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Hablar de salud mental, de depresión y de suicidio permite reconocer pero es necesario no desinformar.  Y, como mencionara antes en algún otro lugar, publicitar sobre el resultado fatal de una depresión profunda, como el suicidio, no le hace ningún favor al propósito de reconocer y estar alerta, al propósito de romper el silencio como instrumento de sanación.

 

No necesita la sociedad conocer de medicamentos para tratar la depresión y la ideación suicida.  ¡No! Ese no es el propósito de alertarnos sobre la estigmatización de este asunto.  Ese no es el propósito de sanar personas y sociedad.  Ese no es el propósito de orientarnos cómo ayudar. Cada persona responde a su manera –para decirlo así- a la farmacoterapia de las enfermedades mentales, cuando se utiliza, y no existe hoy una fórmula mágica, aunque es en un momento lo que quisiéramos encontrar y tener a mano.

 

No necesita la sociedad considerar que todo es depresión.  La depresión es desesperanza.  La tristeza no es depresión.  Esa expresión a flor de labio “estoy deprimido/a” porque terminé con mi pareja, porque murió mi papá, porque quebró el negocio, porque fracasé el examen es solo una expresión desubicada.  La tristeza es normal.  La tristeza es un mecanismo y un resultado al mismo tiempo para completar el saludable duelo que una pérdida produce.  La desesperanza es la soledad y el abandono, es la pérdida de recursos propios, cognitivos y sentimentales, para salir adelante, es fuente de disfunción en el medio donde me desenvuelvo o debiera desenvolverme.

 

No conocemos todo sobre la depresión, pero conocemos bastante.  Hablemos solo sobre lo que conocemos.  No elucubremos.  No nos imaginemos.  Esto no es lo que necesitamos para ayudar al Otro, ni para ayudarnos a nosotros mismos.

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