- Ene 6, 2023
- Pedro Vargas
- Antivaxer, Bioética, COVID-19, Higiene y Salud, La Prensa, MAESTROS DE MEDICINA
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La dificultad de los padres en exponer a sus hijos a la infección por covid-19 y sus variantes pareciera ser menor que vencer las falsas premisas y conclusiones de los individuos propuestos a que la gente no se vacune, una actividad subvencionada por la sociopatía y rampante exposición de la cultura de la mentira que nos destruye. A mí me conmueve la madre siempre atenta al crecimiento y desarrollo de sus hijos, a su salud y la prevención de enfermedades y accidentes, que no puede tomar una decisiva opción por la vacuna, probada su eficacia y su seguridad, porque la libertad de información ha sido prostituida por la desinformación, el discernimiento embrutecido por el miedo y la coherencia violada por la infamia de la mentira.
La vacuna contra la covid-19 se produjo en tiempos no contemplados, ni siquiera sospechados. Lo único que se conocía era su necesidad, que nacía de los imparables y crecientes números de muertes y muertes miserables e indignas, sin alcanzar el hospital y, no pocas veces, ni las aceras del vecindario. Ya algunos lo olvidan con propósitos de cambiar la historia, como en otras ocasiones. Pero también, la secuenciación del virus, necesaria para crear la vacuna, se logró en tiempos insospechados, gracias al avance tecnológico y la colaboración entre científicos.
El 8 de diciembre del 2020 se aplica la primera dosis de la vacuna fuera del ensayo clínico. Para entonces, el número de muertes por covid-19 alcanzaba 1.8 millones en todo el mundo. Entre los países con más de 2 millones de habitantes que más muertes habían notificado estaban Bélgica, Eslovenia, Bosnia, Italia, Perú y España. España tenía el mayor exceso de fallecidos. Estados Unidos, Brasil y México eran los que más muertos acumulaban en nuestro continente. Con la deseada aparición de la vacuna, se multiplica el malsano propósito de negarla, catapultado por la tecnología de la información y desde plataformas de unos cuantos generadores de mentiras, protegidos no por su búsqueda de la verdad, sino por el manoseado concepto de la libertad de opinión.
La escasez de la vacuna y una distribución no ética de ella explicó por qué el propósito de uno de los productores, Covax, no alcanzó a vacunar el 20% de la población calculado para finales del 2021, ni el 40% que la OMS propuso. Aun así, para el 8 de diciembre del 2021, 365 días después de la primera dosis aplicada, la estimación fue que 14.4 millones de muertes se habían prevenido en 185 países y territorios. Para el 4 de enero del 2023, se han registrado 7,507,564 muertes en el mundo y se han confirmado 662,089,167 casos. Todavía alguno se atreve a negar la infección. Ya hay más de 4 mil millones de personas vacunadas en el mundo. Solamente en Estados Unidos, desde diciembre de 2020 a noviembre de 2022, la vacuna ha salvado de la muerte a más de 3.2 millones de personas y evitado unas 18.5 millones de hospitalizaciones. Todavía alguno se atreve a amenazar con juicios sumarios a serios y comprometidos investigadores y gobiernos por el hecho de promover la vacunación. El despropósito de unos pocos sociópatas carga baterías cada cierto tiempo, para repetir los tantos argumentos enterrados por la evidencia de la ciencia, el amor por la hipérbole, como lo dice el doctor Peter Hotez.
El caudal de mentiras ha afectado a la población de los niños, la más vulnerable y la supuestamente más protegida por la sociedad, negándosele la vacunación por temores. Por ello, es necesario fortalecer la información veraz. Un niño previamente vacunado, aunque sea infectado y aunque enferme, tendrá un resultado favorable con menor o ningún riesgo de ser hospitalizado, de ser admitido a una unidad de cuidados especiales y de morir. Para el invierno de Estados Unidos y naturalmente para nosotros, las predicciones del comportamiento de la covid-19 son que estará dominado por 4 subvariantes de Omicron (BQ.1, BQ1.1, XBB y XBB.1), que serán las responsables de la mayoría de las infecciones de persona a persona, debido a la alarmante evasión de estas subvariantes a los anticuerpos contra el coronavirus novel. Su comportamiento frente a los vacunados contra la covid-19 y múltiples refuerzos, incluso con la vacuna bivalente, todavía es especulativo. Este panorama nos indica que no debemos atrasar más vacunarnos y vacunar a nuestros hijos, a partir de los seis meses de edad, y reforzar la inmunidad regularmente.
Un estudio llevado a cabo en Canadá entre mayo y diciembre de 2021 con data de 85,162 nacimientos, donde la mitad de las embarazadas (43,099 o 50.6%) había recibido una o dos dosis de la vacuna contra covid-19 (42,979 o 99.7% con una vacuna mRNA) durante el embarazo, no reveló ningún exceso de riesgos para el bebé en formación y crecimiento intrauterinos, comparado con las madres no vacunadas. Las cifras para nacimiento prematuro, bajo peso para la edad gestacional al nacer y mortinatos o muertes fetales no fueron diferentes en los dos grupos de embarazadas. Se puede inferir como una vacuna segura, en un período de crecimiento fetal rápido y tanta vulnerabilidad para el desarrollo de su bebé.
Con todas estas cifras no hay que sumergirse en genialidad para darnos cuenta del altísimo costo de la irracionalidad y del irrespeto a la ciencia. ¿Por qué queremos cultivar hoy el antiintelectualismo, como han señalado otros? Una especie de comportamiento parroquial o tribal facilita que el internet agrupe no solamente el pensamiento similar sino el ligero, y donde se divulga vulgarmente esa liviandad del intelecto o su oculta operación antisocial. Optar ser ignorante y libre es un oxímoron.
Pero coexiste algo grave: la incapacidad moral e intelectual que la pobreza científica o el ogro político inducen para que quienes son rectores de la atención de la medicina del país afronten la mentira cuando se han lanzado al viento, como tempestad, con argumentos falsos creados en los hornos de la maldad, con propósitos de desprestigiar a hombres y mujeres de ciencia y los hallazgos de ella. Incluso, cuando han utilizado individuos con funciones académicas, que faltan a la integridad de la investigación para satisfacer mezquinos propósitos electoreros mientras se miente. Es el caso en Florida, donde un profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de la Florida, el doctor Joseph Ladapo, viola los principios de la integridad en la investigación -haciendo uso de su alta investidura política en asuntos sobre salud de ese estado- a los que está obligado a cumplir, en su posición de profesor de medicina de dicha escuela y universidad, y por lo cual ha sido denunciado a su Comité de Integridad en la Investigación.
El clima es cada vez más crítico y el fundamentalismo político no es nada diferente del religioso. ¿Esperamos o hacemos nuevo, el nuevo año?
Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el 6 de enero de 2020