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¿Son las filas para vacunarse contra COVID-19 un privilegio o un derecho? Mientras se construyen filas para vacunar, ¿se hace justicia? ¿se erigen tumbas para otros?  ¿Dónde radica la injusticia, en fallarle a la justicia social o en fallarle a deontología? O, en servirle a la corrupción.

 

En las decisiones críticas de salud pública -porque son o de vida o de muerte – es imposible satisfacer a todos, aún conteniendo valores éticos universales.  Señalado puntualmente por el doctor Matthew Wynia[1], profesor de Medicina de la Universidad de Colorado y presidente pasado de la Sociedad Americana para la Bioética y las Humanidades (ASBH), frente a la crisis de credibilidad y la urgencia por protección con la vacunación contra COVID-19, bien vale escudriñar algún argumento.

 

El argumento “salvar el mayor número de vidas”, como bien lo señala el mismo Dr. Wayne, es una avenida de discriminación y de injusticia, a pesar de que suene correcto y justo.  Es orientar todo el recurso humano y tecnológico para salvar la vida de aquellos para quienes es menos costosa la empresa médica: los jóvenes, por ejemplo; los hasta entonces sanos o sin historia de enfermedades familiares; los de menos riesgo de morir, porque no sufren comorbilidades como obesidad; y de aquellos que tienen cómo llegar prontamente por la asistencia médica y hospitalaria.

 

En otras palabras, los que conocemos que mueren más pronto y con posibilidades mayores de morir, que resultan muchísimo más costosos para intentar salvarlos, aunque el gobierno no lo haya querido revelar, son los menos privilegiados de la sociedad nuestra, aquellos para quienes el lema “Salud igual para todos” magnifica su demagógica concepción, esos que no tienen acceso a distanciarse 2 metros entre unos y otros, a lavarse las manos, a colocarse máscaras faciales y, a no convivir en los más inhumanos y antihigiénicos hacinamientos.   Dejarlos en fila para vacunarlos es otro acto más de discriminación, de injusticia social, otra oportunidad negada -inequidad- para fallarle a ellos y a la ética.

 

Es muy difícil tomar decisiones éticas cuando los recursos son finitos.  ¿Qué ética aplicamos?  ¿La del utilitarismo?, que favorece el resultado, no importa los medios.  ¿La del pragmatismo?, que favorece lo más práctico, y no necesariamente, lo ideal. ¿La deontológica, para honrar lo moral y lo ético en el acto honrado y el beneficio del Otro? O, la ética de la virtud, donde la empatía y la justicia son valores prioritarios y son actitudes.  En la inmensa mayoría de las veces, como lo recuerda Wynia, es más de uno el camino que anda la ética para acercarse a la resolución de los problemas humanos.

 

La distribución de las vacunas y la sagrada actividad de vacunar se han topado con los mismos problemas de transparencia y control de apetitos materiales que, la decisión de colocar camas hospitalarias en estructuras nuevas o en estructuras rediseñadas,  de qué camas, de qué ventiladores, de qué monitores de signos vitales, de cuáles y cuántos insumos y de dónde y de quién, de qué medicamentos, para solo mencionar algunos; mientras se les dan las gracias al personal de salud, gesto de burla o de cinismo cuando se modula en el rostro de los administradores, que sigue trabajando expuesto al mortal virus, sin que se le cumplan con, no solo los salarios, sino las otras necesidades que les protegen contra la enfermedad, incluyendo la vacunación prioritaria.

 

Es muy difícil que los recursos sean suficientes, donde la corrupción es el modus vivendi y se protege con la impunidad.  31/1/2021

[1] Kisner J: The Committee on Life and Death. The Atlantic. January-February 2021:19-46

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