- Ago 4, 2018
- Pedro Vargas
- Ansiedad, Enfermedades Psiquiátricas, Salud Mental
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Las escuelas no enseñan ni forman sobre la salud mental. Los hogares le tienen temor a hablar sobre enfermedad mental, particularmente cuando uno o más miembros de la familia sufren por ello.
Los niños no saben qué es una enfermedad mental como la ansiedad, por ejemplo. Y, cuando no es que aquellos niños que no la sufren consideran la enfermedad como un caso de locura es que aquellos que la sufren creen que esa es la forma de sentirse: triste, solo, apartado, aburrido, cansado, con problemas para dormir, como la forma normal de vivir, de ser. Les ocurre como al niño que siendo miope no se da cuenta de ello hasta el día cuando se coloca unos lentes correctores y entonces, ve bien claro todo, lo que veía borroso no era borroso, lo que no podía leer sí se puede leer.
Hay que hablar de salud mental desde muy temprano en la familia y quien sufre alguna enfermedad mental, tiene que romper el silencio.
Lo primero que nuestros niños tienen que saber es que en las diferencias se encuentran las cosas que nos deben unir y no apartar, que la diversidad no es una criba para separar lo bueno de lo malo, lo sano de lo enfermo, lo que enorgullece de lo que da vergüenza, lo bonito de lo feo, sino la expresión amplia de la variedad de personas que nos rodean, que somos y que, a pesar de las diferencias, siguen siendo personas a quienes respetar y a quienes amar, personas como nosotros.
Lo segundo que debemos enseñar a nuestros hijos en nuestras primeras lecciones sobre salud mental es que la tristeza es un sentimiento como lo es la alegría, que el miedo es otro sentimiento que no tiene por qué producir vergüenza ni te hace débil o menos fuerte, que el sentirse bravo o molesto no es ser grosero o mal hablado y que debe expresarse y no guardarse, que puede uno sentirse así aún cuando para otro no hay motivo suficiente para justificarlo, pero es importante que estos hijos nuestros lo entiendan como un sentimiento válido porque es propio, porque es mío.
Lo tercero es fortalecer la autoestima a nuestro hijo ansioso, desde muy pequeño. Estar allí cuando nos necesita, responderle. No cansarnos de decirle cuánto lo queremos y dejarle ver sus fortalezas, sus bondades, sus habilidades y sus capacidades. Celebrar sus éxitos. Permitirle que hable, que se exprese, que se deje llevar por sus instintos, que explore, que falle o que fracase, pero estar allí a su lado demostrándole siempre cuán importante es y cuánto le amamos. Que no le crea a todo aquel que lo disminuye o lo matonea y que sepa responderle con seguridad y contundencia cuánto vale para él tener sentimientos y emociones que puede compartir. 4/8/2018