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La inclusión y la aceptación sociales, como la no discriminación de la persona obesa, debe proponerse como un compromiso con evitar el trastorno de la obesidad y con la dignidad humana. No puede ser una oportunidad para el espectáculo.

Entre los trastornos nutricionales, la obesidad es uno sin fronteras políticas, económicas ni de salud pública. El hambre es otro con cifras y resultados agobiadores. Una diferencia es que el hambre ocurre cuando no hay alimento; la obesidad ocurre con o sin alimentos y su prevalencia aumenta excesivamente. Aprovecho para recordar que “acabar con el hambre” con definiciones económicas de pobreza extrema (“la cantidad mínima de ingresos que una persona debe tener para no vivir en pobreza extrema es de 1.90 euros al día”), aparte de valerse de cifras frías es una bofetada a la condición humana.

Pobreza no es solo la no disposición de recursos para la alimentación; lo es todo un conjunto de desaliños e injusticias creadas por la indolencia y la inequidad de las sociedades humanas. Es, como lo señalara Amartya Sen: “la privación de desarrollo humano individual”, y los niños son particularmente vulnerables a ella.

En Panamá, los cálculos para el 2021 eran que hubo un aumento de obesidad del 15% en 11 años y que 4 de cada 10 personas entre los 30 y 54 años se clasificaban con obesidad. Al año siguiente, unas declaraciones desde la CSS aseguraban que el 90% de los panameños padecen de sobrepeso. En Estados Unidos, la obesidad es el trastorno nutricional más prevalente entre los niños y adolescentes. Se calcula que entre 21% a 24% tiene sobrepeso y entre 16% a 18% sufre de obesidad.

La definición de obesidad es más compleja de lo que se publica y se deriva de datos estadísticos que analizan la asociación del índice de masa corporal (IMC o BMI, por sus siglas en inglés) y los riesgos de enfermedad o morbilidad aguda y a largo plazo y mortalidad. El índice de masa corporal suele ser el patrón de medida de obesidad entre los adultos y se calcula con el peso (kg) divido por el cuadrado de la altura (m2). En niños y adolescentes, las complicaciones médicas agudas y la mortalidad por obesidad son muy difíciles de interpretar, por lo que la definición de obesidad se hace muy equívoca.

En los niños y adolescentes, la obesidad predispone a trastornos de la regulación inmune, diabetes resistente a la insulina (diabetes tipo 2), la más reconocida, hipertensión arterial, hiperlipidemia (aumento de los lípidos en sangre como colesterol y triglicéridos), enfermedad hepática y renal y la disfunción del sistema reproductivo y el sistema inmunológico. Todo esto hace camino para la obesidad que se inicia en el adulto y la enfermedad cardiovascular. La moda no es de pasarela.

El celular engorda. La tableta o, gracias al “appleísmo”, el iPad, engorda. El ordenador o computadora engorda. La inactividad física y el sedentarismo engordan. Dormir pocas horas en la noche engorda. Esto se reduce a entender que los niños engordan por estilos de vida. Si la energía que se consume es poca en relación con la que se ingiere, el individuo engorda.

¿Qué es frecuente hoy en los hogares afluentes? Darle un celular al niño que aún no sabe leer ni escribir. Darle una tableta cuando la madre está usando el celular. Dejarle frente al televisor cuando el padre está ocupado en sus asuntos. Es en estos primeros años cuando el niño engorda. Y, cuando los alimentos sólidos se inician a los 4 meses de edad, los sopones, hartos en almidones y otros carbohidratos, se encargan de aumentar la carga energética del bebé en brazos.

Se ha sugerido que el paciente obeso sufre una forma de disfunción del eje intestino-cerebro-hipotálamo que controla el apetito voraz y feroz, que significa exceso de ingesta calórica. Esto puede ser el factor causal de la obesidad hasta en un 10% de los pacientes obesos que además tienen historia familiar (factor genético) de obesidad mórbida. El reemplazo hormonal (leptina) en estos pacientes puede contribuir a la pérdida de peso.

Por otro lado, estados de disminución de gasto calórico como en hipotiroidismo y en deficiencia de hormona de crecimiento son conocidos hasta por la cocinera de la casa y no es infrecuente oír solicitudes de recetas por hormona tiroidea (tiroxina) “para perder peso”.

Cuando tengo niños obesos no es infrecuente estar frente a padres o alguno de ellos, también obeso. Aquí el factor genético no puede descartarse, pero mucho menos se descarta el factor estilo de vida, el factor ambiental. De allí que, si no hay un manejo integral del problema familiar, el niño obeso será un adolescente obeso y, poco más tarde, un adulto obeso.

La grasa excesiva del obeso se acumula particularmente en las vísceras y se revela en el aumento de la circunferencia abdominal. Lo que rodea y cómo rodea el abdomen también ocurre para rodear el músculo cardíaco. Esta grasa visceral reduce la sensibilidad a la insulina, no importa sus elevados niveles, y de allí que estos pacientes desarrollen diabetes tipo 2.

Con la hiperinsulinemia transcurren algunas cositas: se aumenta la presión arterial (hipertensión), se estimula la producción de andrógenos, hormonas que son responsables en las mujeres de producir alteraciones menstruales, incluso disminución de ellas (oligomenorreas) o ausencia de los ciclos (amenorrea), y se produce un aumento de los triglicéridos (hipertrigliceridemia) con efectos deletéreos al páncreas (pancreatitis), al hígado (esteatosis hepática o hígado graso) y a la vesícula biliar (cálculos). Si los genes no ayudan y la vida sedentaria es la preferida, el colesterol bueno o HDL disminuye y con ello se potencian los riesgos de múltiples trastornos nocivos por hiperlipidemia o exceso de lípidos.

“Placas de colesterol” irán apareciendo en el endotelio arterial (la cubierta interna de las arterias, entre ellas, las coronarias y las cerebrales) con la consecuente muerte celular del corazón y/o del cerebro. La moda no es de pasarela.

¿Por qué nos daña el fin de semana el doctor Vargas con este escrito? Total, esto no afecta a los niños; ellos no hacen infartos del corazón ni del cerebro. Porque hay un listado -prometo solo el listado- de problemas entre menores y mayores que vemos en los niños obesos. Primero, no olvidar que el niño y adolescente obeso predice al adulto obeso. Estos adultos que arrastran la obesidad desde la infancia están a riesgo importante de desarrollar: diabetes tipo 2, hipertensión, trastornos de los lípidos o dislipidemias y ateroesclerosis carotídea, de las arterias carótidas que llevan la sangre al cerebro.

La Academia Americana de Pediatría recomienda que a niños de 12 años de edad y más, con un Índice de masa corporal (IMC) en el percentil 95 o más, se le deben ofrecer medicamentos para perder peso. Niños mayores de 12 anõs cuyo IMC es el 120% o más del percentil 95 para su edad y sexo, se le debe ofrecer cirugía bariátrica. Y, a partir de los 3 años de edad, la presión arterial debe medirse en todas las visitas pediátricas. También recomienda la medición de los lípidos en sangre a partir de los 10 años de edad, particularmente aquellos cuyo IMC está en el percentil 85% o superior.

Creo que son pocos los que no hayan oído de Ozempic (semaglutide), “la droga para perder peso que es un milagro y una amenaza”, como la califica The Atlantic, en una reciente publicación. Les prometo escribir y opinar sobre ella pronto, a mi regreso.   Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el 28 de abril de 2023

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