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Quienes estudian y saben estudiar, conocen sus mejores métodos para aprender.  Poner ejemplos personales no es necesario, pero mi carrera de medicina la hice estudiando el mismo tópico con más de un texto. Estudiaba solo y estudiaba en compañía, en grupos, sobre todo la anatomía. Recurrimos como grupo a tener un preceptor en horas extras, necesarias para facilitar la empresa prometida de superar con creces el aprendizaje y, por ende, los exámenes.  Comprábamos libros de examinadores probados para examinarnos con las preguntas allí presentadas y descubrir falencias como metodología de los exámenes.  Optamos por la excelencia.

 

Nada de eso fue nunca una debilidad, una falta, una trampa, una mentira, un desvío o un acto de corrupción.  ¡No!  Siempre fueron y han sido instrumentos asertivos para aprender.  Bueno, me refiero a quienes queríamos estudiar y aprender, a ser excelentes médicos y mejores personas.

 

Quienes se examinan, ya sea con exámenes escritos u orales -me refiero a la carrera de medicina y sus especialidades- también conocen que hay diversas formas de presentar los cuestionamientos, las preguntas, tanto en los exámenes escritos como en los exámenes orales.  Las diferentes formas son una exposición a la vida real, donde y cuando el paciente no siempre te da toda la información para hacer el diagnóstico, sino que se requiere también del examen físico, orientado primero hacia lo que la historia clínica te provee, sin despreciar lo que se va a encontrar solamente si ese examen sigue un orden preestablecido.  Por ello, hay preguntas de una sola respuesta categórica o de varias posibles (un conjunto de signos y síntomas nos llevan a considerar un diagnóstico o dos o tres), hay preguntas a cuya respuesta correcta llegas mediante la eliminación de posibilidades que te presenta el examinador (como cuando llegas a un diagnóstico “por eliminación” de otras causas), hay preguntas para llenar espacios (donde se pone en vilo la memoria del conocimiento).  En fin, el examen examina como el paciente nos examinará como médicos bien entrenados, conocedores y con habilidades.

 

Bien es cierto que, por mucho tiempo y desde hace mucho tiempo, al mal resultado con estos exámenes se le atribuyó y atribuye “el tipo de preguntas”, cuando realmente es el grado de formación o conocimiento del examinado, quien califica en la proporción necesaria para calificar conocimiento y práctica.  En la práctica de la medicina tiene que haber un método científico para acercarse al diagnóstico y una ética para dar tratamiento.  Los buenos exámenes nos exponen a esa prueba.  Las buenas escuelas de Medicina, nos preparan para una excelente práctica científica y humanista, porque se revisan periódica y frecuentemente los currículos, porque se califican los resultados mediante la calificación a los estudiantes y a los profesores, porque están abiertas a la calificación externa y compiten por ello.

 

De todo esto, se puede fácilmente colegir que la participación de una escuela de medicina a calificadores externos, ya sea de sus estudiantes y/o de sus maestros, no debe motivar rechazo sino acogida, no debe producir vergüenza sino orgullo, es un instrumento que adelanta un paso hacia el cuidado y la atención amable, científica y certera de los pacientes, y, primordialmente, que no debe dejarse en manos de intereses políticos sino docentes, o, en manos de las escuelas de medicina y no de asambleas políticas que, a pesar de ser constituidas por la elección popular, no rara vez obedecen a sus intereses personales y a sus cálculos electorales.

 

La escuela de medicina es quien debe tener la potestad de elegir sus programas de enseñanza de la Medicina.  Ella es quien debe elegir sus métodos para calificar y calificarse.  Ellas es la responsable del resultado que revela su compromiso y su dedicación con quienes aspiran a ser doctores en Medicina, y con la sociedad donde estos servirán.  El Estado es el responsable de conocer los hechos, la realidad y no de encontrar maquillajes para mejorar tales resultados, más bien exigir que se cumpla con la excelencia o con la expulsión del sistema.  Tendrá que existir un patrón para medir y poder optar por decisiones de este tipo, ese patrón puede ser nacional, claro está, pero en manos de quienes profesan la enseñanza y el aprendizaje.  La competencia internacional nos hará despertar de los aciertos y los errores.  No tiene por qué eliminarse.

 

Cuando vemos que para ejercer la medicina en el país se requiere ser panameño, por ejemplo, se cae en el error de que la profesión médica tiene nacionalidad y, peor, se hacen dos consideraciones falsas: una, que ese es el más importante elemento para garantizar una práctica médica responsable y probada, dos, que la formación extranjera no es mejor que la propia o, pero, que se descalifica por ser extraña, cuando lo que toca hacer es evaluar los programas de la formación médica, solicitar las calificaciones de tal formación a esas escuelas (no a los aspirantes a una idoneidad de la práctica, sino a las mismas escuelas) o establecer contactos de reciprocidad de la enseñanza médica, no entre gobiernos, sino entre las escuelas de medicina.

 

Y aquí entro en otro tema que siempre es motivo de desagrado con el desacierto: título profesional vs derecho a practicar mi profesión.

 

Yo soy médico por una escuela de Medicina, no por un gobierno o un país.  Después de completar exitosamente mis estudios de Medicina, yo soy médico.  Nadie me puede quitar ese título, ese grado, ese logro, excepto la misma escuela de medicina que me lo otorgó.  Si la escuela de medicina nacional no ha establecido reciprocidad con esa escuela, entonces tiene que definirse.  Lo peor que puede ocurrir, es que no reconozca el título profesional de esa escuela porque no se cumple con los estándares establecidos juiciosamente por la escuela de medicina nacional (y señalo que no me refiero a ninguna escuela de medicina en particular, sino al concepto sobre los programas de docencia, que debe existir y deben cumplir todas las escuelas de medicina en el país).

 

“Al país que fueres, haz lo que vieres”.  Para ejercer la práctica de la Medicina, el estado debe establecer requisitos que deben cumplirse.  Eso no me da mi título profesional, eso me da el permiso para ejercer mi profesión.  Eso es lo que se debe conocer por idoneidad que, en el caso de los médicos, es la idoneidad médica.  Y ella, también está expuesta a ser perdida si en algún momento, no se cumple con los requisitos de su aprobación.  ¿Por qué es tan difícil aceptar estas diferencias?  No lo sé.  Hay países, aún más, donde la idoneidad permite trabajar porque se concede después de cumplir requisitos que no tienen nada que ver con la nacionalidad del aspirante.  Pero, además, hay exámenes que se presentan en estados o regiones que se exigen para ejercer en esos estado o regiones y que confieren créditos a quien los pasa y los ostenta. Y también hay reciprocidad entre estados para reconocer idoneidades.

 

En estos días, desafortunadamente el asunto de los puntajes y las certificaciones se prestó, por su sospechado origen, para perder la oportunidad, -si es que se perdió en algún momento antes, cuando se aprobó aquí y afuera, la participación de los estudiantes de medicina del país para calificarse con un sistema de evaluación probado en otras latitudes- de hacernos un autoexamen de conciencia, como formadores de médicos humanistas y de ciencia, para una sociedad que cada día pierde más la confianza en nosotros, cuando todavía nos preguntamos pendejamente: “¿y por qué?”.  13/3/2021

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