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Entre los grandes, el más grande avance de la ciencia y la medicina preventiva son las vacunas. Sin dudas ni flaquezas ante ningún argumento, incluso frente a fracasos y errores en su búsqueda humanitaria, la salud pública es muy diferente desde que vacunamos con puntualidad y temprano. Existen enfermedades e infecciones que se pueden prevenir, aunque sean ellas extremadamente contagiosas y produzcan enormes pérdidas de vidas y propiedades.

Entre ellas: el polio, sarampión, rubeola, paperas, la enfermedad respiratoria por el virus respiratorio sincicial, las enfermedades infecciosas por virus del herpes zoster, la varicela, la enfermedad severa por el virus del covid-19, enfermedades bacterianas como el tétanos, la difteria, la tos ferina, y las neumonías o las infecciones del oído medio por el neumococo. Hoy, también se dispone de vacunas contra el cáncer: el cáncer hepatocelular que, en el 54% de las ocasiones está originado por el virus de la hepatitis B (HB), particularmente si se adquiere la infección en la infancia; el cáncer cervical uterino, de la faringe y amígdalas, de los genitales masculinos y femeninos por el virus del papiloma humano (VPH), con riesgo de adquirirlos, cuando se inicia la vida sexual humana.

Sin embargo, evadir la vacunación parece ser la religión que, cual sacerdotes, predican algunas personas cultas, que no desconocen los correctos diseños y resultados favorables de la investigación sobre ellas. Eso potencia la gravedad de los efectos por lo que divulgan -con malicia y otras clases de sentimientos egoístas- a las poblaciones que sucumben a las infecciones y enfermedades. Por ello yo sí estoy entre quienes califican de delictivas esas posturas, que contradicen abiertamente la evidencia científica probada. Todavía mueren 300,000 niños en el mundo por la neumonía bacteriana causada por el Diplococcus pneumoniae y no pocos continúan evadiendo la vacunación, a pesar de conocer esos números, esas muertes, la enfermedad y sus secuelas. El actual rebrote del sarampión y la tos ferina, debido a la interrupción de la vacunación que produjo la pandemia del covid-19, otro efecto nocivo de esa enfermedad- es revelador de lo que ocurre cuando las poblaciones están pobremente vacunadas. Las razones son diversas, pero alguna conlleva un daño punible, al inculcar con mentiras y desinformación, contra la vacunación.

El sarampión es una infección respiratoria altamente contagiosa y con alta mortalidad entre poblaciones de los más pequeños, de los niños más pobres entre los pobres y los desnutridos, hijos menores de 5 años de edad sin vacunarse, para cuando ya todo niño debe haber recibido 2 dosis de la vacuna, lo que protege al 97% de los así vacunados. Una persona infectada con sarampión infecta a otras 12 personas en comunidades donde la vacunación no es superior al 94% de las personas de esa población. Ese es el porcentaje de vacunados que se requieren para proteger a los no vacunados, para inducir inmunidad de comunidad o de grupo. “La inmunidad de grupo es el momento, cuando le es difícil a la enfermedad diseminarse en un grupo de personas”.

En el 2022 se estimaron 9 millones de casos en el mundo -siempre un subregistro- y 136,000 muertes, la mayoría de niños, y a pesar de ello, se calculó que se previnieron alrededor de 57 millones de muertes, durante los años 2020-2022. Estas cifras mostraron una ligera mejoría con respecto a las del año 2020-2021, pero ya en diciembre de 2023 se observó un temeroso aumento de casos, incluso en países, cono Inglaterra, donde ya se había adquirido el estado de eliminación del sarampión. Esta información está al alcance del conocimiento de su pediatra, para que la utilice en favor de la vacunación. Entre los no vacunados, uno de cada 5 enfermos es hospitalizado, enferma de neumonía a 1 de cada 20 y produce una seria infección del cerebro y su cobertura o meninges, en 1 de cada 1,000.

Con cada enfermedad, la inmunidad de grupo es diferente, con lo que se dificulta conocer cuándo se alcanza, si se alcanza, para proteger a quienes deciden no vacunarse, a aquellos que no les llegan las vacunas, a los otros que no tienen acceso cercano a los bienes de la higiene y la salud y a las personas cuyas condiciones de salud les impiden recibir una vacuna. Es importante señalar que la inmunidad de grupo no se logra para cada una de las enfermedades infecciosas para las cuales existen vacunas eficaces y seguras. Cuando el virus muta o cambia rápidamente en cortos tiempos, como ocurre con el virus del covid-19 o con los virus de la influenza, se hace imposible adquirir inmunidad de comunidad. Tampoco se logra inmunidad de comunidad permitiendo que la gente se infecte para que cree sus anticuerpos. Cuando se trata de enfermedades de alta letalidad y poblaciones vulnerables, morirá mucha gente. Lo que se lograría entonces es barrer con la comunidad y, favorecer medidas como exponer a las poblaciones para que se infecten y enfermen es una opción ni científica ni ética.

La mejor, más segura y eficaz forma de protección es mediante la vacunación. Esto no elimina observar estrictamente las medidas de aseo y protección de barrera, esas que disgustan a muchos: cubrirse fosas nasales y boca con máscara facial y el lavado recurrente de las manos, particularmente en lugares copados de gente, estrechos, hacinados, como ocurre en las cabinas de los aviones o el transporte terrestre, en los aeropuertos, en las fiestas en bares, en espectáculos en espacios cerrados, en hospitales y clínicas. La inmunidad de rebaño también es muy difícil de lograrse cuando la enfermedad, que se disemina rápidamente, no da síntomas, o cuando los síntomas los desestima el médico y el paciente, cuando la gente dice, por aburrimiento o por falta de solidaridad, “esto es solo un resfriado y me voy esta noche a New York”, sin tomar ninguna medida de protección. La solidaridad es un compromiso con los demás, sea solidario.   Publicado en el diario La Prensa de Panamá, el 23 de agosto de 2024

El autor es médico.

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