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Tomado: AAP Grand Rounds. Vol. 38 No.5. November 2017

Fuente: Deshpande SK, et al: Association of playing high school football with cognition and mental health later in life. JAMA Neurol. 2017;74(8):909-918

Comentarios: David K. Urion, MD, FAAN Child Neurology and Neurodevelopmental Disabilities, Boston Children’s Hospital, Boston, MA

 

 

 

La investigación:

Investigadores de múltiples instituciones revisaron la data contenida en un estudio longitudinal (de varios) entre 10,317 individuos que se graduaron de escuelas secundaria del estado de Wisconsin (Wisconsin Longitudinal Study o WLS)

 

El estudio evaluó la asociación entre jugar futbol americano en la escuela secundaria y presenta, más tarde en la vida, trastornos del intelecto (cognitivos) y/o depresión.

 

Las evaluaciones pertinente se hicieron cuando los individuos tenía 54, 65 y 72 años de edad. Los individuos que jugaron futbol americano se parearon con controles entre los que practicaron deportes pero no de contacto o aquellos que no practicaron deporte alguno durante la escuela secundaria. La data o información para el propósito esencial del estudio se obtuvo entre 2,692 varones de los cuales 834 o el 31% jugó futbol americano en la escuela secundaria.

 

La resultante de la asociación con trastornos del intelecto y depresión se analizó en la evaluación de los 65 años. Estas condiciones se definieron mediante pruebas específicas probadas y utilizadas para ello. Se compararon resultados en jugadores de futbol con todos los controles, los jugadores de futbol con los controles entre los jugadores de deportes de no contacto y, en jugadores de futbol y los controles de sujetos que no practicaron ningún deporte.

 

“A los 65 años de edad, aquellos que jugaron futbol marcaron calificaciones inferiores en la escala de depresión, lo que significó que ellos tenían menos síntomas depresivos que todos los individuos control. En esta escala tampoco hubo diferencias significativas entre los que jugaron futbol y los que jugaron deportes de no contacto, ni entre los que jugaron futbol y los que no practicaron ninguna forma de deportes en la escuela secundaria. Tampoco se demostró una diferencia significativa entre estos 3 grupos y los controles en la escala de calificación de funciones intelectuales.”

 

Los autores concluyen que entre adolescentes que jugaron futbol americano durante su paso por la escuela secundaria, en la mitad del os años 50s, no se encontró evidencia de un aumento del riesgo para ellos de desarrollar depresión o compromiso intelectual a la edad de 65 años.

 

 

El Dr. Urion comenta sucintamente que este tema de la nocividad o no del trauma craneoencefálico repetitivo no ha sido resuelto porque los estudios que se hacen y publican suelen, por su naturaleza o su interés, dificultar la extrapolación de los resultados y las conclusiones.

 

Por ejemplo, este estudio mira a una época –mediados de los años 50s- cuando el deporte se practicaba distinto a hoy día. Nos recuerda de un par de estudios[1],[2] que sugieren incluso, que la preocupación reciente por “proteger mejor la cabeza”, en deportes como el hockey y el futbol americano, ha llevado a restringir o retener más la cabeza lo que parece haber aumentado el riesgo de traumas craneanos más severos, con mayor potencial de daño cerebral frente a las colisiones. A esto se puede agregar, dice el comentarista, el hecho de que los jugadores podrían concebir que al estar “mejor protegidas” con los nuevos equipos, estarían más seguros y se cuidarían menos, resultando en golpes más repetidos.

 

“los jugadores de hoy no utilizan los cascos de los años 50s, tampoco bloquean igual que entonces y tampoco taquean de la misma forma”, nos recuerda David K. Urion.

 

La controversia continua y la llamada de atención de los riesgos de este deporte y otros de alto contacto, no puede ceder paso a las presiones de quienes manejan los equipos, entrenan a los jugadores y obedecen los intereses de los directores y administradores de las escuelas.

 

 

[1] Coronado VG, et al: J Safety Res. 2012;43(4):299-307

[2] Daneshvar DH, et al: Clin Sports Med. 2011;30(1):1/17

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