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Con el confinamiento de los niños por la cuarentena, aparte del clásico, “aburrimiento”, he señalado riesgos como un aumento de la violencia entre ellos o con sus padres u otros adultos en la casa, problemas de sueños, crisis de ansiedad, depresión, posturas retadoras y comportamiento oposicional, explosiones de rabia o de ira con el uso de vocabulario soez, agresividad dirigida, desesperanza, ideación y planeamiento suicidas, entre muchos otros comportamientos.

 

La mejor terapia para todas estas condiciones es liberar racionalmente el confinamiento para ellos teniendo en cuenta de que los niños sí enferman con Covid-19 y que los padres sí los protegen, los aman y los acompañan. Todos sabemos, aunque de forma inconclusa, que ellos enferman, que ellos pueden ser portadores sanos y que ellos pudieran ser un reservorio o reserva importante del SARS-CoV-2.

 

Entre los adolescentes como entre los adultos que usan drogas adictivas, sabemos que el confinamiento es también un riesgo para buscar esas substancias psicoactivas, para atender la urgencia de su uso entre aquellos con el Trastorno de Uso, y para tornarse agresivos, salir a la calle a como de lugar, cometer delitos y enfermar más gravemente.

 

Ahora quiero señalar algo que quizás ya varias familias han experimentado y es el riesgo de serios y hasta fatales accidentes en las casas, con sus hijos pequeños confinados y “aburridos”.  Ni siquiera la escuela en casa, las tareas domésticas fiscalizadas cuando no cumplidas por las madres son una garantía de que un niño “aburrido”, un niño curioso, un niño en el mejor momento de su etapa exploratoria, un niño en el poco momento libre que tiene entre estas tareas por zoom, se le ocurra la magnífica idea de conocer mejor lo que un día antes, o el otro día, o hace algún tiempo descubriera que había en casa y que no era para él o ella.

 

Me refiero al peligro que en todo momento y no solo en momento de Covid-19 tiene el “guardar” en casa: desinfectantes corrosivos o venenosos, el mismo alcohol para preparar compuesto de gel alcoholados o para el aseo de las manos, licor, fármacos para el dolor, cigarrillos electrónicos y sus cartuchos, marihuana, cocaína y armas de fuego.

 

Esta historia que sigue, pudo ser cierta en una época como la que vivimos. En el primer break de su tarea con su mamá y 2 horas después de haber desayunado muy bien, como todos los días, este niño sano regresa quejándose de que se siente mal y que tiene la lengua dormida.  Empalidece frente a los padres, se desvanece sudoroso y pálido, no responde a preguntas de cómo se siente, está fláccido y los ojos “se le van para atrás”.  Inmediatamente se le da azúcar en la boca y cuando parece “reponerse” algo, se le dan unas onzas de jugo de naranjas, pero vuelve a un estado de somnolencia marcado, y se sigue viendo mal por lo que deciden sus padres llevarlo a un Cuarto de Urgencias.

 

El examen físico y neurológico revela un niño profundamente somnoliento, con las pupilas dilatadas y no reactivas, con taquicardia marcada, presión arterial normal, pálido, reflejos osteotendinosos (rotulianos o patelares, de Aquiles, bicipital y tricipital) con respuesta muy viva y rápida, sin signos de compromiso de las meninges[1].  Su electrocardiograma normal descarta una arritmia cardíaca como causa del síncope.  La tomografía de cráneo es normal, la punción lumbar descarta un proceso infeccioso agudo.  El electroencefalograma revela actividad epiléptica con brotes abundantes[2], para lo cual se impregna con medicamento anticonvulsivo, controlando inmediatamente la actividad eléctrica cerebral anormal. La investigación incluye laboratorios de sangre y orina[3].  El examen de orina confirma la sospecha clínica.

 

El niño, en un espacio de tiempo tipo “recreo”, consumió uno o más “gummies” que encontró en el cuarto de sus padres.  Estos “gummies” marihuana[4], contienen 10mg cada uno de THC (tetrahidrocanabinol).  El niño debió ir directo al lugar “bien difícil y guardado” de la casa, donde uno de los padres los guardaba.  Nadie sabe desde cuándo los había visto y desde cuándo su curiosidad le dijo que había que probarlos.  Así mismo pudo haber tomado una pistola y habérsela disparado.  Así mismo pudo haberse tomado algún volumen de aguarrás que encontrara debajo del lavaplatos de la cocina.  Así mismo pudo haberse tomado alguna bebida alcohólica o el contenido muy rico en nicotina de un cartucho de cigarrillo electrónico.  Quien crea que esto no ocurre, que por lo menos tenga la precaución de entender que mata rápidamente y que en estos días de hacinamiento, es un riesgo real de ocurrencia y de fatalidad.

 

Esto no lo hago para iniciar una discusión sobre el uso de marihuana sino para llamar la atención de los riesgos que la curiosidad de los niños crea y no importa si dentro fuera de la casa donde viven, más cuando están “aburridos”, sin disminuir porque estén “cansados”, y nada difícil de entender cuando los tenemos confinados por muchos días y semanas, a un espacio siempre reducido en la vida de un niño, y a pesar de tener tareas que hacer y a pesar de tener la compañía de adultos.

[1] Claudet I, Mouvier S, Labadlie M, et al: Unintentional Cannabis Intoxication in Toddlers. Pediatrics 2017; 140(3):e20170017

[2] Carvalho A, Evans-Gilbert E: The Pathophysiology of Marijuana-induced Encephalopathy and Possible Epilepsy after Ingestion in Children: A Case Series. Innovation in Clinical Neuroscience. 2019 Mar 1; 16(3-4):16-18

[3] Cannabis (marijuana): Acute Intoxication. UpToDate

[4] Children’s Hospital of Colorado. On Marijuana

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