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Cuando se me invitó a escribir en este periódico, me puse una condición: enfocarme en asuntos que produjeran instrucción y docencia. Así he tratado de esquivar la diatriba del matoneo (por el inglés “bullying”), aunque no haya podido evitar el desencuentro de alguna desafortunada intervención narcisista y analfabeta, al mismo tiempo, de quienes se sienten aludidos.

Pero se ha hecho muy escabroso el camino para andarlo a tientas y delicadeza con tal de no tocar las pobres ejecuciones del Ejecutivo, la corrupción de los funcionarios, las bellaquerías de los diputados, los vicios de refracción de los jueces y magistrados, el apetito por los dineros ajenos y, en fin, de todo lo desagradable de cada día, que deteriora el espíritu e intoxica el sistema digestivo. La conclusión no es extraña en otras latitudes: la cámara de diputados da tanto prestigio que permuta el honor con tal de llegar a ella, sin ninguna preparación, en oscuras recámaras. Los diputados necesitan el título de honorables, mucha atención, casi con nanas, una oficina o dos y tres, un montón de manzanillos y un equipo de asesores deportivos, aunque obesos y morbosos, mono-disciplinados. No les faltan comilonas opíparas y tragos de una sola malta, autos, choferes y escoltas, y un gimnasio para variadas calistenias y entrenar “bocabularios” -sí, con b- altos y soeces. Son, allende el gran río y cordillera, los únicos funcionarios que no necesitan estar educados ni calificados para funciones legislativas y menos para hablar, escribir y firmar, conocer las leyes o cómo crearlas, ser probadamente honestos, prudentemente humildes e incluso, pueden ser candidatos a la cárcel antes que a puestos de elección. Esto también anima, se ha dicho, para candidatizarse a superiores retos.

Esta semana que termina hoy, trajo la noticia para nosotros, ya no para las autoridades: el diario El País revela el contenido de un documento enviado al gobierno panameño, donde “recoge denuncias de privación de la libertad en las estaciones de recepción de migrantes, trabajos forzados, abusos”, y agrega, “las migrantes que atraviesan el tapón del Darién no solo se enfrentan a abusos sexuales durante el trayecto por la selva, sino también lo sufren en las Estaciones de Recepción de Migrantes del Gobierno de Panamá”.

¿Por qué el diario español difunde la noticia antes que nuestro gobierno? No olvidemos que, en 2022, 28% de las cerca de 250,000 personas migrantes que cruzaron irregularmente a Panamá fueron mujeres, entre ellas, venezolanas, ecuatorianas, haitianas y cubanas. La paupérrima credibilidad en el gobierno me sugiere que la “inmediata” riposta de éste para negar la denuncia de un organismo internacional responsable podría no lucir la misma seriedad que la del documento, o viceversa, particularmente cuando otros grupos de migrantes se sienten agradecidos por los servicios de migración en esa frontera caliente y frondosa, lo que nos exige y merece una investigación inmediata, que no disuada a las víctimas de hacer las denuncias ni a las autoridades de cumplir con hidalguía.

Ahora, ¿por qué esperar para investigar “en caso de que estos hechos fueran corroborados”? La respuesta contundente del gobierno debió ser que se investigará de inmediato tal denuncia. Recuerdo la ridícula preocupación de la gendarmería apostada en la frontera, esa misma denunciada de abusos y violaciones, en el sentido de que los migrantes estaban deteriorando la selva del Darién y un coro de ciudadanos preocupados porque el tapón ya no es ni siquiera un corcho para conservar la selva, la soberanía y la independencia del istmo.

Una no despreciable proporción de los que migran en el continente lo hacen por la determinada violación de los derechos humanos en Cuba, Venezuela, Haití, Ecuador y Colombia, tanto por tiranías de gobiernos corruptos e indolentes, como por las acciones criminales de narcotraficantes, secuestradores, extorsionadores y asesinos. No son los mismos desplazados centroamericanos de los años 80, que para 1987 sumaban entre 500,000 a 750,000 buscando refugio en México y más de un millón en Estados Unidos. Tampoco son migrantes económicos sino refugiados de a pie, a quienes en el camino les han esquilmado dineros y honra. Y pierden la vida en el Mediterráneo de bosques, lodo, barrancos y precipicios que se encuentran en la oscuridad de la noche y el apuro por llegar por sendas maltrechas y descuidadas.

Sin embargo, los abusos y violaciones a los derechos básicos de los seres humanos no dejan para escoger a los más humildes sino el riesgo de perder la vida y, ahora, la honra, mientras buscan refugio temporal en los países vecinos. El hecho de que el migrante entre de forma irregular o ilegal a un territorio no es argumento para faltar a su honra y dignidad. La virtud de quien recibe es la que le da forma y contenido a la política migratoria en un estado. El Estado debe controlar la inmigración, pero debe asegurar el bienestar del que migra. Las virtudes naturales que nos deben permitir ver al migrante con humanidad son la benevolencia, la generosidad y la amabilidad. Es a través de la reconciliación del humanismo con el respeto al ordenamiento de la ley, que podemos como nación asegurar el respeto a los derechos humanos y la dignidad que busca el migrante. Que la única voz que le queda a los excluidos, a los desplazados, no se convierta en silencio de una ignominiosa recámara en nuestro territorio.  Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el viernes 17 de febrero de 2023

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