxígeno y ventilación, la insuflación de surfactante pulmonar a la tráquea del bebé y la alimentación parenteral, por vía venosa, de proteínas, grasas, azúcares, vitaminas y minerales.

A las 28 semanas de gestación, el riesgo de morir era en los primeros años de la neonatología -décadas de 1960 y 1970- arriba de 80% y para los sobrevivientes, sufrir secuelas como retardo mental, ceguera, parálisis cerebral o convulsiones era la espada de Damocles sobre el manejo neonatal. Por ejemplo, en 1973, la interrupción del embarazo por la toxemia era el estado del arte del manejo de la preeclampsia severa y con una alta probabilidad de interrumpir no solo el embarazo, sino también el curso desastroso de la enfermedad materna y la sobrevida del bebé prematuro. Hoy, los recién nacidos de 22 a 28 semanas de gestación tienen altas probabilidades de no morir y aquellos entre 25-26 semanas de gestación tienen una sobrevida de 80%.

Ya para aquellos años, habíamos aprendido sobre hipoxia fetal durante la labor de parto con los “DIP I y II” uruguayos (unidades Montevideo), del doctor Roberto Caldeyro-Barcia, para detectar sufrimiento fetal agudo o la muerte fetal inminente. También calificábamos el estado de vigor del recién nacido para hacer el triaje para la reanimación con la Calificación de Apgar, de la doctora Virginia Apgar. El doctor Silverman nos había enseñado la importancia de mantener protegido del frío al recién nacido para evitar su muerte. La doctora Lula Lubchenco había acumulado suficiente data en Denver para los “Lula Gram”, las curvas de crecimiento fetal basadas en la edad gestacional, peso, circunferencia cefálica y talla de los recién nacidos que nos permitía anticiparnos a las condiciones de enfermedad para cada grupo basados en estas medidas. Contábamos con el popular CPAP del doctor George A. Gregory, para distender los pulmones mientras el bebé respiraba espontáneamente, ya fuera con la cabeza del bebé dentro de una escafandra cerrada herméticamente, con máscara facial ajustada firmemente a la cara y, más tarde, el uso de un aditamento nasal (“nasal prongs”). Pero no teníamos la forma de madurar los pulmones fetales por delante del resto de la maduración dictada por la edad del embarazo, hasta que se dio un hallazgo fortuito. Esta es la historia del tratamiento fetal anteparto con betametasona materna.

El profesor C.G. Liggins observó que las ovejas que llevaban fetos sin la glándula pituitaria (hipofisectomizados) no iniciaban labor de parto y que la inyección de cortisol al feto inducía la labor de parto. Algo que inhibiera ese efecto del cortisol debiera también detener o prevenir el parto prematuro. Se internó en su búsqueda y descubrió un hallazgo inesperado: los corderos nacidos vivos prematuramente por la inyección de cortisol, mostraban una estructura pulmonar más madura que la esperada para su edad gestacional. Por serendipitous había descubierto la aceleración de la maduración pulmonar en el cordero prematuro. “Si logramos inhibir las adrenales del feto inyectando a la mujer embarazada un corticoide, debemos tener una maduración pulmonar acelerada en esos fetos prematuros”, se dijo y, junto al neonatólogo Ross Howie, diseñó entonces un ensayo doblemente ciego y controlado, con un número grande de mujeres embarazadas con amenaza de parto prematuro, a quienes se le inyectó el glucocorticoide betametasona, que reveló una drástica reducción del síndrome idiopático de dificultad respiratoria o la enfermedad de membrana hialina. Se escogió betametasona porque se requería de un corticoide de duración larga, cuya apariencia física en el frasco de inyección fuera igual que la del placebo.

El uso de betametasona antenatal ha reducido enfermedad y costos; su abuso ha llevado a conocer resultados nocivos para el crecimiento y desarrollo del cerebro fetal. Hoy se ha autorizado su uso desde la semana 24 0/7 hasta la semana 33 6/7 y sigue válida la recomendación que se dé un solo curso y no más de dos, cada uno de 2 dosis de betametasona separadas 24 horas una de la otra y frente a parto inminente, porque su efecto beneficioso desaparece después de 5-7 días de la última dosis. Dos otras situaciones para su uso se contemplan y deben ser discutidos con los padres y entre los médicos obstetra y neonatólogo. Tampoco se ha autorizado que el esquema cambie cuando se tienen embarazos múltiples.

Publicado en el diario La Prensa de Panamá, 30 de septiembre de 2022

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