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De lo político y de lo moral

Las elecciones nos dan el instrumento para cerrarle el paso a un programa criminal de terrorismo, que se nos avecina, que no está solamente en las calles sino en los 3 poderes del Estado, legalizado y posicionado con el aval de quienes aspiran a repetir una vez más cada 5 años, en los sensibles cargos para construir sastrerías de delitos.

La única propiedad que tiene el delincuente defendido para alejarlo de la cárcel -ni siquiera para probarle su inocencia, que de antemano se presume- es su responsabilidad con el delito o los delitos que se le imputan, no importa cuánta artimaña consonante sea eficaz para liberarlo y, no importa que la guarde en algún lugar de su conciencia o de sus fantasías.

Cuando a funcionarios de gobierno se les descubren sus bellaquerías e instrumentos de extorsión para derivar fondos públicos hacia propósitos personales, las denuncias no son ataques políticos, son ataques a la inmoralidad y a la falta de ética en la administración pública. En fin, no es “un asunto político” señor presidente, señor senador, señor diputado, señor ministro, señor magistrado, señor juez, señor alcalde o gobernador.

A pesar de todas estas situaciones, en este continente o allende los mares, la política tiene fundación moral, afirma Jonathan Haidt, quien al mismo tiempo pregunta “¿de dónde viene la moral?”. ¿Es innata, viene impresa por Dios en nuestras mentes o en nuestros corazones, como lo sugiere la biblia? ¿Es aprendida en la niñez por lo que le ve hacer a los adultos, o aprende de ella, en libertad y sin coacción, a través de juegos, historias, narraciones u oportunidades para crecer? Claro que los hay que afirman, como Ted Cruz, que la tiene impresa por dios -con minúscula- en el corazón, aunque parezca él un monstruo acárdico.

¿El discernimiento nos permite reconocer lo moral o inmoral impreso en la política, y en el corazón de los políticos o lo descubrimos por intuición?

La política, en su propósito de hacer posible lo probable, tiene fundación moral si cuida y no hace daño a quienes están en desventaja frente a los intereses de poderosos o mayorías sin empatía; si no discrimina y es justa; si no miente ni engaña; si recurre a la colaboración sin calcular recompensas; si es leal a sus compromisos y no traiciona al formar coaliciones dentro de los límites de leyes justas y sabias; si tiene autoridad pero no avasalla, cuando dirime en favor o en contra; si agrupa en lugar de dividir, hace consenso y no impone la fuerza contra la razón y el discernimiento. Si lo volvemos a leer y nos situamos en el escenario nacional, no necesitamos de la intuición para reconocer que la vara está alta.

Entiendo que se dificulte su aceptación. Solo basta leer noticias o conocer situaciones. Si en mi circuito electoral yo tendré que elegir 5 diputados, ¿por qué se aprobó una ley que dice que solo pueden ser elegidos los candidatos de un solo partido político cuando hay 9 partidos políticos con propuestas y nombres en el juego electoral? ¿Dónde está la moralidad de esa ley? Revela interés político partidista y atenta contra la autonomía del ciudadano. Veamos otra situación.

¿Por qué un proceso judicial se anula por un error procesal en lugar de corregirlo y continuar el proceso judicial que busca hacer justicia? ¿Dónde está su moralidad si quien la redacta, tuerce la vista a su interés? Hay aún más contra la moral que contra la ley, permitir a un condenado a cárcel por delitos comunes, hacer campaña política para un cargo de elección. ¿Por qué sumar delincuentes condenados y fugitivos, o incluso ampliamente visibles, a campañas que prometen acabar con la corrupción y la impunidad? ¿Acaso prometer poner en los bolsillos “chen chen”, no implica sacarlo del bolsillo de otros? Tanto la intuición como el razonamiento así lo presienten.

¿Es moral esa oferta? Si aceptamos que “homo sapiens” es “homo economicus”, entendemos la otra dificultad, encontrar hombres y mujeres que no escondan detrás del altruismo, del desprendimiento o del humanismo, al ciudadano convenido cuyos actos son peldaños para hacer riquezas o mayores riquezas, de cualquier forma.

Los tiempos que vivimos, que cuelan todo bajo el concepto de la tolerancia, no pocas veces vulneran el respeto que nos deben y nos debemos como seres humanos. Esta repugnancia a todo acto inmoral de la política debe producir el cambio sin violencia, antes que explote la violencia, producto que sigue a la burla, la indolencia, la impunidad de tanto delito y el secuestro de los poderes del Estado por la delincuencia internacional, por el crimen organizado, ese que abandona sus muertos en las calles y aceras y acompaña -hasta que ya no le sean útiles- a personeros de las leyes y la justicia. La forma como el hombre hace uso de su libertad recrea su moral.

Las elecciones nos dan el instrumento para cerrarle el paso a un programa criminal de terrorismo, que se nos avecina, que no está solamente en las calles sino en los 3 poderes del Estado, legalizado y posicionado con el aval de quienes aspiran a repetir una vez más cada 5 años, en los sensibles cargos para construir sastrerías de delitos. Estas elecciones eligen el país que queremos tener, son unas elecciones para comprometernos con la paz y la justicia. Es un ensayo de confianza con la gente joven que hace de la brecha generacional un horizonte alcanzable de honradez, de no transar con la comodidad, que amputa cambios a las políticas de corrupción.

En estos duros años de la pandemia, con tanto sufrimiento humano, la falsificación, la mentira y la burla, la ignorancia por opción o escogencia, las nefastas teorías de conspiración, las oportunidades para enriquecerse con las necesidades y esperanzas de la gente, no podrán nunca catalogarse como actos de empatía, de generosidad, de moral.

Podrán ser de políticos, y peligrosamente de política. Podrá ser de una moral torcida que, donde hay que repetir, “hay más en la moralidad que el daño y la falacia”. Ya hemos empezado a oír discursos que a las heridas que producen les suman insultos. ¿Por qué sumar delincuentes condenados y fugitivos, o incluso ampliamente visibles, a campañas que prometen acabar con la corrupción y la impunidad? ¿Por qué prometer cientos de miles de empleos cuando ello sugiere empleos en industrias inmorales, legalizadas y rechazadas por inmensas mayorías en las calles? ¿Por qué ofrecer dineros por montones a quienes viven en la pobreza, una cruenta bofetada a los pobres, cuando esa oferta ha diezmado los dineros para la salud y la educación, ha esculpido de nosotros una imagen de país prostituido? Y, más desagradable cuando las ofertas vienen, no de mecenas sino de quienes lo reparten en migajas parados en charcos de aguas negras, frente a grifos secos, en la puerta de escuelas sin maestros y centros de salud y hasta hospitales, sin médicos ni enfermeras. Hay que ser muy indolente e inmoral para hacer política de esta manera. Este sabotaje se acaba, el lenguaje corporal los delata.

Escuchaba a Russell Simons, en la graduación correspondiente a 2 años de pandemia, 2020-2021, de la escuela de salud púbica T Chan, de la Universidad de Harvard, denunciar la devastación sufrida por la salud pública en los Estados Unidos, con la politización de todo lo concerniente a ella y, recordarnos a Angela Davis cuando dijo: “Ya no más acepto las cosas que no puedo cambiar (aludiendo a la oración por la Serenidad), yo estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”. El 5 de mayo cambiemos las cosas que no podemos aceptar.  Publicado en el diario La Prensa, de Panamá, el 1 de marzo de 2024

El autor médico pediatra y neonatólogo

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