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“Ha interferido entre padres e hijos, no solo para imponer limitaciones en las diferentes labores industriales, sino que también se ha extendido a requerir que ningún niño se deje sin vacunar. También ha interferido entre empleadores y empleados insistiendo en cumplir con ciertos exigencias sanitarias…entre vendedores y compradores… y ha señalado como una ofensa pública el vender alimentos o bebidas y medicinas vencidas…” En los primeros años de la era victoriana, los londinenses consideraban la actividad sanitaria de la salud pública, nos lo dice Dorothy Porter, como “la más infame manifestación del poder central del gobierno autoritario y paternalista…y de la influencia despótica de una profesión en particular, la profesión médica”.

En las primeras décadas del siglo XX, se debatía en Estados Unidos el papel del conocimiento en la medicina científica en una sociedad democrática. James Colgrove lo dice así: “la vacunación emergía con el punto focal de un amplio espectro de grupos preocupados acerca de la intromisión del gobierno en las decisiones personales de las gentes, especialmente aquellas relacionadas con la salud y el bienestar de los niños. En este contexto, quienes se oponían a las vacunas produjeron cambios en la ley y en las políticas a lo largo del país y, al hacer esto, dejaron un legado de profundas consecuencias para todas las vacunas que se introducirían en los años por venir”. Aparte de cuestionar la medicina, los argumentos eran dominados por opiniones de libertarios y opositores de gobierno, bajo el pretexto de proteger a los niños contra los mandatos de la salud pública.

Todavía hoy, no hay que ser victoriano para plantarse sin vergüenza a negarle a la salud pública una lucha contra las infecciones que responda al deber de proteger al público, aun frente a las molestias que se produzcan entre los individuos. Naturalmente que este deber no está exento de equívocos o de abusos, pero no es lo común y es necesario recalcar la función cimera de la salud pública. La reducción marcada y contable de las enfermedades que se previenen con la vacunación, a pesar que se traduce en amplios y duraderos beneficios para la sociedad, no es garantía de éxitos imperecederos. Como resultado, ya somos testigos de brotes de enfermedades antes controladas, como el sarampión, la tos ferina, la difteria y el polio.

En esta vorágine de desinformación, de mala ciencia y de malas intenciones, que afecta a nada despreciables poblaciones de buenos padres indecisos, es obligado validar la afirmación de Juan José Vázquez-Portomeñe Seijas: “La pseudociencia es un fenómeno relevante para el derecho en cuanto medio para engañar y perjudicar a terceros, pues la represión del daño injusto, y lo es, desde luego, el que se vale del engaño, se cuenta entre las metas universales de los ordenamientos legales”.

La vacunación de niños y adolescentes contra la covid-19 es, en algunas sociedades, víctima de la ruptura de respuestas a las comunidades de parte de una estructura de la salud pública empobrecida y debilitada, y de la inmoral campaña de los adversarios de la ciencia y de las vacunas. Son los mismos que promueven la desigualdad social y disparidad en salud pública, los mismos que diezman los servicios de salud y la capacidad hospitalaria, al abultar los números de infectados y de enfermos. Si el comportamiento de estos grupos arreció en los momentos más duros y dolorosos de la pandemia, cuando la enfermedad sea leve o moderada, gracias a la vacunación anual, la postura contra la vacunación endurecerá porque ya la enfermedad no dejará muertos apilados en las calles y en las morgues, porque para ellos, la enfermedad ocasional y leve no merece atención. Por eso, el esfuerzo debe dirigirse afrontar las inequidades sociales, a mejorar las coberturas de vacunas y a deshonrar la impunidad sistematizada.

En el ejercicio de la pediatría y la neonatología, siempre he promovido la vacunación de los niños y adolescentes y no es ni será diferente con la vacuna contra la covid-19 para los niños de seis meses de edad y en adelante. La investigación rigurosa y transparente regida por principios éticos, como el cumplimiento de una ética de la gobernanza de las instituciones de salud, para la prevención del error, la seguridad del paciente y la salud de la comunidad, permite tener plena confianza y seguridad en esta actividad.

El 1 de septiembre del año en curso, la revista The Lancet publicaba que, en el primer año de vacunación contra la covid-19, desde el 8 de diciembre del 2020, cuando se aplicó la primera vacuna fuera de un ensayo clínico, se previno 19.8 millones de muertes por covid-19 en 185 países, equivalente a una reducción del 63% de las muertes totales. Se estimó también que, de haberse cumplido con la vacunación del 20% de la población propuesta para naciones de bajos ingresos, se hubieran prevenido 45% más de las muertes totales.

Un estudio de cuadrículas electrónicas -que aún no ha sido evaluado por pares- analizó el efecto de la vacunación contra la covid-19 en el covid prolongado o poscovid y determinó que la vacunación previa estuvo asociada con una protección contra el desarrollo de esta complicación en el caso de sufrir la infección, complicación que también afecta a los niños, a pesar de que la covid-19 agudo es menos severo. Un estudio en Noruega reveló que el impacto de la covid-19 entre niños y adolescentes de 1 a 19 años de edad fue limitado en cuanto al uso de los servicios de salud; a los preescolares le tomó más tiempo recuperarse (entre 3 a 6meses) y usualmente por molestias respiratorias.

Investigadores del Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) han descubierto que entre niños en Estados Unidos de 12 a 20 años de edad, la incidencia de la terrible complicación por covid-19, el síndrome inflamatorio multisistémico pediátrico, ha disminuido significativamente con la vacunación. Ellos encontraron que en más de 21 millones de niños en estas edades, vacunados, la incidencia del síndrome fue de uno por cada millón de ellos, mientras lo es de 224 por millón de infectados no vacunados, entre 15 a 20 años de edad.

Estas situaciones y el hecho de que los niños pequeños también se enferman y contagian son razones responsables, válidas y robustas para favorecer, como favorezco, la vacunación de los niños desde los 6 meses de edad.  Publicado por el diario La Prensa de Panamá, el día 28 de octubre de 2022.

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