“Las actitudes sociales acerca de la paternidad por hombres homosexuales o mujeres lesbianas han cambiado dramáticamente. La identidad heterosexual no es ya consideración como pre-requisito para la formación de parejas íntimas, matrimonio, ni crianza de niños”.
La aseveración que hacen Ellen C. Perrin y sus colaboradores en el año 2019, investigadores y profesores de la División de Pediatría del Desarrollo y Comportamiento del Centro Médico de Tufts, en Boston, Massachusetts, está distante de ser realidad en nuestro medio. Esto se debe a nuestro puntual desconocimiento, ignorancia y desprecio de la evidencia científica, en un mar de emociones batido por escandalosas tormentas.
Es obvio que la legalización del matrimonio de parejas del mismo sexo legítima automáticamente las familias constituidas por tales parejas, ya sean homosexuales o lesbianas, y al mismo tiempo reconoce que sus hijos son beneficiarios del estatus de sus padres. Interrumpo para señalar que tanto hombres homosexuales como mujeres lesbianas pueden crear y criar hijos. Nuestro lento paso hacia validar derechos humanos reconocidos sin discriminar por la orientación sexual de las personas requiere de una cultura que reconozca la dignidad y la integridad de una comunidad diversa de jóvenes y sus familias. Su invalidación es un obstáculo superable con educación científica y en derechos humanos de la población.
Los temores continúan, como nos señalaba Melanie A. Gold hace 30 años, a pesar de la evidencia contraria, de que los hijos que crecen en hogares de padres del mismo sexo van a crecer como homosexuales, desarrollarán un comportamiento confuso y erróneo de su rol sexual, lo que generará conflictos del mismo orden, serán abusados sexualmente y tendrán conflictos con sus compañeros de edad. Estas preocupaciones no han sido sustanciadas con estudios. Es importante reconocer que tanto las familias formadas por padres heterosexuales como las formadas por padres homosexuales y madres lesbianas, junto con sus hijos, forman un grupo diverso, y dejar de estigmatizar como enfermos mentales a homosexuales y lesbianas. Sin embargo, como lo denuncia Charlotte J. Patterson, de la Asociación Americana de Psicología, “a diferencia de lo que ocurre con las familias heterosexuales y sus hijos, las familias lesbianas y homosexuales, así como sus hijos, son a menudo sujetos de prejuicios por su orientación sexual, que vuelcan contra ellos a jueces, legisladores, profesionales y el público, resultando no pocas veces en situaciones negativas, como la pérdida de la custodia, restricciones de visitas y prohibición de adopciones”.
Las investigaciones en el campo de las ciencias sociales y médicas documentan un crecimiento, desarrollo y bienestar normales de los hijos criados por padres del mismo sexo, recopilados por la Universidad de Cornell. Múltiples estudios, desde hace 45 años, cuando se denunciaba la negligencia en la investigación sobre el hogar de niños criados por madres lesbianas, enfatizan para los intereses de la ley, como lo presentan Jimi Adams y Ryan Light, entonces afiliados al Departamento de Ciencias de la Salud y del Comportamiento de la Universidad de Colorado en Denver, sobre el consenso científico de que los niños criados por padres del mismo sexo les va igual de bien que a los niños criados por padres heterosexuales en todo el espectro académico, del desarrollo cognitivo, del desarrollo social y de la salud psicológica. Tampoco difieren los hijos de familias homoparentales de los hijos de familias heterosexuales en cuanto al inicio de su actividad sexual ni el uso abusivo de sustancias.
En el inicio de la controversia en los Estados Unidos, la custodia, así como las visitas de los padres homosexuales, era llevada a los tribunales para dirimir las diferencias. Entonces, solo se favorecía este derecho a los padres heterosexuales, en nombre del “mejor interés del niño”, noble propósito tantas veces fustigado y abusado. Lo único que primaba para la decisión era la orientación sexual de los padres. Entre muchos otros, Mike Allen y Nancy Burrell habían publicado entonces los resultados de su metaanálisis (herramienta estadística para evaluar y sintetizar los datos y resultados de una colección de estudios similares en su diseño) que demostró ninguna diferencia en ninguna de las medidas comparadas, desde las prácticas de crianza de los padres hasta el bienestar emocional de los niños, ya fueran sus padres heterosexuales u homosexuales.
