Manicomio, loco, psicópata, retardado, anormal, oligofrénico, drogo, fumón, marihuano, borracho, enajenado mental. Discriminación, segregación, hospitales o salas cárceles.
Este es el alfabeto y el escenario de la ignorancia y del estigma.
Aparte del desconocimiento sobre los múltiples aspectos de la salud mental -desde el rol de las tempranas experiencias adversas en la infancia y niñez, sin desdeñar la impresión del material genético en el comportamiento humano, hasta el oscurantismo que rodea todo lo concerniente a la diversidad, a la discriminación y a los derechos humanos, como el deletéreo efecto del uso de substancias y alcohol en todas las edades- el estigma sobre la enfermedad mental se manifiesta de forma indolente en el vocabulario que a diario utilizamos, de toda forma despectivo e hiriente para la dignidad de la persona humana. No hay que ser psiquiatra, psicólogo o médico para reconocer tan desafortunada coyuntura y, no reconocerlo, desde estas privilegiadas posiciones de la educación y la formación profesionales, de la razón y el entendimiento, es detestable.
La medicina y los pediatras, en particular, tenemos la oportunidad única e invaluable de establecer una relación longitudinal con nuestros pacientes y sus familias, “una oportunidad única”[1] para promover la salud emocional y social e identificar problemas de la salud mental que vienen emergiendo[2]. La Academia Americana de Pediatría (AAP) entiende el término mental como uno que se refiere a asuntos del comportamiento, psiquiátricos, psicológicos, emocionales, de uso de substancias y que son de preocupación e interés en el contexto familiar y de la comunidad.
La atención apropiada de la salud mental está seriamente afectada por el estigma social alrededor de ella y, por tanto, a la poca atención que el Estado y los gobiernos le dan, a una obligación sanitaria nada menor que otras. Incluso, en los Estados Unidos, por ejemplo, la mitad de los trastornos de salud mental (50.6%) no reciben tratamiento,[3] y una población calculada entonces en 46.6 millones de niños, de los cuales el 16.6% tendrían al menos un trastorno de salud mental.
El Proyecto de Ley 314, Que establece políticas públicas de salud mental, en manos del Ejecutivo para su aprobación y firma, es una sentida iniciativa para garantizar derechos, promoción, prevención y tratamiento para la población, sin discriminación que limite el acceso debido a la salud.
Reconocer los factores de riesgo contra la salud mental, a nivel familiar o de grupos y en la comunidad es esencial para puntualizar prioridades en el manejo de ella, desde la salud pública. No puede, sin embargo, soslayarse la importancia que tiene promover la salud mental y los factores de protección. Esta educación tiene que hacerse a nivel de las escuelas de todo el país, en el marco de los programas de educación escolar desde los primeros grados de ella. La actividad debe estar íntimamente integrada con los programas higiénicos de salud pública, como la forma eficiente de formar a todos los maestros y profesores en aspectos puntuales de la salud mental y sin desviar la atención y la responsabilidad que tienen los personeros de la salud pública, en la implementación de los programas de prevención.
Reconocer los factores de riesgo representa una parte del manejo de la enfermedad mental. Un manejo integral requiere de sumar reconocidos factores de protección, entre ellos, la integración social de quien sufre trastornos de su salud mental y el acceso a los servicios de salud de forma expedita, fácil, cálida y científica. La responsabilidad del Estado debe ser coordinada entre los ministerios de salud y de educación. Por eso, toda política pública de salud y de salud mental, tiene que tener la participación de varios estamentos administrativos y una coordinación ejemplar, que no duplique costos y desmejore los programas y servicios.
Ojalá este proyecto sea prontamente puesto en ejecución y que el rector de la salud pública lidere la iniciativa, alejado de todo interés que no sea mejorar equitativamente las posibilidades de salud de todos los panameños. Solo así se puede contrarrestar el estigma sobre la salud mental, que obstaculiza reconocer la dignidad de las personas con trastornos de ella y el manejo científico y humanista que se requiere. No hay lugar para politizar este asunto delicado y que nos compete a todos. 17/10/2020
[1] Jane Meschan Foy en: Healio Infectious Diseases in Children. AAP policy statement stresses pediatricians’ role in mental health care. (Comment). October 21, 2019
[2] Jane Meschan Foy, Cori M. Green, Marian F. Earls y Committee on Psychosocial Aspects of Child and Family Health, Mental Health Leadership Work Group. Pediatrics Octobr 2019, e20192757; doi: https//doi.org/10.1542/ peds.2019-2757
[3] Whitney DG et al: JAMA Peidatr 2019; doi.10.1001/jamapediatrics.2018.5399