- Sep 28, 2021
- Pedro Vargas
- Bioética, Ciencia, Conspiración, COVID-19, Cultura Humanista, Historia de la Medicina, Historia Universal, MAESTROS DE MEDICINA, Medicina, Otras Lecturas, Reflexiones, Sociedad
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El 29 de marzo de 2021, Scientific American publicaba un artículo titulado: “The Antiscience Movement Is Escalating, Going Global and Killing Thousands” (algo así como: “El movimiento anti-ciencia está creciendo, haciéndose global y matando a miles”), y lo subtitulaba: “Rejection of mainstream science and medicine has become a key feature of the political right in the U.S. and increasingly around the world”, que traducido diría “El rechazo a la ciencia y a la medicina se ha convertido en un hecho puntual de la derecha política en los Estados Unidos y en aumento en el resto del mundo”. Entonces comparaba este movimiento como “una fuerza de alta letalidad” que amenazaba la seguridad global tanto como el terrorismo y la proliferación de armas nucleares, una analogía que nos parecería improcedente o, por lo menos, exagerada.
La recomendación de su autor, el pediatra e investigador Peter J. Hotez, era que debieran los científicos y los médicos montar una contraofensiva y construir una nueva infraestructura para combatir la anti-ciencia. El Dr. Hotez es el Decano de la Escuela Nacional de Medicina Tropical en el Baylor College of Medicine, en Houston, Texas, y Profesor en el Departamento de Pediatría y de Virología Molecular y Microbiología, en la misma escuela de Medicina.
Su argumentación recordaba que, en la primavera del 2020, la Casa Blanca de Trump lanzaba una campaña de desinformación:
- echaba a un lado la severidad de la epidemia en los EEUU
- atribuía las causas de muerte por COVID a otras causas
- señalaba que las admisiones hospitalarias eran para ponerse al día con las cirugías electivas
- aseguraba que la epidemia se evaporaría espontáneamente
- promovía el uso de hidroxicloroquina como cura espectacular
- desprestigiaba el uso de máscaras
A esta altura del juego, podemos recordar la similitud de estas arengas de desinformación, de falsificación de evidencias y de imaginación conspirativa, divulgadas en nuestro medio y otros del continente y de todos los continentes, que han recorrido todo el camino de la pandemia, desde la infección en aquel mercado chino, pasando por la enfermedad y las hospitalizaciones a las muertes sin la compañía de familia, en las unidades de cuidados intensivos o en los portales de casas y aceras de calles y, ahora, a la vacunación y a las vacunas. En algún momento terminarán como tal, aunque prevalezcan en la memoria y en los textos, para prepararnos a futuras situaciones, si es que también mutan para sobrevivir, la empatía, el respeto por la verdad y la constitución del conocimiento.
La guerra a la ciencia no es nueva. La historia es cruenta y tiene vergonzosos capítulos que la revelan cual fue y la condenan desde siglos, particularmente, aquellos cuya iniciativa se ungió en la concupiscencia de reyes y papas. Lo cierto es que hoy se recapitulan aquellas épocas que, aparentemente, la Iluminación no ha podido desterrar del cerebro primitivo que cargamos. 27/09/2021