- Ago 14, 2020
- Pedro Vargas
- Cerebro Humano, Ciencia, Ciudadanía, Cívica y Política, Conspiración, COVID-19, Epidemias, Medicina, Neurociencia, Otras Lecturas, Para Doctores, Salud Pública, Sociedad
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La diversidad fortalece y permitirla enriquece. Ir a buscar la respuesta para encontrar otra, o corregir la anterior también enriquece a la ciencia. El desprecio por la verdad es tan desagradable como el desprecio por la ciencia, y es costosa cuando, como en esta pandemia, baraja vidas humanas.
La certeza no está en no equivocarse sino en reconocer el equívoco. Allí se plantan igualmente el peso y el valor de los instrumentos que hacen del proceso científico, uno confiable, y de las mujeres y hombres de ciencia y de la clínica y práctica médicas, responsables ciudadanos del mundo[1]. La coexistencia con la anti-ciencia, entonces, no es diversidad del pensamiento crítico, tampoco es posible, y, menos es alcanzable, porque la anti-ciencia no pasa de ser llana ignorancia o perversa iniciativa. La anti-ciencia no es distante de las teorías de conspiración y sus divulgadores no son diferentes de los teóricos de conspiraciones.
Las universidades de NYU (NY, NY), Yale (New Haven,CT) y MIT (Boston, Mass)[2]hicieron seguimiento diario de 15 millones de teléfonos inteligentes para descubrir quiénes seguían las recomendaciones de epidemiólogos sobre mantener el distanciamiento en estos tiempos de pandemia por COVID-19. Los distritos donde Donald Trump obtuvo mayoría electoral en el año 2016, cumplieron en un 14% menos las recomendaciones, que aquellos donde se votó mayoritariamente por Hillary Clinton. Como es de esperarse, en esos distritos que favorecieron a Trump, también hubo eventualmente mayores números de infectados y de muertos por COVID-19.
No es difícil de colegir que entre las personas en la sociedad que optan por el escándalo en lugar de la prudencia, por la política o la ideología sobre la ciencia y la evidencia probada, sobre la corrección que, sobre la terquedad en el error, se produzca un rechazo recalcitrante y sordo al científico o al médico probados, a niveles inimaginables y seriamente nocivos para la salud de las comunidades.
La pregunta ya se la hace la periodista Ann Hinga Klein: “¿cómo puede alguien escoger políticos sobre expertos médicos para tomar decisiones en asuntos de salud, que son de vida o muerte?” Y, agrega: “la Ciencia (si Ud. está en algo con ella) tiene la respuesta” [3].
Hay una relación de apego y de confianza que en neurociencia se le concede a la hormona endógena, oxitocina[4], estableciendo por primera vez, que tenga un rol sobre el comportamiento social. La misma hormona que contrae el útero durante la labor de parto y en el puerperio con la lactancia materna. La misma hormona que en el torrente circulatorio circula cuando nos enamoramos. La confianza es lo que hace los adherentes a una opción, al apego y a la colaboración en proyectos específicos. Se aplica al sentido partidario y permite entender el lugar de la acera que se escoge hoy frente a la pandemia.
Claro que el cerebro partidista expone a satisfacciones y a decepciones. Y así se crean las “verdades alternativas”, cada uno tiene su verdad, ambas verdades son ciertas. George Orwell, en su novela 1984, lo señala, como nos lo recuerda Jay Van Bavel[5] en una de las magníficas Conferencias TED: “El Partido te dijo que rechaces la evidencia de tus ojos y tus oídos. Este fue el último y esencial mandamiento”. Lo cierto es que el auditorio, cualquiera que sea su preferencia partidista, marca de manera similar cuando señala que una noticia es falsa, es una mezcla de hechos ciertos y fasos, es esencialmente cierta o ni siquiera señala algún hecho. Esto tiene serias implicaciones en debates públicos como sobre las vacunas, sobre el método científico, sobre la Organización Mundial de la Salud, sobre las Naciones Unidas, sobre Bill Gates, sobre los inmigrantes, sobre el calentamiento global, sobre la pandemia y su manejo, por solo nombrar algunas de actualidad.