Los escandinavos Anderssen, Amlie y Ytterøy revisaron 23 estudios entre los años 1978 y 2000 de 615 niños y adultos (de 1.5 a 44 años) criados por madres lesbianas o padres homosexuales, comparados con 387 niños criados por padres heterosexuales. Se evaluaron resultados de funcionamiento emocional, orientación sexual, estigmatización, comportamiento y rol de género, ajustes del comportamiento, identidad de género y funcionamiento cognitivo. Los niños criados por madres lesbianas o padres homosexuales no se diferenciaron de otros niños en ninguno de los resultados. Lo mismo ocurrió con los niños criados por padres homosexuales.
Un estudio italiano liderado por el psicólogo de la Facultad de Medicina y Psicología de la Sapienza, Universidad de Roma, Roberto Baiocco, con el objetivo de reconocer el grado de funcionamiento familiar, la satisfacción de las parejas (satisfacción diádica) en cuanto a comunicación y flexibilidad y los ajustes emocionales y sociales de los niños entre familias de madres lesbianas y padres homosexuales, reveló que los niños criados por estas parejas mostraron niveles similares de regulación emocional y bienestar psicológico que los niños criados por parejas heterosexuales.
Si algo ocurre que produce números o estadísticas onerosas contra el bienestar de los hijos de padres del mismo sexo, es el aumento de la disparidad en la salud pública, debido a la forma discriminatoria como se los trata. Los actos de odio, como el maltrato y la violencia física y sexual, el matoneo o bullying, y el irrespeto, se hacen públicos sin restricciones ni temores, sin rechazos ni castigos. Se les destroza su autoestima, se les destruye su futuro, se les abandona en los trastornos de adicción y se los convierte en cifras de muerte por asesinatos y por suicidio. Entre los grupos que hacen muy compleja la relación con las minorías sexuales en los Estados Unidos están las relacionadas con las religiones, puntualmente la católica y la evangélica. Los médicos que hacen atención primaria de salud deben reconocer esta situación y los retos que ella introduce en la relación médico-paciente, así como en el bienestar de estos grupos minoritarios.
En el año 2023 se publicó una revisión sistemática que reveló que las familias de minorías sexuales tuvieron mejores resultados que las familias tradicionales en las evaluaciones psicológicas, en el conocimiento y entendimiento sobre las familias contemporáneas, y las relaciones interpersonales entre padre e hijos, mientras que en todas las otras evaluaciones fueron similares los resultados entre las familias evaluadas. Sin embargo, también señala el estudio sobre los superiores riesgos de estigmatización por discriminación y prejuicios, y el limitado apoyo y aceptación sociales a los estilos de crianza de las familias de las minorías sexuales. Los temores infundados sobre estos aspectos nacen precisamente de la estigmatización a las familias homoparentales.
Repito la opinión del sociólogo Paul R. Amato, del Departamento de Sociología de la Universidad Estatal de Pensilvania, hace 12 años: “El debate sobre el matrimonio del mismo sexo contiene asuntos constitucionales y valores fuertemente defendidos, valores a menudo basados en textos religiosos y tradiciones. Este no es un debate que se pueda adjudicar en base a la investigación de las ciencias sociales que han hecho importantes contribuciones para nuestro entendimiento de cómo una variedad de ambientes familiares se relacionan con el resultado en los hijos de adultos jóvenes. Pero estos hallazgos, y por esa razón, cualquier hallazgo de estudios sociales, no debe ser utilizado para restringir los derechos civiles de ningún grupo de individuos”. Publicado en el diario La Prensa de Panamá, el viernes 23 de febrero de 2024
El autor es médico pediatra y neonatólogo