- Dic 24, 2019
- Pedro Vargas
- Ciudadanía, Derechos Humanos, Inmigrantes, Migraciones, Otras Lecturas, Puntos sobre las íes, Religión y Evangelios, Sociedad, Temas ciudadanos
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¿Qué día nació Jesús? ¿Es importante? Para mí no lo es. Jesús, Emmanuel, Jesús de Nazareth, el Nazareno, el que sería crucificado, Jesús Cristo o Christós, el Enviado, el Ungido, el Mesías es una figura histórica, real, existió, no es un mito.
Nació bajo el emperador César Augusto y el rey Herodes, con o sin una estrella, cuya “constelación no se puede determinar”, de luz suficiente “para señalarle el camino a los reyes que le querían visitar, conocer, rendir honor”. Eso tampoco me interesa. Si es boreal, si es austral, si primavera o invierno, mucho menos. Me interesa recordar hoy que nació mientras su madre y su padre buscaban posada en Belén, a donde llegaban para cumplir con el censo de Cirino, que por orden de César Augusto ordenaba empadronar en la ciudad de su estirpe[1]. Nació en un establo porque el mesón y toda Belén ya no tenían habitaciones, y María embarazada podría dar a luz en cualquier momento. Nació como conmovedoramente describe el escritor iraní y experto en religiones, Reza Aslan[2]: “Dos mil años atrás, en una tierra antigua llamada Galilea, el Dios del cielo y la tierra nació en la forma de un niño indefenso”.
Ese nacimiento es el que yo celebro. El de un niño frágil, sin cuna, que luego tiene que huir con sus padres a Egipto por la persecución iniciada por Herodes, y, a pesar de todas las vicisitudes, hace una vida de amor por el Otro, que debe ser la esencia del cristianismo, como imitar esa vida, la del cristiano. Donde no se imita la vida de Jesús, no es suficiente decir soy cristiano. Porque no hay cristianismo por el solo hecho de luchar contra lo inhumano, lo injusto, lo feo o lo malo. Porque no es que de tanto repetirlo y oírmelo, soy cristiano, o de repetir sin cuestionarme, soy mejor cristiano. Eso, en todo caso, es un “cristianismo de papagallos”[3]. Y celebro el nacimiento de ese Jesús porque me permite revisar mi vida.
Ese Jesús no se enfrascaría en detestables discursos e insultos contra quienes son diferentes, ya sea por el color de su piel, por el origen de sus ancestros o el lugar o región donde nacieron, por su género o por su orientación sexual, por su desventajosa posición social. Ni siquiera por las condiciones que la injusticia social -engendrada por tantos otros como yo, que nos llamamos cristianos- provoca, cuales son la muerte prematura, la enfermedad, la ignorancia, el hambre y la desnutrición, el frío y el vestido inapropiado o la desnudez obligada, la discriminación, la persecución por extranjería.
Y, me trae a la memoria la imagen del Jesús y su familia andando para huir, para esconderse, para burlar la cárcel, el martirio y la muerte prematura por razón de un régimen perseguidor y arbitrario. Hoy hay muchas familias como aquella y niños para quienes se han construido jaulas, se los ha condenado al hambre, la enfermedad, la tristeza, el abandono, la desesperanza y la muerte. Aquí en este continente, para quienes si no tienen cerca el dolor no lo sienten. No podemos enfocar el asunto de las migraciones y la nacionalidad en solo el aspecto legal, porque muchas de ellas nacen de las pobres condiciones democráticas en sus países de origen y porque la Ley tiene que ser respetada y, antes, concebida con sabiduría y sensatez. Pero yo recurro que enfoquemos la migración en la confianza de las virtudes del humanismo y en el carácter virtuoso también de quien escapa de actos deshumanizantes. Como bien se ha dicho, el ciudadano trasciende la nacionalidad[4].
Las arengas duras de cristianos contra los inmigrantes, contra los homosexuales, las lesbianas y los transgéneros, contra el matrimonio igualitario, contra la educación de la sexualidad humana, contra aquellos que se quitan la vida, contra quienes consumen substancias, contra aquellos que deambulan tristes y desesperanzados, ¿cuándo terminarán? ¿Cuándo abandonamos los cristianos la lucha por los ideales humanitarios, por los derechos humanos, por la democracia, por la justicia, por las libertades? ¿Cuándo abandonamos a Jesús Cristo? ¿Cuándo marginamos el Evangelio[5]?
Que esta fiesta del nacimiento de Jesús nos sirva a los creyentes para celebrar en nosotros el nacimiento de un hombre y una mujer más humanos, más justos, más amables, más amorosos. Lo genuino y lo honrado no se lucen con la diatriba ni con el rechazo sino con la apertura, el abrazo, el oído. Que nos miremos en el espejo del otro rostro y en ese otro rostro veamos el propio. 22/12/2019
[1] Evangelio de San Lucas. Capítulo 2, versículos 1-21
[2] Reza Aslan: Zealot. The life and times of Jesus of Nazareth. Random House Publishing Group, a division of Random House, Inc., New York. 2013
[3] Hans Küng: Jesús. Editorial Trotta. 2017
[4] Ann E. Cudd y Win-chiat Lee, En: Citizenship and Immigration – Borders, Migration and Political Membership in a Global Age. Amintaphil: the Philosophical Foundation of Law and Justice. Series Editors: Mortimer Sellers and Annn E. Cudd. Springer International Publishing Switzerland 2016
[5] José M. Castillo: El Evangelio Marginado. Desclée De Brquwer. 2019