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“No a la re-elección de ninguno”. Este es un reclamo y un grito de batalla frente a la impotencia, ante la inmoralidad de un grupo de hombres y mujeres como nosotros, pero es mejor un instrumento contundente para golpear a los corruptos que buscan puestos de elección manipulando a los directores y directivas de sus partidos, primero, y a las bases, después, en busca real del permiso para robar.

 

Hace muy pocos años, dejar que el perro que paseábamos por la calle o el parque, se medio agachara en cualquier lugar ante la urgencia de defecar era una escena descuidada: el perro se aliviaba y su dueño había mirado para otro lado. Alguno, quizás un extranjero o un nacional que vivió años afuera, se calzaba un guante plástico, doblaba su cuerpo para alcanzar la excreta y la llevaba hasta encontrar un basurero donde dejarla. La gran mayoría, miraba para otro lado. Hoy, son muy pocos y casi ninguno de estos dueños de perro que no recoge las heces de su animal que pasea.

 

Ha sido un proceso de aprendizaje al que hemos accedido como reconocimiento a la urbanidad, al aseo, a las buenas costumbres. Hubo que insistir para que la imitación fuera regla aunque tomara tiempo.

 

Quizás hoy todavía nos es difícil creer que en la Asamblea y en las funciones y oficinas públicas tendremos la urbanidad necesaria, el aseo moral exigido cuando se maneja lo ajeno, las buenas costumbres de honrar el privilegio de ser elegido. Jamás pensamos, a pesar del cinismo de quienes denuncian y nunca hicieron nada para cambiar ellos y cambiar con el ejemplo a otros, que tendríamos juicios y detenciones por asalto a las arcas nacionales, delincuentes fuera del país huyéndole a la conciencia y a la Ley, denuncias a señorones y sus serios delitos contra la nación, profesionales sin ética ni vergüenza, abogados y jueces plateros y corruptos. Digamos que ninguno pague la condena que complazca a cada uno de nosotros, pero ya se empezó a hacer el ejercicio de doblar el cuerpo y mirar mejor y de cerca los delitos y a los delincuentes, mañana de seguro que se recogerá la porquería y se le depositará donde tiene que estar. Y alcanzará a otros y cada vez más, a más otros.

 

Como ha observado atentamente Josep Ramoneda, es hora de “reaccionar ante el triunfo del dinero y de la insolencia”. La insolencia es producto del dinero mal habido, del robo a la propiedad ajena, de la especulación de quien no sabe siquiera dónde esconder el producto de sus trueques y sus asaltos. El dinero en esas abundancias y en esas avenidas de encuentros y desencuentros, es el producto de la insolencia que brota alegre de la inmoralidad, del lugar preferencial que la sociedad le da al dinero.

 

Mientras el castigo no llegue a los que hacen la cama y esconden la basura, la habitación no estará lista para un nuevo cliente. El país necesita que el escarmiento se disponga para todo aquel que le ha dañado, no solo la imagen, sino la dignidad a muchas personas, ya sea involucrándolas en sus delitos o abandonándolas a su suerte y a su pobreza. Esos que han producido la carestía de los alimentos, la escasez de las medicinas, las invasiones de la propiedad privada para sembrar una habitación, las escuelas ranchos, las madrugadas para poder tomar un transporte, la policía que acecha para lograr una coima, el funcionario que esconde o vende documentos del Estado, el pistolero que no solo tima sino que lastima.

 

Es largo el camino de la docencia pero llega al lugar de la decencia, donde podamos todos llevar la frente en alto, andemos con firmeza y rectitud, no temamos que una fruta, una legumbre o un petardo se estrelle en nuestras caras. La cultura de la indiferencia, tan cobarde y tan dañina como la del “juega vivo”, tiene sus días contados. 2/03/2018

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