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Las vacunas: muerte interrumpida (II)

En la primera parte de esta serie, dejamos la pregunta puntual y apropiada de los padres con respecto a la vacunación de sus pequeños hijos, ¿por qué tan temprano vacunarlos, y por qué con tantas dosis?

Las vacunas generan protección contra enfermedades altamente peligrosas y contagiosas mediante la estimulación del sistema inmune intacto de las personas. Desde el momento en que se recibe una vacuna contra una infección, se inicia el proceso interior de producir proteínas que, más tarde, identificarán al organismo al ingresar al cuerpo y lo neutralizarán para enfermar o producir enfermedad grave. Esta protección se alcanza entre 3-6 semanas después de la vacunación y dura varios años, aunque alguna pierde o desvanece prontamente su capacidad protectora, por ejemplo, la vacuna contra la tos ferina (Tdap), que también se debe aplicar a toda embarazada, cada vez que lo esté, a partir de la semana 27 de la gestación, para proteger al bebé cuando nazca. La re-vacunación o refuerzo de las vacunas, que va desde una o dos veces cada cierto tiempo hasta cada año, vigoriza la protección.

Las infecciones no solo enferman, sino que producen discapacidad y muertes, que suelen desconocerse -con o sin propósito- cuando se escribe o habla contra la vacunación y las vacunas, que lo evitan. Estas dos posibilidades, consecuencias de la infección y la severidad de la enfermedad, son una seria amenaza en la niñez, desde que se nace, porque los niños no tienen un sistema inmune maduro y tampoco tienen “experiencia inmunitaria”, que haya educado a ese sistema. Por otro lado, en las primeras semanas y meses de vida, se comienzan a exponer los recién nacidos y los niños de la primera infancia, a organismos virales y bacterianos que producen infecciones serias y letales. Meningitis y neumonías por 3 bacterias tienen borrascosos resultados: Haemophilus influenzae, Diplococcus pneumoniae, y Neisseria meningitidis. Como si fuera poco, también están tempranamente expuestos a los virus del polio y el rotavirus, este último, deshidrata de forma aguda y severa, con vómitos imparables y diarreas acuosas; aquel, paraliza la motricidad y la respiración. Igual riesgo tienen a la invasión de bacterias de la tos ferina, la difteria y el tétanos, a no ser que sus madres hayan recibido la vacuna -inicializada como Tdap, por tétanos, difteria y pertussis acelular o tos ferina- en la semana 27 del embarazo. Todavía, cruzando los tiempos postpandemia de covid-19, estamos en deuda inmunológica y somos más susceptibles a los virus respiratorios -hoy día, “los tres tenores”- influenza A y B, coronavirus del 2019 y el virus respiratorio sincicial VRS, que circulan de la mano -literalmente- de secreciones y excretas de otras personas, en vehículos eficientes como son las manos, el estornudo, la tos, y que se trasladan rápidos y veloces a cualquier distancia, incluso intercontinentales, gracias a las comunicaciones modernas. No se quedan atrás, las enfermedades por los virus del sarampión, las paperas y la rubeola, de los que hablaremos más adelante.

Si contamos con los dedos, hay por lo menos 16 organismos infecciosos, para los cuales existen vacunas eficaces y seguras para los niños, que les acechan desde muy temprano. El esquema de vacunación responde a estos dos elementos: temprana exposición seria y letal y sistema inmune inmaduro y no probado. Además, dos de las vacunas disponibles para niños protegen contra el cáncer en el adulto. Ellas son la vacuna contra la hepatitis B y la vacuna contra el virus del papiloma humano. Ambas infecciones se transmiten por contactos sexuales, pero la vacunación contra la hepatitis B se inicia desde el nacimiento porque este virus se transmite eficientemente por la lactancia materna. La vacunación contra el virus del papiloma humano se recomienda después de los 9 años de edad, porque a estas tempranas edades hay probada actividad sexual peligrosa. Entre los 4 y 6 años de vida se vacuna con los últimos refuerzos de por lo menos 3 vacunas de la inmunización inicial más las vacunas periódicas anuales contra la influenza de temporada, el covid-19 anual. Seguro, tendremos más enfermedades infecciosas y cáncer que prevenir con vacunas futuras.

El otro asunto de preocupación familiar es si se pueden administrar varias vacunas en la misma visita médica. Sí se puede hacer, no importa su número, en diferentes sitios donde hay músculo de buen volumen, en los niños, en los muslos y brazos, nunca en los glúteos. Esto no aumenta los efectos adversos ni disminuye la capacidad de cada una para producir protección. Lo que no se puede hacer es mezclarlas en una o dos jeringas en el consultorio médico o el puesto de salud. Las vacunas combinadas son otra cosa. Ellas se han combinado en la industria que las produce y, una vez probada su eficacia y su seguridad, se aprueban sus usos. Las hay para 2, 3, 4, 5 y 6 infecciones.

Antes de cruzar el charco, quiero hacer énfasis en un par de asuntos que se manejan muchas veces sin ciencia basada en evidencia, sino en necesidades regionales o nacionales, o como consecuencia de esa falta de cultura sobre vacunas y vacunación, bastante universal, que nos obliga a revisar este tema una y otra vez. En salud pública como en la práctica privada de la pediatría, no se debe desaprovechar ninguna visita del niño para vacunarle, ya sea que está en el tiempo de hacerlo, como sea para actualizar su esquema de vacunación atrasado por cualquier motivo, ni siquiera como reprimenda porque “no está al día” o porque rechazó alguna de las vacunas de ese día. Eso es obstruir la vacunación además de maltrato a la familia. No es razón médica ni ética para no vacunar a un niño. No se coacciona, se educa. Todo esto debe conocerlo el padre de familia para no producir el peor de los efectos adversos: el desconocimiento de la evidencia probada sobre vacunas y vacunación, que conduce a tomar erráticas decisiones y a divulgar opiniones desinformadas o meras opiniones, sin hechos probados.

Las vacunas, aunque produzcan alguna fiebre o mucha fiebre, no se deben postergar por el solo hecho de la fiebre que ellas puedan producir, como efecto adverso. Este riesgo no tiene carácter sumativo, no va a producirle al niño fiebres más altas ni más duraderas si ese día tenía una fiebre de origen conocido y sin mayor malestar. En la práctica privada, donde el pediatra y/o su enfermera mantienen una relación más familiar con los padres del niño, es muy fácil traer de vuelta al niño a vacunarse cuando se sienta mejor, sin embargo, eso es casi imposible en la práctica pediátrica pública, con algunas excepciones. Por ello, el niño con fiebre y que no se ve enfermo se puede vacunar ese día. Si el paciente consulta por diarrea y se descubre un atraso en sus vacunas, se aprovecha esa visita al consultorio para vacunarle. Hay una sola excepción cuando hay diarreas, cuando la vacuna es de administración por boca, entonces, se debe postergar su aplicación. Un catarro con mocos nasales y tos no es contraindicación para vacunar y, otra vez, se pierde mucho al dejar pasar las oportunidades de vacunar por razón de síntomas. Los niños enferman, pueden vivir con limitaciones sensoriales, cognitivas o motoras y hasta pueden morir, por infecciones para las cuales existen probadas vacunas eficaces y seguras, proteja a su niño, las vacunas son seguras y son eficaces.  Publicado por el diario La Prensa de Panamá, el viernes 12 de julio de 2024

(Continúa)

El autor es médico.

 

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