- Ene 6, 2017
- Pedro Vargas
- Bioética, Derechos Humanos, Otras Lecturas
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Los Derechos Humanos son inherentes a los seres humanos. No son discriminantes. Es decir, no hacen diferencias de las personas por género, ni por origen étnico, ni por edad, ni por color de la piel, ni por acentos en el lenguaje, ni por creencias religiosas o su negación, ni por afiliaciones políticas o sociales, ni por privilegios cognitivos o intelectuales, y mucho menos, por preferencias sexuales. Por los Derechos Humanos, todos somos igualmente dignos, se nos deben las mismas oportunidades y debemos ser beneficiados de ello.
Desafortunadamente este reconocimiento universal de los Derechos Humanos, no se honra ni se cumple a cabalidad. Por ello, aunque parezca una paradoja, hay que exigirlos, y para exigirlos hay que educar y formar, desde niños, en derechos. Algunos reclaman que solo se hable de derechos y nunca de deberes. Lo cierto es que formado en el respeto y la honra de los Derechos Humanos, se educa simultáneamente en los deberes cuando se reconoce que el derecho mío, como el ajeno, es un deber respetarlos.
La forma más eficaz de enseñar el respeto a los Derechos Humanos es haciendo énfasis en los principios o valores bioéticos, aquellos que condicionan nuestras relaciones con los hombres y con el ambiente donde habitamos. En el mundo occidental, la autonomía, la beneficencia, la no maledicencia y la justicia[1]. Mientras la beneficencia orienta nuestro comportamiento hacia hacer el bien y, la no maledicencia, hacia evitar el daño que se pueda hacer a otros; la autonomía y la justicia están sujetos a una miríada de interpretaciones y sesgos políticos y sociales.
Para que los niños respeten al hombre en toda su dignidad de persona y al medio ambiente en toda su riqueza y delicadeza, es necesario empezar con el ejemplo en casa y seguirlo en la escuela. Por ejemplo, no hay cabida ni debe haberla, a la discriminación en el proceso formativo, ni a señalamientos o juicios impropios frente a la variedad humana. Tampoco se debe encajonar a ninguna persona en estereotipos que obstruyen la comunicación y la aceptación de ella. En la medida del desarrollo de los niños, la comunicación de padres y maestros con los niños debe ser cónsona. Y no olvidar que el niño es genuino y es honrado, y espera eso de los mayores.
La coerción ni la manipulación son instrumentos eficaces ni predecibles de un aprendizaje sano. La tunda o la golpiza, ”aunque una sola vez en la vida”, no corrige, desfigura la imagen del padre amoroso que tiene el hijo, como también desarma la relación que debe establecerse entre ellos. Por eso no existe autonomía en el adulto que, como niño, creció entre restricciones; y solo repetirá conductas que, en el sentido erróneo de ejercer sus libertades, deterioran o abortan el desarrollo de la autonomía de los niños. La autonomía es “una compleja habilidad para gobernar con eficacia su propia vida, de acuerdo a sus propias preferencia y capacidades, como lo señala Harry Adams[2].
Igualmente, para educar y formar con propiedad en la justicia y en las justicias, el niño no puede ser expuesto a conductas de los adultos que vulneran las libertades, que distribuyen pobremente los bienes, que abusan de los grupos menos privilegiados -como son las mujeres, los niños o las clases sociales y étnicas sin privilegios. No puede ser educado bajo pretextos de estereotipos, que deben estar superados, y debe reconocer con transparencia, el respeto a la dignidad de todas las personas, a partir del comportamiento de sus padres y de sus maestros.
El niño, en resumen, debe crecer en un ambiente social que no sea injusto ni opresivo, mejor aún, sin privaciones sociales. De lo contrario, el resultado es solo la delincuencia y el delito, que impunes son darle la espalda a los Derechos Humanos.
(Publicado en El Pediatra, publicación de la Sociedad Panameña de Pediatría, año 14 No.48, 2016)
[1] Principles of Biomedical Ethics. Ed: Tom L Beauchamp & James F. Childress. Oxford University Press. 7th. Ed. 2012
[2] Adams H: Justice for Children. Autonomy Development and the State. State University of New York Press. 2008