Tengo que confesar mi desafiliación con los eruditos del arte pictórico y, para proteger mi ignorancia, acojo la afirmación de que el arte se aprecia en la intimidad de las vivencias personales y no en el alboroto de las audiencias curtidas de opiniones.
Con esta introducción solo aspiro a pasar a la siguiente confesión: no conozco de Gustav Klimt, no soy un connaisseur de la pintura o el arte en general, pero me absorbe su lenguaje vertical como en sus mujeres elongadas en los retratos de Mujeres fatales o en Los ciclos de la vida, para señalar el transcurso del tiempo y la belleza; sus preferencias por el oro en sus colores -quizá por su temprana exposición al trabajo orfebre con este metal; la geometría y formas de sus figuras, inspiradas en diversas fuentes, según quienes le conocen y conocieron, y la aparición de rostros en los lugares no esperados, con dimensiones que sugieren las distancias cronológicas o geográficas, o las pasiones y sentimientos que revelan su respuesta humanista al mundo que presencia- ya sea solo descripción, o sea, solo denuncia -o al temor al acontecer-. Dicen los autores que el simbolismo tuvo un lugar y un rol importante en sus años de mayor reconocimiento, como sus contradicciones entre renacimiento y decadencia, felicidad y dolor o tristeza en el acontecer humano, o el amor y el erotismo contenidos en un abrazo o la excursión carnal por un beso, como emociones positivas. Nunca he leído algo de Octavio Paz sobre Klimt, pero de seguro los inspiraban las mismas visiones y pasiones.
¿Por qué todo esto? Porque me ha impresionado la interpretación puntual a una de sus pinturas -Medicine- que hace Sadaf Qureshi, un hematólogo-oncólogo del Summit Health Cancer Center, de New Jersey. Puntual, porque en ella -hechura en el ocaso del siglo XIX-, se percibe ya la denuncia sobre la descuidada relación médico paciente, la pobreza del arte de la curación de entonces y la descripción del hacinamiento y confusión de los hospitales estatales. ¡Qué de distinto puede encontrarse con el hacinamiento de nuestros cuartos de urgencias hospitalarios, donde los pacientes moribundos ni se descubren ni se escuchan! O los criminales desabastecimientos de medicamentos, porque no se honran las deudas con los proveedores; el cierre de salones de operaciones y cirugías, porque no se les dota de insumos e instrumentales requeridos; las extenuadas filas de pacientes madrugados sin misericordia para alcanzar un turno de atención fugaz o altanero, como el cáncer que los corroe para la muerte.
Esta pintura, destruida en 1945, nació de la petición del ministro de Cultura de Austria, en 1893, a Gustav Klimt y Franz Matsch, amigos de infancia, para decorar el Gran Salón de la Universidad de Viena. Entonces, el pintor austriaco debía representar El triunfo de la luz sobre la oscuridad, con una serie de pinturas representando las facultades de filosofía, medicina y jurisprudencia, mientras Matsch haría lo suyo para la facultad de teología y el panel central del Gran Salón, como lo relatan Bitsory y Galanakis. Para entonces, en el clima de las reformas, Klimt ya había fundado un movimiento artístico separado del statu quo, el Movimiento de Secesión, que lo alejó bastante de su trabajo y cuyo interés dejó de ser complacer a los clientes y le inició en la industria de enemigos.
Hoy, ¿cuántos médicos nos posicionamos irreverentes y superiores, dándole la espalda al sufrimiento de los pacientes, al respeto que se merecen, a la dignidad que les secuestramos, a la confianza que nos depositaron? Vale la pregunta que se hace María Bitsori y Emmanoulil Galanakis: algunas escuelas de medicina, ¿decorarían hoy sus auditorios con Medicine, de Gustav Klimt? Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el viernes 21 de julio de 2023