En lugar de estar desesperadamente buscando cambios cómodos en el comportamiento social y humano, en tiempos como los actuales, cuando todo el globo terráqueo sufre la invasión agresiva de un nuevo virus, con resultados no solo onerosos sino por todos conocidos, tanto en números de personas enfermas y muertas, como en economías, sin discriminación, vapuleadas para colocar a los pobres y la pobreza en la frontera de la violencia, debemos lucir prudencia, coherencia y raciocinio.

Es urgente trabajar como atender escuelas, comer en la calle y reunirse en bares y lugares públicos, hacer ejercicio y actividad física en gimnasios, parques, estadios y playas.  Pero no es necesario utilizar máscaras para cubrirse boca y fosas nasales, evitar el saludo de manos, el abrazo y guardar distancia prudente para conversar o andar.  Ya pronto no se exigirá tener agua para lavarse las manos, ni toallas sanitarias para secarlas, o espumas y gel alcoholado para desinfectarlas.

Pareciera que todo ha sido una broma de mal gusto, una imposición de los más fuertes y mejor dotados, sesgos de autocracias y dictaduras, debilidades de las democracias.

Lo cierto es que hemos visto enfermar a voceros de la negación, regresar a los confinamientos a ciudades enteras, registrar nuevos números de infectados y enfermos, tan altos o superiores a los ya contados, reconocer entre ellos a más conocidos, a más cercanos, a más amigos y familiares, a jóvenes que creímos invencibles, a niños que consideramos inmunes.

¿Servirán estos tiempos para dedicarle un minuto al sentido común de conservación?  2/20/2020