- May 1, 2018
- Pedro Vargas
- Cultura médica, Enfermedades infecciosas, Hepatitis B, Leche Materna, Magia, Otras Lecturas, Papiloma Humano, Práctica Médica, Quimiofobia, Salud Pública, Vacunación, Vacunas
- 0 Comments
Ignorancia por opción
No sé si es porque la aldea no les es suficientemente grande o si realmente le dan paso al deterioro cognitivo del que gozan quienes tropiezan entre estupidez y estupidez que, frente a la sorpresa y a la molestia, cada día encuentro más hechos tontos y brutales que lideran personas sin estrecheces económicas para ganar acceso a la cultura, que han optado por la ignorancia. Como tantas veces se ha repetido, el pensamiento crítico y la enseñanza dirigida a crear y recrear ese análisis, es un fracaso y al tiempo, abonado terreno para este tipo de evangelización contra la ciencia.
No importa cuánto daño le hacen a la sociedad, cuánto costo le suman a los enjutos presupuesto de salud, cuánto desprecio revelan hacia el niño y el prójimo, cuántas muertes innecesarias y cuántos daños neurológicos irreversibles producen sus irresponsables arengas, los grupos antivacunas (“antivaxer”) son una secta con una religión sin dios o con él, que habita en altares de maldad y de ignominia. Una cosa es la libertad de opinión y otra cosa es la libertad para dañar. Pero ellos arrasan con una población de padres preocupados, comprometidos en el amor con sus hijos, cuidadosos, al punto de hacerles rechazar la protección mejor probada contra enfermedades prevenibles y fatales.
Para que en la ciudad circulen medios audiovisuales hartos de falsedad contra las vacunas, que se reparten gratuitamente o se prestan de casa en casa con el solo interés de que no se vacune a los primos y amiguitos de sus hijos hay que tener una morbosidad que linda con el delito. Quien no vacuna a sus hijos que no los vacune, pero tampoco que arrecie contra la salud de los amigos de sus hijos. Así de sencillo. Es como decirle a su hermano o a su novio que no use casco cuando anda en motocicleta o cuando se lanza en paracaídas. Es como quitarle las proteínas de la carne animal al niño que lucha contra un cáncer y se desnutre porque yo soy vegana.
Pero esta cruzada contra las vacunas no se detiene ante nada, ni ante la conciencia ni ante la verdad. La infección por el virus de la hepatitis B es cancerígena, como lo es la infección con el virus del papiloma humano. El daño extenso sobre la arquitectura hepática se manifiesta 20 o 30 años más tarde como cirrosis o como cáncer hepático. No es inmediato el efecto oncológico ni la desordenada proliferación celular maligna. Toma varios años, tantos como 20 o 30 o 40 años. La razón de no vacunar a personas mayores de 60 años con esta vacuna es que tal protección no es necesaria al final de la vida o cerca del final de la vida, cuando toma tanto tiempo la aparición del cáncer hepático.
Y, por ese comportamiento del virus de la hepatitis B es que la vacunación contra él se aconseja lo más temprano posible, tan temprano como en el primer día de vida, para proteger al joven adulto de sufrir esta forma de cáncer. Puntualmente, cuando el virus de la hepatitis B se transmite por la leche materna. ¿Qué grado de indolencia, de atrevimiento y de desconocimiento científico hay que tener para asegurar que un cáncer hepático en un niño de 6 o 12 meses de edad ha sido producido por la vacuna contra la hepatitis B? Se requiere morbosidad y maldad. Ya ni la amistad se respeta para hacer tales aseveraciones.
La quimiofobiaes la razón por las cuales algunos grupos humanos tienen preocupaciones inválidas hoy día sobre el envenenamiento químico del ser humano. Nació con los primeros grupos ambientalistas que denunciaron la contaminación de alimentos por el DDT utilizado como pesticida en las grandes siembras de alimentos. Sin embargo, a pesar de los daños y peligros del DDT, no existe data alguna sobre muerte directamente producida por este pesticida en aquella época. Eso no quiere decir que no se tengan cuidados estrictos para su uso. Para entonces, insuficiente regulación y compañías irresponsables dieron pie a las denuncias. Hoy no es así pero ha quedado una forma extrema de miedo por la contaminación química y de desconfianza, que alcanza las características de una condición psiquiátrica, la paranoia.
No importa cuánta evidencia contra las renovables y constantes hipótesis contra las vacunas se ofrezcan y se publiquen en las revistas científicas, el ejército contra ellas crece sin ningún temor por la contaminación de la literatura, que produce más muertes -pero muchas más muertes- que las que presumen detener o prevenir. Si ustedes no creen en la vacunación, pregunten a sus padres o miren entre su familia un amigo o un familiar que cojea para andar o anda sobre una silla de ruedas porque hace 70 años sufrió de polio. Vayan a las comarcas para que vean cómo muere un niño con sarampión, para lo que no hay cura, o de difteria, asfixiado por obstrucción de la tráquea con membranas producidas por la bacteria, como en Siria o en España. Si ustedes no creen en la evidencia médica probada entonces sean coherentes y, como ha señalado sabiamente Hans Roslings[1], la próxima vez que entren a un salón de operaciones para una cirugía para ustedes, díganle al cirujano que no se lave las manos.
El pensamiento crítico, la duda y el escepticismo son los instrumentos para descubrir la verdad, siempre y cuando se respete la evidencia probada. De otra manera, no hay tal pensamiento crítico ni tal escepticismo, sino una contumaz postura que lleva a un precipicio de más pobreza.
El desconocimiento sobre las vacunas y la vacunación es general. Incluso periodistas y cineastas saben tan poco como la población en general y desconocen aspectos tan básicos como ¿qué población mundial está vacunada hoy día?, ¿cuál es la cobertura higiénica en el país?, ¿ha mejorado o se ha estancado, o es peor? Y, a pesar de ello divulgan noticias y afirman situaciones con respecto a las vacunas y a la vacunación, que no son ni ciertas ni son válidas. A pesar de que no se han dispuesto a desorientar, lo hacen porque aparte de que la prensa no es neutral, ellos mismos están desinformados. Pero tampoco esperemos que todos los periodistas anden los mismos caminos y se interesen por los mismos aspectos de una noticia o varias, de forma unánime.
En esta coyuntura actual contra las vacunas y la vacunación hay un grupo de personas –con educación completa y necesidades de salud y vivienda solucionadas- aferradas a falsas premisas y un desconocimiento voluntario de la evidencia probada, que arrastran con ellas a padres de familia amorosos y responsables, a profesionales médicos y no médicos, y a una gran población de gentes vulnerables, hacia alto riesgo por enfermedad, por incapacidad y por muerte. La ignorancia no es una opción. 1/05/2018
[1]Hans Rosling with Ola Rosling and Anna Rosling Ronnlund: Factfluness. 2018. Flatiron Books, 175 Fifth Avenue, New York, N.Y.10010