- Feb 2, 2018
- Pedro Vargas
- Bioética, Derechos Humanos, Lecturas Bioetica, LGBT, Maternidad, Maternidad subrogada, Matrimonio, Matrimonio homosexual, Padres
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Tengo que confesar que este domingo leí por primera vez en mi vida, pero todavía no lo aprendo, por sentido de sobrevivencia, y que tiene más años que los de aquel que pronunciara tal aseveración, que el matrimonio es para tener hijos y el que no quiere tener hijos, que no se case. Entendí que quiso decirse «para concebir hijos», porque para tener hijos hay muchas formas de tener.
También tengo que confesar que siempre creí que dos personas se casaban por amor y no por amor a tener hijos. Sí, que quisieran tener una familia como producto de ese amor, pero antes que todo, por amor entre ellos. Sin embargo, ¿qué es una familia?, ¿qué clase de familia?
Enumerar aquí cuántas “familias” conocemos en el mismo vecindario es aburridor y no produce placer, a no ser que seamos morbosos o querramos divertirnos. Seriedad y diversión, ha dicho alguien es una forma amena de aprender. Pero, rápidamente, hay familias que solo se llaman así porque viven bajo el mismo techo, aunque en diferentes habitaciones, hay un hombre y una mujer que pueden o no necesariamente haber sido quienes engendraron los hijos que allí, y ya no, o sí todavía, habitaron o habitan ese espacio bajo techo. O “familias” que parecen haberse graduado en artes marciales o en vocabulario soez –de un léxico impresionante, más hablantes que habladores- y que le aparecen nuevos tatuajes para poblar la epidermis dura o endurecida, todos los días. La necesidad de incrementar el vocabulario no quiere decir que se sumen al uso diario términos lúdicos para mayores de edad.
Hay “familias” solo para venir a acurrucar los cuerpos sin las almas o las almas sin los cuerpos. Otras son “familias” donde las hijas de 11años o 13, crecen con “un señor” –cada vez distinto si da tiempo- que compra los uniformes y calzado de la escuela, algunos libros y películas, y si no atienden la escuela, sí la escuela de la calle y de la mala vida. Hay otras “familias” que no dejan crecer a otras familias, que les dictan a las demás lo que hay que hacer, particularmente cuando algunas de las hijas menores de la familia vigilada por el ojo que no ve la estaca clavada en el propio ojo, queda embarazada o tiene varios novios, mayores que ellas. Hay “familias” que pelean contra el aborto de estas otras familias mientras le dan condones a sus hijos menores y pagan consultas para legrados a sus niñas, con «un atraso menstrual». En fin, hay familias y hay familias.
Pero volvamos a aquella célebre pero infortunada frase de que “el matrimonio es para tener hijos”. Entonces esas parejas que se descubren infértiles tienen que deshacer el matrimonio. Y aquellas que adoptan hijos para solo mantener “la unidad” de la familia o al marido en casa, se erigirían como ejemplares. Y, aquellas que primero tienen o encargan al hijo por accidente o amor y les obligan a casarse por las iglesias, ¿será para cumplir con el sabio e inoportuno precepto o la receta para la sordera? ¿Cómo se clasifica la unión en matrimonio que tiene hijos porque fue conveniente para la herencia o la dote? No entro en otros detalles porque ya sabemos que hay matrimonios que no tienen hijos suyos gracias a la tecnología milagrosa de la inseminación artificial, de la transferencia de gametos, de la extracción de un espermatozoide de un testículo que no comprobó su fertilizante, de los úteros de alquiler, de los espermatozoides rubios para una pareja de color y de los óvulos de ojos azules para mirar al mundo diferente en generaciones de ojos negros. Y no nos olvidemos de la pareja transgénero que permite que la mujer deje preñado al varón y a ese varón, que le crezca el abdomen y alumbre un bebé hermoso, deseado y querido.
Ah, pero también hay parejas que adoptan hijos por amor entre ellos y por amor a los hijos que criarán. En otra palabras, para amar solo hay que conocerse y ojala que los hijos se quisieran tener, no para casarse y acostarse con la novia sino porque hay amor para alimentarlos, educarlos, vestirlos, darles techo y acompañarlos mientras crecen y después. Entonces también amarías al prójimo como a ti mismo y lo respetaríamos como me gustaría que me respetaran a mí y a los que amo. Algo así como respetar a todos y a todos respetarle en sus derechos. Un llano asunto de Derechos Humanos.
Entonces habría matrimonios con muchos hijos y matrimonios con mucho amor. Ustedes escojan. 29/1/2018