- Oct 16, 2021
- Pedro Vargas
- COVID-19, Cultura médica, Educación Médica, MAESTROS DE MEDICINA, Medicina, Medicina Académica
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La pandemia nos ha enseñado muchas cosas a todos, pero al profesional de la medicina, una es para mí, la más importante enseñanza y la imperecedera: recordarnos que aprendimos Medicina para cuidar cuidadosamente -valga la redundancia- ofreciendo con calor y empatía lo mejor de la ciencia basada en evidencia y la evidencia basada en la ciencia; para educar a los pacientes sobre la nueva infección y enfermedad, que hemos tenido que ir conociendo con urgencia y con prudencia; para convocar a la comunidad a participar en su contención, honrando las probadas intervenciones en salud pública.
Estas son las misiones de los centros de medicina académica[1]: educación, atención y cuidado, y administración para enfrentar crisis y desastres de salud pública. Quienes optamos por dedicarnos al cuidado del paciente en los diferentes escenarios, ya sean hospitales o clínicas, urbanos o rurales, como quienes optaron por dedicarse a la investigación básica o clínica, que arrojará resultados para aplicarlos al cuidado del paciente, todos fuimos formados en centros académicos y no podemos negar estas enseñanzas sino aplicarlas.
En esta hora sorpresiva y dolorosa para la medicina y el cuidado médico, donde la oscuridad y el miedo fueron sombra en la calle y en las instituciones de salud, nos encontramos desafortunadamente con la presencia de conductas, que no sospechamos. Ellas se han convertido en todo lo contrario de lo que pudimos esperar como aliados para la enseñanza, para conocer y controlar el virus, para la atención y cuidado del paciente infectado y enfermo, para colaborar con instrucciones de salud pública y cuidar así a la población sana y a riesgo.
Sin embargo, este germen desinformativo pudo haber tenido un curso diferente, su profundo daño a la salud de la población pudo haberse detenido, la desconfianza de las gentes hacia la medicina y los médicos evitarse, de haberse reconocido la fragmentación de la educación de los clínicos dedicados a la práctica médica, como lo señalan David Sklar y sus co-autores, y la ausencia de “un hogar” para el desarrollo continuado de los profesionales de la medicina, donde renovar información, conocimientos y habilidades. De esas cosas dañinas que solo se tejen en instituciones mediocres, cuando más se reconoció el valor de la ciencia y el conocimiento, más se le negó, e incluso, se quiso legislar alguna o más medidas, que deterioran la educación del estudiante de medicina.
Las falencias de la educación profesional están al descubierto. Se necesitó una pandemia de altísimos costos para reconocerlas, eso espero. Ahora, las escuelas de Medicina deben iniciar los pasos para resolverlas y prepararnos a enfrentar nuevas y futuras crisis con mejores y óptimos profesionales e instituciones. Otro tanto deben hacer las escuelas de otras profesiones y labores, aunque todavía, no parezcan relacionarse con la salud púbica, porque las competencias no son solo en medicina y no son solo individuales sino de colectivos.
La medicina se ha enseñado en claustros universitarios y en salas hospitalarias y con particular tendencia al individualismo. Ahora se empieza a reconocer le necesidad del estudiante de Medicina de conocer su comunidad, la comunidad donde ejercerá su profesión y sus servicios y, entonces, se abre su abanico de sitios donde aprender a los consultorios y a los centros de salud, a los públicos y a los privados, y es expuesto a otros profesionales de las ciencias de la salud. El paso siguiente es que ese estudiante aprenda cómo colaborar en el cuidado de los pacientes con los otros profesionales de salud e higiene. De esta oportunidad aprenderá a hacer su trabajo en colaboración horizontal, como ha ocurrido durante la pandemia que nos aqueja.
“El COVID-19 nos ha recordado cada día de una interdependencia de las profesiones de salud”, dicen Sklar y sus colaboradores. Y quizás esto, Ud. que me lee ahora, ni lo sospechaba o conocía y otros, que siguen negando la crisis, menos o también lo niegan. El médico general, como el especialista pediátrico, el internista, el ginecólogo o el quirúrgico, han tenido que ir a los cuidados intensivos y aprender en cursos de urgencia y urgentes, cómo entubar pacientes asfixiados, cómo conectarlos a un respirador individual o compartido, cómo hacer una incisión o corte en la tráquea del paciente, para colocarle un tubo por donde ventilarlo, y han tenido que trabajar con laboratoristas en las extracciones de muestras sanguíneas, o poner catéteres o líneas vasculares, y con los técnicos de terapia respiratoria y/o cardiovascular a ajustar los parámetros de los respiradores o descubrir la forma cómo corregir los eventos que disparan alarmas en estos equipos, y trabajar con los cirujanos de todas las especialidades, como si fueran residentes de cirugía en la mesa de operaciones, y el obstetra ser llamado a cuidados intensivos por la labor y el parto de una embarazada en cuidado crítico y soporte ventilatorio máximo, que no puede trasladarse a una sala de partos o para una cesárea.
Todo se puede hacer, no olvidemos que pruebas diagnósticas de COVID-19, como las vacunas, se han desarrollado con la colaboración de todos los científicos que actúan en diferentes áreas de la investigación y con la eficacia y la seguridad que honra el cuidado del paciente. Ahora toca preparar a nuestros estudiantes de medicina para practicar una medicina inter profesional y, por qué no, a los clínicos que practicamos ya la medicina individualista, para reconocer y aprender sobre la práctica interdisciplinaria en la medicina, que COVID-19 nos ha enseñado ser la que cuida y salva vidas. 15/10/21
[1] SKlar D, Yilmaz Y & Chan TM: What the COVID-19 Pandemic Can Teach health Professionals About Continuing Professional Development. Academic Medicine. 2021. 96(10):1379-1382