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En los EU mueren 100 personas cada día como resultado de sobredosis de drogas.  Las sobredosis no son dosis muy altas de una droga en particular, sino el consumo de varias drogas simultáneamente, usualmente alcohol, cocaína, hoy mucho más frecuente opio y alguna benzodiacepina.

 

Esta historia es común: “su muerte nos partió el corazón pero no sorprendió a nadie. Él había tocado fondo ya tantas veces  que no entendíamos como sobrevivía cada vez.  Se desaparecía por semanas enteras, vivía en una casa sin calefacción, sin electricidad, sin comida y sin agua, y, como poco, pasaba inviernos severos y no tenía servicios de salud.  No se bañaba por semanas y cuando lo contactaba –muy pocas veces- siempre estaba con hambre, no había comido por días.  Le ordenaba alimentos para que se lo llevaran a una casa abandonada, a un lote desierto, a un lugar en alguna calle o en un aparcadero vacío.  En ocasiones, lograba llegar a un cuarto de urgencias para desintoxicarse”[1].

 

La vida triste y nunca deseada del adicto a substancias es una lucha constante, donde la llamada “fuerza de voluntad”, no tiene un lugar ni juega rol alguno.  La adicción es una enfermedad del cerebro, no es un asunto de voluntades ni de carácter.  La primera experiencia con alcohol es hoy día en los años de la adolescencia, en las fiestas familiares y las fechas para celebrar, en los clubes donde se pertenece y con las compañías de la escuela o del barrio.  Allí también se experimenta con la marihuana y con la cocaína, y un mal día la euforia y la gratificación se van desvaneciendo, y la necesidad de consumir más substancia es una urgencia que lleva a cometer delitos, serios todos ellos.  Y se termina un día en la cárcel, otro día en la calle y otro día en el cementerio.

 

La adicción es, además, una condición que corre en las familias, como corre la depresión, como corre el quitarse la vida.  Es una condición que destruye relaciones, estudios, trabajo, profesiones, esperanza y la confianza. Es un calvario, no es un “trip” ni un viaje a “la Isla del Deseo” y menos un derroche de concupiscencia.  Es un enfrentamiento con una bestia insaciable metida en la cabeza que se come las fuerzas, el entusiasmo, las iniciativas y la vida.

 

Esa necesidad urgente por consumir objetos, sujetos, mercancías, no se acredita como tal hasta que el consumo es el de substancias.  Ese primer trago, fumada de marihuana o aspiración de cocaína nunca se consideró irreversible hasta cuando se quedó prisionero.  La primera vez fue quizás un acto impulsivo, una curiosidad, un reto o una apuesta, la conquista carnal deseada.  Pero, “sentirse bien” se convertirá en una pesadilla de frustración, dolor, desgaste, de batallas agobiadoras y promesas que se esfuman pronto frente a las tantas imágenes y memorias que condicionaron el cerebro a esas descargas de dopamina, que ahora han secuestrado la gratificación y con ello la alegría y la felicidad.

 

La persona que usa substancias y abusa de ellas necesita que se le quiera, que se le acompañe, que no se le juzgue, que se le respete, que se le ayude, que se le respete como ser humano, que no se le endilguen adjetivos onerosos y descalificadores.  A la ciencia de la adicción hay que sumarle el amor del humanismo.  La familia del adicto, también necesita un trato amable y empático.  Son muchas las situaciones dolorosas y difíciles por las que transcurren para que alguien ajeno al sufrimiento y al conocimiento, los maltrate más.  Como dice la misma Beth Passehl, recordemos la Oración de la Serenidad: “Señor, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, coraje para cambiar las que puedo cambiar, y sabiduría para reconocer la diferencia”. 7/2/2018

[1]Beth Passehl. WebMD Julio 6, 2018

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