- Nov 17, 2018
- Pedro Vargas
- Adicciones, Diversidad sexual, Drogadicción, Lecturas Bioetica, LGBT, Otras Lecturas, Salud Mental, Sexualidad, Suicidio
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Antes de ayer, 15 de noviembre, más de 900 muchachos adolescentes de 7 escuelas de la ciudad, entre públicas y privadas, en el Auditorio del Colegio de Las Esclavas del Santísimo Corazón de Jesús, en Clayton, nos hicieron el día a todos y cada uno de quienes venimos participando en una campaña de información y alerta sobre la salud mental y el suicidio.
Todavía hay personas que no conocen el origen de esta iniciativa. El origen es la estigmatización de la enfermedad mental, del suicidio y de la diversidad de la sexualidad humana. La fuerza inspiradora es el espíritu batallador, feroz y valiente de una periodista a quien queremos mucho. El equipo no es de doctos sino de seres humanos con una altísimo sentido de responsabilidad humana y de que todos gocemos del derecho al bienestar que da una vida con propósito de hacer a otros felices.
La inteligencia y la madurez que me revelaron cada pregunta de cada estudiante vino a confirmar lo que en otro lugar y panel, un muchacho de 14 años de edad le dijo a su mamá al final de éste: “mamá, muchas gracias por haberme invitado. Ellos pueden ir a todas las escuelas y hablar de esto porque nosotros estamos en la capacidad de entenderlo y aprenderlo”. Es muchacho había rechazado inicialmente la invitación de su mamá para que la acompañara a escuchar el panel sobre Salud Mental y Suicidio: Rompamos el Silencia.
Anes de la muerte por suicidio se implanta la muerte psicosocial. El aislamiento, la exposición a la violencia desde la familia o el hogar, pasando por la escuela y las redes sociales, y, la estigmatización de la enfermedad mental, de la adicción y de la orientación sexual, donde el transgénero apila el mayor número de víctimas. Los victimarios: la sociedad actual. Una sociedad que ha creado inseguridad, temores e inmediatez. Ningún tiempo pasado fue mejor, pero antes, el adolescente era invencible, todo lo podía, no le temía al revés y, ni siquiera, a la muerte. La juventud de hoy se ancla en la no resolución, en los miedos por las enfermedades, en el aborto de la iniciativa y la creatividad. Todo lo copia y todo lo desecha. Hay que cambiar todo constantemente, incluyendo compromisos. La tecnología nos viene devorando porque ha devorado el humanismo.
Para dañar la autoestima del ser humano solo basta con burlarse de él. Una burla que denota irrespeto a la persona, a la individualidad, a los derechos que todos reclamamos como seres humanos. Frente a los eventos adversos de la infancia, el “bullying” o matoneo está presente cuando hay violencia doméstica, cuando hay abuso sexual, cuando los padres liban alcohol o consumen drogas en el hogar, cuando alguno de los padres abandona el hogar.
En los años escolares, aún en los primeros años escolares y a todo lo largo de ese período tan vulnerable, la burla repetida con el deseo de lastimar, de dañar, de separar del grupo, de ignorar o deslegitimar es un instrumento descarnado e inhumano para el desarrollo emocional del niño y el estudiante. Es incuestionable la preponderante vigencia de personas lesbianas, homosexuales, bisexuales y transgéneros, particularmente los transgéneros, en la mira maliciosa y maligna de otros seres a su alrededor, incluso en sus propios hogares. Las cicatrices no se han reparado y no se reparan cuando el matoneo más severo continua en las redes sociales, que de social solo tienen el que pertenecen a grupos de la sociedad, para destruir la formación del adolescente. Se siembra ansiedad, depresión, trastornos de la personalidad, psicosis; o se sacan a flote.
Aparece la droga estupefaciente como automedicación o como refugio, como curiosidad o como reto entre compañeros, como criminal deseo de enriquecerse de unos a costa de la salud mental de otros. Alrededor del mundo, una de cada 6 personas tiene un trastorno de salud mental o de uso de substancias. Siendo esto no poco para algunos, el detestable deseo de enriquecimiento a toda costa le ofrece al empresario ilegal y al legalizado, el tráfico de drogas adictivas, un estadio donde para lograrlo se apunta a una juventud insegura y secuestrada, que sigue buscando y explorando actividades que le alejen de la realidad que vive.
Dañada la autoestima del individuo, producida la muerte psicosocial, se pierde la salud mental y el suicidio es una consideración, un plan y una ejecución. Después nos preguntamos ¿por qué? Porque hemos creado un ambiente de inseguridad donde nuestros hijos tienen que preocuparse de no perecer o de perecer con anticipación a su realización humana, porque nada más queda, ni futuro ni esperanza. Donde el abandono del otro es la normativa. Aquel joven que era invencible, que todo lo podía porque a su edad nadie moría, ya no existe. Hoy, crece entre temores y ansiedad, opta por morir incluso antes de completar su juventud. La conexión social ha fracasado frente a la conectividad mal utilizada de las redes sociales o antisociales, de una tecnología bruta y ruda frente para la cual no hay protección.
Es cierto que nuestras vidas hoy son más sanas, menos pobres o más ricas, mejor educados que hace solo un siglo atrás. Hay menos violencia y vivimos más años. Sin embargo, enfrentamos un reto: el no dejarnos vencer por la inmediatez, por la obtención fácil de todo, por la información al alcance de un par de dedos frente a una pantalla. Y nos rendimos al no saber qué hacer con todo eso que así de fácil y de fugaz duración se obtiene, sin aparente costos excepto la costosa pérdida de un futuro promisorio, de una vida humana. 17/11/2018