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Si hay algo realmente hiriente a la dignidad de los seres humanos es la burla; a los ciudadanos, el irrespeto a sus derechos; a los electores, el robo de su voluntad. En suma, mentir cobardemente con la ayuda del fusil o del poder político. Lo que ocurre en Venezuela es una infamia.

La noche del domingo 28 y la madrugada del lunes 29 de julio, para quienes seguimos de cerca todo el proceso venezolano de varios años, con miras a retomar para ese país el camino de la libertad y el bienestar, validar el peso de la ley y el lugar de la justicia, fue un calvario de impotencia y rabia. Y, no termina. A pesar de que durante todo el tiempo tenía yo la certeza de que Diosdado Cabello no reconocería la voluntad popular sino la arbitraria decisión delictiva del flamante Consejo Nacional de Elecciones, que él mismo manipula y le infunde terror. El crimen es de proporciones inimaginables. Ahora se ensaña contra el pueblo en las calles y en las cárceles.

Los esbirros, ¿tendrán madre, tendrán hijos, tendrán hermanos, tendrán esposas, tendrán amigos? Sí, si los tienen, pero se comportan como si no los tuvieran o los negaran, o no les importaran. ¿Tendrán honor, tendrán hidalguía, tendrán coraje, tendrán patriotismo? No, no los tienen. Lo conocimos nosotros con la dictadura de Torrijos, el PRD y el Partido Comunista de Panamá, que culminara con Noriega.

El golpe de Estado de Chávez, ha llegado a su final. La presidencia de Maduro, ha llegado a su final. El ciclo interno, del que habla Ray Dalio, está en la etapa 6, la última del ciclo de los órdenes internos, sin haber pasado de la etapa 2. El estallido de la guerra civil está a las puertas de Venezuela, no solo por la tozudez de sus gobernantes sino por el insaciable apetito por el poder de sus esbirros.

No hay tal cosa como “la libre determinación de los pueblos” cuando los pueblos están bajo el sometimiento del yugo indomable de dictaduras que se burlan de la libertad, silencian la disidencia, torturan a los opositores y les asesinan a quemarropa, como instrumentos de docencia. No hay tal cosa como “la no ingerencia en los asuntos internos de un país”, cuando los asuntos de un país afectan los de otros, cuando la geografía, el territorio, se despoja de sus límites y barreras para abrir otros horizontes, cuando la globalización deja de referirse exclusivamente a los negocios. La traen a colación en cada ocasión, con volumen y rostros de hipócritas, los mismos que se meten en los asuntos de otros países para sembrar sus ideologías, hábitos, delitos e intereses. Extrapolo de otro autor, “la confusión aquí no es solamente política, sino también intelectual”, que bien se aplica, cuando se ponen a rodar slogans para abusar cada vez de sus significados y sus orígenes.

Violencia es -como alto y claro lo ha dicho María Corina Machado– callar las voces de los propios ciudadanos con cárcel y torturas, por el solo “delito” de disentir con el gobernante. Violencia es inventar delitos para sacar de circulación las candidaturas más duras que emergían de la oposición. Violencia es impedir la acreditación de testigos veedores del proceso electoral, invitados por la oposición. Violencia es amedrantar al pueblo que reclama en las calles con la presencia armada de asaltantes vulgares protegidos, ni siquiera por la noche, sino por la autoridad policíaca. Violencia son los juicios arbitrarios, las pruebas plantadas y manipuladas para incriminar delitos no cometidos, los allanamientos con motivos políticos, la calumnia, el libelo, el falso testimonio, la difamación. Violencia es la falsificación de documentos, la tergiversación de los hechos, la grotesca mueca de la mentira frente al altar de la Patria e invocando al Dios de la religión de la mayoría de un pueblo.

Violencia es amenazar con baños de sangre “si se pierden los comicios”. Violencia es tantas cosas que luce la dictadura venezolana -que nació de un golpe de Estado- y que culmina con el desprecio repetido al proceso electoral y al pueblo que lo adversa, a la aritmética del conteo de los votos, a la solicitud continental de mostrar las actas y publicarlas para exponerlas al escrutinio internacional y la declaración contundente de que los datos son irreversibles porque son munición de metralla y cañones. Violencia es la burla, es la mentira, es el cinismo, es la cobardía que palidece detrás de esos fusiles.

Venezuela no es una democracia y por tanto, es ilusorio pensar que el resultado de una elección presidencial como la del domingo 28 de julio puede pasar por la criba de valores democráticos y resolver, no el impasse sino el descaro gubernamental, con otro proceso electoral en el futuro. Hay que ser muy naive o compartir el juego, para creerlo o hacerlo creer. Si no se reconocen los resultados del domingo prontamente, en esta semana, no se reconocerán nunca y se invertirán tiempos, trampas para alcanzar el cansancio, donde la izquierda radical dicta con experiencia y milimétrica precisión.

Venezuela tiene un sistema político de gobierno autoritario que no respeta la alternancia del poder, la divergencia ideológica, ni la disidencia política, como tampoco, el reconocimiento de los resultados del sufragio, lo que le permite periódicamente vapulearlo. Lejos de ser una democracia participativa la tentación populista le hizo el camino hacia una autocracia excluyente y sorda, y ahora una dictadura arrogante y feroz. Nicolás Maduro ha perdido la mayoría del electorado nacional pero no ha perdido el cargo de presidente de la República Bolivariana de Venezuela, con lo que el ciclo no se cierra aún y no se cerrará, mientras los gobiernos del continente no desconozcan con firmeza su mandato y pasen a reconocer al presidente electo, Edmundo González Urrutia .   Publicado en el diario La Prensa de Panamá, el viernes 2 de agosto de 2024

El autor es médico


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