Cada uno ejerce su derecho a opinar y, como dijera Daniel Patrick Moynihan, “cada uno tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos”[6]. Pero aquí, cuando se desprecian los hechos biológicos y médicos probados, hay una profunda raíz de división entre quienes perciben el rigor científico comprometido con la verdad, y quienes lo perciben comprometido con otras pasiones. Esto nos expone siempre y hoy, a un crítico peligro para la salud pública.
Como se procesa el conocimiento, los elementos de la formación profesional o laboral, los hechos cotidianos, no es de forma homogénea y, menos, predecible, no importa que las personas procedan de las mismas aulas de clase, de los mismos ambientes durante el crecimiento, de las mismas regiones, ni siquiera de los mismos padres. Tampoco es cierto entonces que aquellos con superior educación o formación ni siquiera tienen por solo eso, mayor capacidad de liderazgo. Incluso, entre mayor conocimiento o formación, no es cierto, como se esperaría, que habrá mayor coincidencia entre opciones, sino que mayor es el riesgo de que el cerebro produzca posturas binarias.
El cerebro partidista, en variados estudios de neurociencia, revela que el partidario liberal percibe el mismo hecho diferente a la percepción del cerebro del partidario conservador. No entro a presentar cada ejemplo pero pueden entrar a la presentación de Jay Van Bavel, citada anteriormente. Solo traigo un ejemplo relativo a la provocadora marcha de “supremacistas” en Charlottesville, Virginia, pidiendo la unión de la derecha norteamericana contra la remoción de la estatua de un general de la Confederación pro-esclavitud, durante la Guerra Civil de los EEUU, e iniciativa de los grupos liberales. Ese día, murió una mujer y 19 otras personas resultaron heridas. Donald Trump, condenó tímidamente la violencia “de ambas partes” y presentó a los supremacistas como buenos ciudadanos. Para los liberales estos fueron actos para provocar y para producir muerte. El hecho fue el mismo. La percepción varió según se perteneciera al Partido Republicano o al Partido Demócrata.
Se puede predecir la postura de cada grupo partidario, en todos los asuntos controversiales en política, en religión, en medicina, en sociología, antropología, historia. Y, no importa lo absurdo, desinformado e ignorante de una opinión o decisión ejecutiva sobre la pandemia y su manejo, como frecuentemente es el caso particular de Donald Trump, él tendrá los aplausos de lo más conservador de la sociedad norteamericana, a pesar de la falta de liderazgo y de comunicación certera en ciencia y salud. Y, los teóricos de conspiración conocen cómo divulgar en cuestión de pocas horas, las más abyectas de las construcciones que, uno cree, la inteligencia y la formación estropearán, pero no es así. El cerebro partidista es un peligro serio y uno de los resultados es el desprecio por la ciencia. 14/8/2020
[1] Carley S, Horner D, Body R & Mackway-Jones K: Evidence-based medicine and COVID-19: what to believe and when to change. Emerg Med J 2020:0:1-4, doi:10.1136/emermed-2020-210098
[2] Gollwitzer A, Martel C, Brady WJ et al: Partisan Differences in Physical Distancing Predict Infections and Mortaliey During the Coronavirus Pandemic. Medium Daily Digest. M elemental. August 8, 2020
[3] Klein AH: Why the Brain Chooses Politics Over Science. . Medium Daily Digest. M elemental. July 15, 2020
[4] Zak PJ, Kurzban R & Matzner WT: The Neurobiology of Trust. Am NY Acad Sci 2004; 1032:224-227
[5] The dangers of the partisan brain. Jay Van Bavel. TED x Skoll. April 14, 2017
[6] Daniel Patrick Moynihan: A Portrait in Letters of an American Visionary. Edited by Steven R. Weisman. PublicAffairs. October, 2010