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Hoy, si el primer día de asistencia a una guardería su niño de 2 años se abraza de una de sus piernas al momento de dejarlo para que “comparta” con otros niños; se le acercará una celosa maestra a decirle que ese comportamiento no es usual, no es regular, no es normal y que, probablemente, su niño debe ser evaluado por este psicólogo o terapeuta que ella misma, la celosa maestra, le recomendará. Si Ud. comenta que su niño de 3 años camina en la punta de sus pies, aún viendo su marcha con ambos pies apoyados enteramente en el piso, otra atenta maestra, atenta porque se da cuenta de todo, le dirá que mejor lo lleve a esta persona para que le descarte que su hijo tiene autismo. Igual diagnóstico le aterrizará inoportunamente si resulta que no le escucha, no le hace caso, no le responde cuando está jugando e imaginando juegos o embebido en un programa de televisión que usted misma le enseñó a mirar cuando comenzó a descubrir que la televisión era el mejor “tente allá” o “tenme quieto” domiciliario. El entrenador de su gimnasio favorito le receta a usted las proteínas y las aguas que le permitirán quemar las grasas y poner peso sano, porque sus libras extras no las explican sus años extras ni su gusto por ciertos alimentos sino una enfermedad que se llama obesidad. Ahora no se puede llegar a la vejez sin que le ordenen una costosísima lista de laboratorios que ni saben interpretar quienes las producen para decirle que hay que detener a toda costa el envejecimiento porque es una enfermedad que lo llevará a la muerte. ¡Qué novel noticia! Igualmente, si su sobrino hace “berrinches” a los 2 años de edad, no es porque descubre que quiere ser independiente, probar su autoridad e imponerse, sino que es malcriado, oposicionista, compulsivo y obsesivo y de seguro que estos son los primeros signos de ADD, ODD o algún otro trastorno psiquiátrico y del comportamiento –bien inicializado- que merece medicarse. Y si cuando le estalla un globo en un cumpleaños a escasos 2 pies de distancia o aparece un payaso gritando y vestido “como payaso”, le está prohibido a su niño de 18 meses asustarse y llorar porque, como lo vea su vecina, le va a decir que el niño tiene un trastorno de integración de sus sentidos y que requiere terapia dentro o fuera del país, según sus recursos. Y ¿qué de todos estos lugares especializados para detener estos procesos enfermizos, modificarlos y traerle de nuevo la paz a la familia? Sitios para que el niño aprenda a leer a los 11 meses de edad y sea más inteligente cuando llegue a la escuela aunque emocionalmente destruido; o a compartir sus cosas y las ajenas a las 3 semanas de vida, tirados madre y bebé ambos en el piso con otras parejas similares llenas de ilusiones para captar cuanta infección hay a su alrededor; a nadar desde el año y medio de edad, cuando todavía ni siquiera camina a la perfección y le faltan músculos fuertes, pulmones amplios y coordinación motora porque su cerebro está todavía creciendo, pero –usted no lo sabía- se le puede vencer con entrenamiento salvaje y oportuno, temprano, para evitar que mañana se ahogue en una piscina donde se le podrá ahora dejar solo para que se defienda mientras se divierte. Puedo llenar estas páginas de ejemplos diarios que escucho a diario en mi consulta pediátrica. Y lo pueden también escribir otros pediatras. Cosas como hablar de “reflujo” cuando el niño que vomita lo que está es “relleno”, para lo cual no hay que medicar sino recortar la cantidad de leche que se le da. O diagnosticar “trastorno del sueño” a las 6 semanas de vida porque el bebé todavía quiere despertarse preferencialmente en la noche, como su reloj biológico, que trae desde el útero le acostumbró y por varios meses más después del nacimiento.

Se trata de un maligno cáncer con metástasis lejanas de medicalización, que sacude a la sociedad moderna desde hace varias décadas y que solo beneficia la farmacia y a la nueva industria médica, que no es –como sospecharían- una industria de médicos y hospitales sino de empresarios sin formación médica o peleados con ella y empresas no de salud sino de negocios, donde puede encontrar usted desde tratamientos de botox y hormonas no reguladas hasta implantes para las nalgas, los pechos y la autoestima mientras le drenan el sentido común, la inteligencia que le quedaba, y los últimos dólares que había ahorrado para llevarse al infierno. Bueno, puedo decirle que allí ya ha llegado.

“Entre más y más comportamientos humanos sean definidos como médicos, más y más instituciones corrientes y comunes se auto denominarán médicas o casi médicas”, ha dicho Paul Root Wolpe . El asunto se torna mucho más preocupante e inmerso en un océano de incertidumbres cuando la tecnología es invadida por ese sentido de que todo se puede, y lo que se puede hacer hay que hacerlo. Las tecnologías de la información y computacional favorecen el desarrollo y crecimiento de innovaciones técnico científicas como la biología molecular, la genomización, la medicina de transplantes y se crea el escenario de la biomedicalización. La sociedad tiene que discutir ampliamente estas actitudes y tendencias que crean enfermedad más que salud y sanidad, o enfermedad donde no la hay.

[1] Root Wolpe P: Professionalism and Politics: Biomedicalization and the Rise of Bioethics. En: Progress in Bioethics, editado por Jonathan D. Moreno y Sam Berger. The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 2012.pp:109-118

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