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Desinformar no es solo una actitud detestable que denota más que diversión, maldad, sino que, globalizada como está, la desinformación hace daño a la democracia. Y eso se proponen las autocracias. Lo hacen mintiendo a todos y desvirtuando la realidad o creando una nueva. ¿Recuerdan el derecho de autor?

“Si la gente se inclina naturalmente por los derechos humanos, por el lenguaje de la democracia, por el sueño de las libertades, entonces esos conceptos tienen que ser envenenados”, así nos lo advierte sobre el espíritu autocrático de China, Rusia, Irán, Venezuela y sus aliados, de forma puntual y contundente, Ann Applebaum en su último libro, que la revista The Atlantic nos lo presenta con la publicación parcial de él, y que provoca mi escrito de hoy.

Applebaum no se detiene para afirmar que autócratas de China, Rusia y otras partes se han hecho causa común con los republicanos del movimiento MAGA, (Make America Great Again), reconocidos cerrados seguidores de Donald Trump, que siguen hablando de fraude en las últimas elecciones y califican como acto de patriotismo, el vergonzoso asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021. Ellos conforman las redes fraudulentas y conspirativas que origina QAnon, su órgano de creación y divulgación. Son los mismos que ven comunismo en las corrientes progresistas del pensamiento, irreligiosidad en el laicismo, inmoralidad en los derechos de las minorías o los menos privilegiados, delitos en la inclusión y la solidaridad.

Es la misma religión contra la ciencia, la investigación, las vacunas, todo lo que venga de la medicina, la tecnología y la farmacia, de organizaciones dedicadas a promover la salud, educar sobre la enfermedad y reunir, alrededor de urgencias globales de salud. ¿Se les viene un déjà vu? Más importante es para aquellos, crear mayor desconfianza, aunque con ello se produzcan más enfermos y más decesos, con el propósito de deteriorar la imagen del mundo occidental y la estatura de sus líderes en las ciencias, en la política y en las causas humanistas y democráticas.

China se presenta en nuestro continente, como no solamente el más exitoso país en lo económico y el de mayor modernidad –por allí, obedientemente mandadas, andan fotos espectaculares de estructuras majestuosas- sino también como el benevolente promotor de nuestro crecimiento y desarrollo, el prestamista sin intereses, el diplomático que sorprende hasta a los más educados políticos nuestros y así compra influencia tanto entre el pueblo como entre las élites políticas.

Es la misma China que ejerce el más severo control sobre sus ciudadanos, que masacró estudiantes con tanques y bayonetas y encarceló poetas y maestros con las protestas en la Plaza de Tiananmen, en la primavera de 1989. La misma China que ejerce las más sofisticadas formas de vigilancia y represión contras sus poblaciones de personas de origen musulmán en la provincia de Xinjiang, a quienes no solo le instalan aplicaciones a sus celulares para detectar el uso de vocablos prohibidos sino que mediante raspados de sus tejidos les determinan su DNA, para conocer dónde están, como bien lo señala Applebaum.

Rusia, por su lado, prefiere la invasión territorial, la conquista por la fuerza, la reproducción de mentiras escandalosas, que revelan lo inverosímil de ellas y la amenaza y asesinatos de su oposición, instrumentos de aparente unanimidad y silencio. La invasión de Ucrania es la más reciente y es el camino para otras conquistas, por lo que le queda muy lógico acusar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte de la responsable de la invasión. Irrisorio y todo, Putin tiene altoparlantes entre nosotros, en la misma China, en Irán, en Venezuela y Centroamérica, que divulgan, nos dice Applebaum, la acusación de nazis a los ucranianos, que Estados Unidos tenía 26 laboratorios para guerra química instalados en Ucrania, que Ucrania es una marioneta de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos.

La misma táctica grosera y farsante utilizan malcriados senadores republicanos en el Congreso de Estados Unidos, contra hombres y mujeres de ciencia, sin probar una sola acusación, tan ridículas como irresponsables. Pero así se pretende destruir la democracia. Y, en el campo de la medicina, demoler la confianza de la gente en la ciencia y en el arte, en los médicos, en la salud pública, tal cual como a quien no le importa la gente, ni su salud, ni su bienestar. En ese apostolado de la maldad, están inscritos personas que, lejos del analfabetismo médico, están más cerca del alfabeto de la vileza y la destrucción.

La desinformación como la información falsa contra las vacunas exige en nuestro país que las sociedades médicas, lideradas por la Sociedad Panameña de Pediatría, emprendan junto con el gobierno nacional una iniciativa por la información de hechos, en vista del serio daño que desinformación y falsa información representan para la salud pública, tal cual proponen varias organizaciones médicas norteamericanas ante el caso Murthy et al. v. Missouri et en la Corte Suprema de ese país.

Esta iniciativa debe dirigirse también contra la promoción de falsos remedios que no han sido validados por la ciencia, como a los programas escritos, radiales o visuales, que hacen tales divulgaciones. Las autoridades de salud no confrontaron en su momento la promoción masiva de agentes antivirales ineficaces, antiparasitarios y hasta blanqueadores higiénicos. Se ha calculado en el análisis de ensayos aleatorios o al azar, que el uso compasivo de la hidroxicloroquina -sin evidencias de su beneficio- en pacientes con covid-19 hospitalizados al principio de la pandemia, aumentó en un 11% la mortalidad de estos pacientes. Un estimado reciente en 6 países ha sugerido 16,900 muertes relacionadas con su uso. La libertad de expresión debe ser protegida de sus enemigos íntimos.

No hace falta enfatizar la consecuencia de muerte que la desinformación, como la información incorrecta, producen en el campo de la medicina, como en el político produce destrucción de la democracia.  Publicado en el diario La Prensa, de Panamá, el 21 de junio de 2024

El autor es médico pediatra


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