- Feb 28, 2021
- Pedro Vargas
- Abuso y Negligencia Infantil, Adolescentes, Bioética, Ciudadanía, Cívica y Política, Cultura Democrática, Justicia, Lecturas Bioetica, Otras Lecturas, Salud Pública, Sociedad
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¿Qué tal si afirmo que el problema con la niñez y la juventud no son los albergues sino el incumplimiento con los derechos y con la justicia de los niños?
Los albergues no son hoteles ni son internados, son lugares para ofrecer abrigo, alimento, cuidado, atención y amor a niños y adolescentes que, para proteger sus derechos, tienen que ser temporalmente asignados a estos lugares. Un hogar acogedor donde se debe iniciar la reparación emocional de los daños que produce la violencia a niños y jóvenes, que son depositados allí no como escorias, sino como seres humanos con dignidad y derechos. Tampoco son jaulas ni prostíbulos ni cuevas para la concupiscencia.
Sus huéspedes han crecido y provienen de ambientes tóxicos, donde la desigualdad social se manifiesta en enfermedad, crimen y muerte, hogares o lugares donde la violencia sexual y física la acalla la necesidad de comida, de calzado y de ropa, y caricaturas de familia, a las que la sociedad privilegiada y de espectáculos solo recurre para marchas de multitudes, otra vez caricaturas.
La actual coyuntura del país es llanamente un asunto de derechos humanos, de derechos humanos de la niñez, de justicia, de justicia social. Ni más, ni menos. Nada de aquello como que “la niñez es el futuro de la patria”. Falsa premisa y vilipendiada. La niñez es el presente. Una niñez vapuleada hoy es una sociedad fallida mañana.
Estos párrafos sonarán duros y lacerantes, o hasta injustos por su generalización. Imaginemos por un momento todos estos adjetivos arrancados cruentamente de la piel y del alma a sus víctimas, tallados en la deshonra y el dolor desde su niñez, en la perseverancia del abuso verbal, físico y sexual. Entonces, la dureza que describe es nada frente al escenario social -que el albergue resume- que ha ido creando la sociedad panameña, una sociedad desigual e hipócrita.
Los derechos humanos no son un documento que hay que firmar para pertenecer a un club de naciones, sino uno que hay que cumplir. Su cumplimiento garantiza que a todo ser humano, no importa su edad, su origen, su lengua, sus creencias o la ausencia de ellas, se le reconozca su dignidad, se le respete y se le proteja. Es obvio que, tener derechos no indica que no se tienen deberes. Ese argumento con frecuencia utilizado por los mismos de siempre, de que solo hablamos de derechos y no de deberes, es el primer síntoma de un rechazo al reconocimiento de los derechos.
En Panamá, lastimosamente, los derechos humanos no solo no se respetan, sino que se desconocen, no solo se desconocen, sino que generan burla, no solo generan burla, sino que gesta personas invisibles. Mi conciencia por validar los derechos humanos se fue formando con la dictadura de los años 80s, mi respeto por la dignidad humana, mi preocupación e interés por las desigualdades en salud pública afloró en el transcurso de mis estudios de medicina y de mi práctica pediátrica, y mi desprecio por la negligencia, el maltrato y el abuso a los más débiles y por fortachones, ha sido siempre el amargo sentimiento por la sociedad del espectáculo en la que se vive hoy día.
El Informe Preliminar del 8 de febrero de 2021 de una subcomisión de diputados por ordenanza de la Comisión de la mujer, la niñez, la juventud y la familia del mismo organismo, que investiga las denuncias presentadas de maltrato a menores en albergues regentados por SENNIAF, redactado por juristas que conocen las leyes, no solo enumera cuanto artículo de Ley se encuentra sobre fojas abultadas de leyes de este país, sino que, además, cuanto se ha archivado repetidamente todo intento por tener una ley para la protección integral de la niñez. No es ironía que este documento -que parece se decanta por su peso y no por sus intenciones- se engendra en el mismo lugar donde se archiva repetidamente, donde el moho cubre la desvergüenza.
¿Cómo puedo creer, como se engalana en señalar el documento mencionado, que hemos “visto avances sustantivos en políticas públicas y legislación para el reconocimiento y protección de los derechos de la niñez y la adolescencia”, con el solo hecho de iniciativas archivadas y leyes burladas, con la vigencia de poblaciones segregadas por el poder y vapuleadas por su condición de dependencia? Solo encuentro imprecisión en tales líneas, porque basta una grieta, que además se deja y se ha dejado crecer, en la responsabilidad adquirida por el Estado para garantizar protección a todos los niños, para restarle mérito alguno a tal afirmación u otra similar. ¿De qué vale que el niño escolar tenga un desayuno si para almorzar no hay nada y para dormir, un peligro de violación? ¿De que vale no interrumpir la educación presencial si no hay higiene y seguridad para todas las escuelas, u ofrecer una educación digital por línea si hay más niños y adultos sin acceso a la tecnología?
En este país, a los cientos de niñas embarazadas no se les encuentra el macho que las preñó, después de quién sabe cuantas violaciones y vejaciones. Y, después de obligarlas, so pena de castigo, a llevar el embarazo hasta que uno de los dos muera, gestante o producto, se les abandona. A los cientos de adolescentes prostituidos se les escondió su infancia de violaciones carnales en cuartuchos e ignominias. A “los maleantes” de la calle se les persigue, se les venden drogas estupefacientes, se les aprehende con tremenda manifestación de poder y eficacia, se les retratan sus rostros, se les pudre en cárceles -escuelas de delitos- para hacer justicia sin castigar a los progenitores de la delincuencia. Al fracaso escolar no le importa conocer las condiciones de vivienda ni de vida de los fracasados. A la diversidad, orientación e identidad sexuales se les desconoce y a las poblaciones de lesbianas, homosexuales, transgénero y bisexuales se les estigmatiza. Se celebran y bendicen matrimonios de conveniencia y se condenan uniones por amor.
A los niños no se les hace justicia. Es mentira que se les haga. Es mentira que se les quiera hacer. Hay otras diversiones donde ocupan su tiempo los actores y directores de la sociedad del espectáculo. Y, para esas otras diversiones, encuentran en la inocencia de los niños y la complicidad nuestra, los mejores bastidores para aforar el teatro. 28/2/2021