Todos queremos volver a la normalidad. Otros, eufemísticamente hablan de la nueva normalidad. ¿Realmente queremos volver a lo que teníamos, a la normalidad que conocimos, a ese haz de pendones vergonzosos que lucimos hasta marzo del 2020, el que ha producido esta catástrofe humana?
La catástrofe no la producido SARS-CoV-2. La catástrofe la ha producido el comportamiento humano, las relaciones aprovechadas de unos contra otros, la disparidad de una sociedad que discrimina por la propiedad, por el género, por la etnia, por la nacionalidad y el origen. La catástrofe la ha producido una estructura hospitalaria arruinada y hechas ruinas, con camillas ocupadas en los pasillos por uno o más enfermos, salas de esperas en los cuartos de urgencias que parecen hornos de humanos tratados como animales, salas hospitalarias hacinadas donde la higiene es difícil lograr, insumos vencidos o inexistentes y equipos obsoletos o destrampados, porque su compra y su renovación se quedó en transacciones para enriquecer a otros.
La catástrofe la ha producido el asalto a los presupuestos para la salud y la educación, para la ciencia y para la alimentación. Esos presupuestos que se quedan en las comisiones de las asambleas para reelegir a los mismos, que no se agotan para robar ni para mentir. La oportunidad para hacer oro de la necesidad de atención humanista y científica de la salud, incluso en los urgentes tiempos de soluciones en un sistema doblegado por corrupción, que no detiene a funcionarios es la catástrofe y la epidemia. La catástrofe es el individualismo que no tolera medida alguna que ponga primero a las mayorías sin privilegios, las mayorías que enferman, a las mayorías que mueren más temprano, a las mayorías a las que solo se recurre cada 5 años para escalar o mantener los sitiales desde donde hay inmunidad para la impunidad.
¿Es esa la normalidad a la que queremos regresar con tanto énfasis y con tantas excusas de orden económico o financiero frente a un escenario de enfermos por morir, de muertos abandonados en la más horrible soledad, de sobrevivientes inservibles, de gente con hambre, de niños desnutridos y desamparados, de labores mal reconocidas y peor pagadas, de profesionales arrinconados por el comercio del dinero, de la justicia no solo burlada sino con precio cuando no amenazada?
Solo oír y leer tanta sandez insensible en las redes, tanto bochinche burdo y conspirativo, tanto atrevimiento contra la higiene, la medicina y la ciencia, tan distantes sentimientos de empatía y tanta burla por el sufrimiento, que no se respira ni late en el pecho de no unos cuantos sino de varios y hasta muchos, tanto lucimiento de la ignorancia y la estupidez, tanta prioridad a la desinformación y a la mentira, no parece ir en la dirección de una transformación total de nuestras relaciones comunitarias, entre unos y otros, de nuestras diligencia sociales por encontrar al Otro, de la coherencia en nuestro acontecer con el acontecer del mundo que habitamos y que rodeamos y nos rodea.
Ojalá esté yo equivocado y no volvamos a la normalidad.