- Dic 12, 2021
- Pedro Vargas
- Anticiencia, Antivaxer, Ciencia, Ciudadanía, Coronavirus, COVID-19, Cultura Científica, Cultura Democrática, Cultura Humanista, Cultura médica, Cultura Política, Derechos Humanos, Epidemias, MAESTROS DE MEDICINA, Máscara facial, Padres, Pandemia, Salud Pública, Vacunación, Vacunas
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La divulgación de opiniones a través de las redes sociales es una forma de sensor sobre emociones, conocimientos y arrojos de quienes las frecuentamos. Arrojos, cuya matriz es variada: atrevimiento, deseo de figurar, desconocimiento, gozo con la confrontación e ignorancia por decisión u opción. Un arco iris de la sociedad narcisista.
Creo, en esta ocasión, importante revisar algunas cosas sobre las vacunas, la vacunación y, de paso, quizás si me alcanza la tinta, sobre la vacuna contra COVID-19.
Empiezo diciendo, con la precaución de no lastimar a nadie, que la hegemonía de la antivacunación no se la ha ganado ningún grupo, y mucho menos, ningún individuo, entre nosotros ni de nuestro tiempo. Esto es importante aclararlo porque a estos grupos antivacunas pertenecen víctimas de las disparidades sociales y económicas. Como también, los más encumbrados privilegiados de la sociedad, con acceso -incluso inmerecido no pocas veces- a una educación superior.
Pero, si pudiéramos destinar ese “prestigio” a alguien o alguno, sería a la política y a la religión. Entre otras cosas, no pocas veces cuando estos dos poderes se han amalgamado, el producto ha sido de serios y preocupantes resultados. Todo esto contradictorio, cuando entre los mejores aliados para la protección del Otro, para el beneficio de las gentes y entre las gentes, aquellos que siempre hacen fila de último y hasta por gusto, las autoridades políticas como las eclesiásticas, los políticos y los fieles, estaríamos liderando proyectos para alcanzar logros en favor de la persona humana.
Para vacunar, ni antes ni después, hay que usar máscara facial. Hay que lavarse las manos, se puede usar guantes desechables de un solo uso, hay que limpiar con alcohol el área de la inyección y, al retirar la hipodérmica, se hace presión por algunos segundos, en el sitio de inyección y, a mis pacientes niños y adolescentes, les aplico una cura redonda, para proteger la ropa de mancharse con algún sangrado.
La máscara facial de quien vacuna y del vacunado que hoy utilizamos con responsabilidad y solidaridad con el prójimo, después de las vacunas que siempre hemos aplicados los pediatras y, entre ellas la vacuna contra COVID-19, es la mejor medida individual contra el contagio de una infección que sigue haciendo estragos porque es nueva, el virus que la produce es altamente contagioso, muta con bastante facilidad, lo que, hasta que no lo descubramos, es un factor de reinfecciones o infecciones primarias, y solamente se podría obstaculizar esa capacidad infecciosa si hubiésemos vacunado a un 85% o más de la población. Esto debe saberlo un médico, aunque no sea vacunador o solo conozca los nombres de las vacunas.
Es necesario recordar que recibir una, o dos dosis de la vacuna de COVID-19 podría no ser suficiente para calificar al receptor como vacunado. Falta por conocer si la vacunación completa son 2 o 3 dosis y las que sigan si serán refuerzos. Ahora, dosis para completar la vacunación o dosis refuerzos se deben recibir, no importa el calificativo que les demos más tarde.
El otro concepto que necesita aclaración para las personas no entrenadas en Medicina es que hay vacunas que sí enferman con los síntomas de la enfermedad para la cual se aplican. Sin embargo, no por ello “propagan” la enfermedad, solo enferman al receptor de la vacuna. Son las vacunas con el virus vivo pero atenuado. Un ejemplo de ellas, es la vacuna oral contra el polio. La enfermedad producida por la infección con el virus atenuado suele ser leve, pero hay instancias en la literatura con informes o reportes de enfermedad moderada y hasta seria. Esta enfermedad post vacunación suele no transmitirse a los contactos. Las vacunas contra COVID-19 disponibles no son vacunas con virus vivo atenuado, así que esta posibilidad no existe. También sabemos quienes vacunamos, que muchos síntomas molestos después de las vacunas, que se confunden con los malestares de la enfermedad, pueden darlos otros componentes de las vacunas y no son la enfermedad. Ocurre con la vacunación contra el flu de temporada que usamos en Panamá. En Panamá la única vacuna contra el flu de temporada es una con virus inactivado, es decir, no hay posibilidad alguna que produzca la enfermedad en el vacunado.
