- Dic 8, 2023
- Pedro Vargas
- Ciudadanía, Cívica y Política, Cultura Científica, Desarrollo Humano, Ecología y Conservación, La Prensa, MAESTROS DE MEDICINA, Naturaleza y Ambiente
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También empecé tarde a sorprenderme y enamorarme con la naturaleza. Me sirvió una cámara para buscar y hacer la fotografía del canto de los riachuelos o el estruendo de las caídas de agua en su nacimiento de grietas en las rocas altivas de las montañas; del viento leve naciendo en el acompasado aleteo de plumas y aves, o aquel otro brusco, despeinando árboles y montes, silbando en los veranos de los campos nuestros; de la flor sostenida por delicado tallo, abierta en sus colores, donde el pico del pájaro la sembró semilla, en la parte alta de la palma rota un día, por un rayo de tormenta de invierno.
La despreocupación por el ambiente y la naturaleza nace quizás de la idea de que puedo cambiarla, como en efecto lo he venido haciendo, que mi fuerza supera la suya, que mi ingenio su inmensa historia, que está para que me sirva de ella, para pretenderla mía o que tomará mucho tiempo para que ocurra una fatalidad de la que yo sea testigo. Este no es un asunto de emociones o nuestros sentidos, uno donde el corazón gobierna.
El cambio climático es evidencia probada, su discurso y su discusión están basados en el método científico, serio y riguroso, con resultados reproducibles. La destrucción y muerte en las montañas de Volcán por las torrenciales lluvias, las cabezas de agua en los ríos de las montañas veragüenses, las sequías que ponen en peligro los tránsitos por el Canal de Panamá, las siembras de guandú perdidas en Azuero, no han borrado el Istmo, pero es una tontería negarlos como productos del cambio climático.
“La idiotez moral más inconsciente de nuestros tiempos es la indiferencia sobre el futuro del planeta”, ha escrito Leon Wieseltier. La sentencia es dura porque esa indiferencia es contra la ciencia, contra lo que ya estamos viendo y de lo que somos protagonistas y testigos.
Negar el destructor espectáculo del cambio climático, que arrasa propiedades y vidas, la belleza y la sorpresa de las maravillas naturales alrededor de poblaciones, de playas, campos y montañas, ciudades urbanas y rurales es una forma de fascismo, lo recuerda Wieseltier, que ya vivimos durante la pandemia del SARS-CoV-19, de idiotez ideológica y política con la negación de la existencia del virus secuenciado, que produjo numerosas muertes en todos los rincones del mundo.
La revista Science nos advierte hace poco, que “el cambio climático pone en riesgo el leopardo Amur”, una subespecie de leopardo que se ha adaptado al ambiente del Este asiático, cerca del río Amur, que recorre el este de Rusia hacia el norte de China.
“La minería, la tala de árboles, las construcciones de carreteras, el crecimiento poblacional y la caza ilegal han disminuido de forma sustancial la población de este leopardo desde los años 70′′, dice la noticia.
Las alzas de las temperaturas y la disminución de la humedad con mayor resequedad del ambiente han favorecido los incendios forestales, a los que se unen las actividades humanas como la deforestación y la cacería de venados, además de la fragmentación de los paisajes en esas regiones. Así se ha reducido la extensión de las tierras donde vive el leopardo, se ha incrementado su vulnerabilidad a enfermedades y, como si fuera poco, aparecen sus depredadores, los tigres de Amur, con lo que se viene diezmando los números del leopardo de Amur.
No es cuento de ambientalistas ni de conservacionistas de la Naturaleza. Y estos son algunos de los cambios del ambiente y la enfermedad, que el cambio climático nos depara a los humanos.
Para Wiesetier, al conocimiento que los hombres y mujeres de ciencia revelan, también nuestros sentidos nos lo confirman y, “aunque cada día hirviente del verano no nos prueba que el mundo se está incendiando, es odioso negar o pretender que nada está ocurriendo”.
La responsabilidad de esta negación, dice, es de líderes y partidos políticos fanáticos de la anti- regulación y culturalmente hostiles a las preocupaciones ecológicas. Se parece tanto a los grupos que han defendido el inconstitucional y alevoso contrato minero de Minera-Panamá, un atentado contra la Naturaleza. La derecha norteamericana es un recalcitrante paladín del repudio a la ciencia, no importa si parecen estúpidas sus proclamas, posturas y votaciones, ella se siente orgullosa. Son los mismos grupos para quienes la mejor forma de evaluar el daño ecológico es en términos económicos, mediante la fórmula cansada del costo:beneficio. “Avaricia corporativa”, lo bautiza Wiesetier.
Aún en frente a los daños señalados. Y su instrumento es de dos vías: meten miedo y luego traen amenazas o amenazan para meter miedo, porque, de hecho, no menosprecian el miedo de los demás y aprecian en demasía el dinero, no importa qué haya que hacer para obtenerlo más rápido y en mayor cantidad. Un conflicto, aunque disguste a algún economista que se lo cite un médico, un conflicto entre la economía y la ética.
Se siguen pareciendo a nuestros funcionarios “nacionales” y los extranjeros de la susodicha minera. Recuerdo el ridículo y fracasado parangón entre la atracción y utilidad del teléfono celular y la justificación para votar en favor del contrato minero y la minería de cielo abierto, que hacía con sonrisa como de avistamiento del mar del Sur descubierto, uno de los diputados del partido gobernante durante las sesiones de la Asamblea, esa misma donde “no leí el contrato” y “tampoco oí los argumentos en su contra”.
Es el tiempo para denunciar y rechazar con entereza, que todo lo compre la plata, desde el conocimiento y la historia, hasta la dignidad y el patriotismo. Los grandes quejumbrosos en la sociedad norteamericana capitalista, sigue señalando Wiesetier, son sus miembros más ricos. Cualquier intento de confrontarlos es para ellos, comunismo y comunistas, como desprestigio de quienes los confrontan. Hoy, los ambientalistas y ecologistas son los enemigos en Panamá. Para no pocos empresarios, “tienen su agenda”, con lo que sugieren una agenda política marxista (haciéndole favor a los marxistas del patio) de un movimiento genuinamente ambientalista en esta furia por un “Panamá sin minería”.
Hay que señalar, otra vez con Leon Wiesetier, que “los valores que animan a los ambientalistas no son todos anti capitalismo, pero ellos no conceden lugar prioritario a los valores económicos”. En este momento, donde el planeta está en peligro de extinción “es mejor pobres que incinerados”. ¡Ah! y abandonar la idiotez.
Ahora siguen las conversaciones para que Minera Panamá limpie Donoso de todo el desastre ecológico e higiénico que nos negamos a heredar. Los miedos y las amenazas no desaparecerán. Aunque tengamos miedo, mantengámonos estoicos. Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el viernes 8 de diciembre de 2023
El autor es médico pediatra y neonatólogo
Pedro Ernesto Vargas