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El matoneo o “bullying” es aprendido.  Los padres se lo enseñan a sus hijos, con sus propios actos de violencia y agresión verbal y física, con la burla a la diferencia y su referencia a ella con improperios y vulgaridades, imponiendo su jerarquía social y económica sobre todos los demás.  Los maestros lo refuerzan en las escuelas, con su actitud pasiva ante las variadas manifestaciones que agreden la dignidad de los otros compañeros de clases. Manifestaciones que van desde la segregación del compañero de toda actividad de grupo hasta la repetida burla o señalamiento de defectos o deficiencias.  Y, no puedo dejar de puntualizar, la aborrecible actitud de algunos maestros que no deja nada que desear a la de los padres matones.

 

Para acabar con el matoneo escolar, el maestro y la escuela tienen que optar una conducta firme y preventiva, tienen que dejar de temer la respuesta violenta y la agresión de los padres cuyos hijos son los matones de la escuela, y, ¿por qué no?, afirmar con medidas y castigos que eduquen sobre la exigencia al respeto entre las personas.  La humillación puede corregirse con otra humillación, particularmente cuando la pérdida de privilegios deja de tener eficacia pedagógica. Si no hay coherencia, si no se es consecuente con la falta, la firmeza no pasará de ser más que un chillido altisonante.

 

El defecto físico, la obesidad, la diversidad de la orientación sexual, la discapacidad, el origen social y la condición económica son todas variables que alimentan el despreciable matoneo en las escuelas.  Si los padres son los primeros educadores de los hijos, y los hijos resultan de tal pobre calidad humana, que dan paso a la burla constante e inmisericorde del otro, entonces esos padres también necesitan reprensión eficaz y reeducación obligada.

 

¿Cuántos padres cada día encuentran a su hijo o a su hija al regreso de la escuela, metido en su cuarto, tapado con las sábanas en posición fetal, sollozando y sintiéndose que no sirve para nada, que nadie lo quiere, que no es ni siquiera reconocido por sus compañeros de clase como uno más, o en el caso de las niñas, que son feas, horribles y brutas?  Este drama que viven muchos padres debe permear a las autoridades de las escuelas y estas deben responder con genuina preocupación y la decisión invariable de intervenir, antes de que ocurra una lamentable desgracia escolar. El matoneo escolar es el gran disparador de la decisión de los niños y adolescentes de planear y quitarse le vida.

 

La salud física como la salud mental están en juego.  El rendimiento escolar está en peligro de sucumbir.  No miremos los padres de familia, ni los maestros de las escuelas para otro lado.  La intención de molestar o burlarse o dañar, repetidamente manifiesta y sacada la ventaja de la superioridad física o, incluso, de la pasividad de las autoridades escolares tiene que ser detenida, castigada y eliminada de la vida escolar.

 

No nos equivoquemos.  Así como la víctima del matoneo es nuestra preocupación puntual, también requiere de nuestra intervención oportuna el perpetrador.  La escuela tiene que educar en empatía, en habilidades para resolver problemas de las relaciones humanas, en dirigir las acciones humanas de forma positiva y con perspectivas.  Nuestros hijos tienen el derecho a sentirse seguros en sus escuelas, a entusiasmarse con la vida cotidiana, a tener abiertas las puertas para entrar a cada nuevo espacio que se le presente para ser un ser humano que comparte su alegría y su bienestar.    4/7/2019

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