Ahora, sí hay algunas vacunas que pueden propagar la enfermedad. Una es el polio oral porque el niño por algún tiempo excreta el virus atenuado de esa vacuna, por las heces que podrían contaminar a otra persona o niño. En EEUU se utiliza una vacuna contra el flu que se aplica por inhalación nasal y que no es inactivada. Esa vacunación puede enfermar a otros alrededor del vacunado y diseminar la infección por flu. Los pacientes inmuno incompetentes, ya sea por enfermedad del sistema inmune o por el uso de medicamentos que deprimen al sistema inmune, pueden enfermar seria y gravemente si se les aplica una vacuna de virus atenuado y esa es una de las instancias cuando una vacuna puede enfermar seriamente al vacunado.
Las vacunas contra la infección por el virus SARS-CoV-2 y la vacunación contra el COVID-19 no dividieron a la sociedad médica, ni a las comunidades, ni a los investigadores, ni a las familias ni a los amigos. Solo los hizo, como en la política o en la religión, el fanatismo. Lo hicieron los grupos que, por razones diversas, por celos profesionales, por enemistades indisolubles, por intereses odiosos, otra vez políticos y económicos, adversaron a unos y otros, y crearon más incertidumbre, enfermedad y muerte en una población ya desinformada y con temores.
Fueron y son los negacionistas de la ciencia, con convicciones oscuras, quienes aún en las fronteras de las tumbas desconocen la pandemia que hoy suma 269 millones, 728 mil 230 casos confirmados por PCR, y 5 millones, 301 mil 408 muertes. Son los mismos antivacunas que nunca antes habían tenido la oportunidad de mirar la data de 8 mil 415 millones, 462 mil 898 dosis de vacunas puestas y siguen exigiendo pruebas de las bondades de la vacunación y dan un valor incalculable a noticias prematuras sobre ocasionales efectos adversos, muchos pasajeros y transitorio, cuya incidencia es muchas veces inferior a la incidencia de las mismas condiciones producidas por la infección natural.
La vacuna tampoco discrimina a las personas. Decir esto es otro disparate. Ni siquiera la infección y la enfermedad lo han hecho. Las disparidades en salud pública son de vieja data, injustas, contra los derechos y dignidad de las personas, de una falta de empatía tan cruda e inhumana que nos avergüenza como seres humanos. La no solidaridad de quienes quieren deambular sin máscaras y sin haberse vacunado, entre personas cuyo estado de salud o de inmunidad desconocen y pondrían a riesgos, sin distanciamiento y sin cuidarse con medidas de mitigación probadas, no solo ahora sino en pandemias y epidemias anteriores, son quienes dividen a la comunidad y quienes quieren gozar de privilegios amparados por la vacunación de los demás, ignorando que todavía no se ha alcanzado la inmunidad de grupo necesaria para que ellos se monten gratuitamente en la vida social y comunitaria de donde viven. Son los mismos que reclaman derechos que le niegan a los demás.
Los niños de 12 años que quieren vacunarse tienen mejor juicio que sus padres que no los quieren vacunar. Los niños parecen conocer mejor que algunos padres, que se sentirán más seguros en las escuelas presenciales, en la práctica de sus deportes, en las actividades sociales y familiares; que la posibilidad de enfermarse y hospitalizarse será más remota; que seguro serán menos eficaces infectando a otros si por alguna razón se infectaran estando vacunados; y, que ellos constituyen una proporción de la comunidad nacional suficientemente grande para que vacunados, logremos esos porcentajes tan altos que esta infección exige para que ganemos la inmunidad de rebaño. Esto todo parecen desconocerlo o no querer conocerlo algunos padres que reclaman el derecho a decidir la vacunación por ellos. Muy delicado este asunto.
El mejor interés del niño no lo garantiza un padre o una madre por el solo hecho de haber contribuido a su concepción. La potestad sobre los hijos se gana con claras evidencias de que los aman y los protegen y no que los controlan a su antojo, incluso para cumplir con agendas que se han impuesto para combatir la ciencia, alimentar teorías de conspiración o empeñarse en intestinas luchas partidarias y de intereses de religiones. Solo hay que mirar las crecientes cifras de madres solteras, de desconocimiento ante la ley de los hijos, de divorcios tempranos y de maltrato y negligencia a la mujer y a los hijos, para reconocer que no son esos los padres que mejores decisiones toman.
La vacunación es una actividad probada en todos los escenarios. Este nuevo escenario también ha probado ya la eficacia y la seguridad de las vacunas contra COVID-19. 12/12/2021