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La mayoría de los problemas en el entrenamiento para el control de los esfínteres de los niños se origina por las presiones de los padres para conseguirlo. Lo puedo repetir, si es necesario: “La mayoría de los problemas en el entrenamiento para el control de los esfínteres de los niños se origina por las presiones de los padres para conseguirlo.”

 

Los expertos y la Academia Americana de Pediatría favorecen la conducta de observar y esperar el momento en que el niño muestra interés en ello y no, de ninguna manera, seguir las demandas de los padres o los maestros. De hecho, el mundo alrededor del niño, la sociedad o lo social, afecta el desarrollo del niño como lo hacen factores genéticos o ambientales; o, el mismo niño de forma activa, cuando interactúa con el medio suyo. En ese sentido, éste se considera un logro como lo es levantar la cabeza, voltearse, sentarse, pararse o caminar.

 

Es una locura sugerir siquiera que un niño de 4 0 6 meses de edad se le siente en una bacinilla para que “aprenda a hacer pupú sentado” y, locura y media, para entrenarlo/a.

 

Hay un momento en que el niño descubre que ya puede hacer o lograr algo: alcanzar, agarrar, transferir, decir mamá. Estas habilidades van apareciendo con el progreso de su desarrollo cerebral: motor, sensorial y verbal. Y con la percepción y relación con su alrededor no hostil. Una relación dinámica de gratificaciones que debe transcurrir paulatinamente, a pesar de sus dificultades.

 

La teoría psicosexual de Freud advierte que el desarrollo de la personalidad del niño pasa por varias etapas. La primera es la etapa oral, en el primer año de vida, cuando se gratifica por su actividad oral de succionar y comer, durante la cual y a través de sus sentimientos por la madre, se forma la base de su relación amorosa. La madre es la fuente de su seguridad y así, también sufre temores y miedos de perder ese amor y esa compañía. El niño, por ejemplo, se apega a su madre de tal forma, alrededor de los 9 meses de edad, que no la deja ir a ninguna parte sin formar sus “tambarrias” o se despierta en las noches, cuando ya dormía bien, buscándola y con el temor de que ha sido abandonado. Hacia el final del 1er. año, las restricciones que le presenta su ambiente mientras va desarrollando el sentido individual de si mismo, ejercen presiones insospechadas. Luego pasa a la etapa anal del desarrollo psicosexual, en el 2º. año de vida, que se extiende hasta completar los 3 años de edad. Es en este período de su desarrollo que alcanza el control de los esfínteres para la micción y para la defecación. Sin embargo, antes de entrar o completar esta etapa del desarrollo, la presión externa de los padres o quienes lo cuidan, es deletérea. El niño se torna rebelde, incluso, y aquellos que pareciera satisfacen a los padres y a los maestros, revelan más tarde comportamientos que sugieren el efecto nocivo producido al acelerar o forzar el paso del desarrollo normal de los niños.

 

La teoría psicosocial de Erikson enfoca el desarrollo psicológico en el intercambio o las interacciones sociales del individuo con su derredor. La insatisfacción lleva a tensión y la tensión motiva para su resolución. Así, en el primer año, el niño desarrolla confianza y desconfianza y se siente mejor cerca que lejos de otros. Entre el 1er. año de vida y los 3.5 años –coincidente con la etapa anal freudiana- se desarrolla autonomía vs vergüenza y duda. La autonomía se adquiere en la medida que se va ajustando a las crecientes demandas sociales de controlas sus esfínteres. Si los padres colaboran con el niño, el niño encuentra una atmósfera o ambiente favorable que le permite alcanzar auto-control sin pérdida de su auto-estima, ganar autonomía. Si por el contrario se le castiga, reprende, exige más de lo necesario o se le ridiculiza, el niño pierde su estima y se avergüenza de si mismo.

 

Quizás esta introducción del desarrollo psicológico del niño sea algo muy densa en el afán de resumir, pero es necesaria para entender los aspectos significativos de un entrenamiento rígido y muy temprano para el control de los esfínteres, que suelen ignorar los padres y los maestros mientras desconocen que todo niño debe ir alcanzando madurez para adquirir habilidades y funciones que ostentan otros en otras edades.

 

El niño es quien dice o señala cuándo está listo para el control de sus esfínteres, y cada niño es diferente. No es la escuela ni una exigencia de matrícula.

 

He sostenido en el pasado y hoy que, esos pre escolares que exigen que el niño controle sus esfínteres para ser matriculados en ellas, si se promueven para niños menores de 2-3 años de edad, desconocen aspectos del desarrollo de los niños que debieran dominar. Como bien ha sido señalado en diversos documentos, el modelo de entrenamiento para el control de esfínteres tiene que considerar 3 aspectos del desarrollo de los niños: (1) la madurez fisiológica (habilidad para sentarse, caminar, vestirse y desvestirse); (2) realimentación externa, como es entender y responder apropiadamente instrucciones y comandos; y, (3) realimentación interna, manifiesta en su autoestima y motivación, deseo de imitar y de identificarse con alguno de sus mentores o padres, y autodeterminación e independencia. En otras palabras, además de habilidades motrices y motoras, el temperamento del niño (motivación para aprender, manejo de la frustración o las presiones externas, colaboración, etc.) es un factor que contribuye a hacer más fácil o más difícil este proceso. Y, otra vez: cada niño es diferente.

 

El Dr. T. Berry Brazelton, el pediatra bostoniano por excelencia, ya lo decía en los años 80s, si a los 18 meses el niño ya da señales de estar listo para controlar su deseo de la micción (orinar), hacia los 24 meses se le puede empezar a enseñar, paso a paso, su rol en el proceso que se inicia; a los 30-36 meses ya habrá aprendido a ser continente durante el día, y, finalmente, hacia los 36-48 meses, la mayoría estarían entrenados para controlar sus esfínteres durante la noche. El control del esfínter anal y las heces viene después, aún cuando ya para el final del 1er. año, el niño deja de defecar en las noches. Su interés en hacerlo sentado puede aparecer entre los 18-30 meses de edad. Entrenarlo puede tomar 3 meses, como promedio. Las niñas lo hacen algo antes que los varones.

 

Pero los padres también tienen que mostrar que están preparados para el entrenamiento de su hijo. El pediatra puede darse cuenta indagando sobre las percepciones, las expectativas y el tiempo que tienen ellos para iniciar el proceso.   Dice la AAP que algunos padres asocian el éxito del entrenamiento con el grado de inteligencia del niño o, la dificultad, con el carácter del niño. Estas expectativas o percepciones son un obstáculo para la consecución del entrenamiento. Los padres pueden considerar celos u hostilidad en el niño, que no existen; terquedad o “malacrianza”, que le son ajenas; pereza o enfermedad, que ni se asoman en ese escenario. Deben entender que este proceso depende de la motivación y el interés del niño. El ejemplo del padre puede ser el primer paso, pero el niño decidirá cuando él o ella estén listos. Sí es importante que se le estimule y refuerce, y hasta que se le premie por los avances. Pero el tiempo es muy variable y cada niño tiene su reloj.

 

Sentar al niño en una silla para orinar o defecar debe ser utilizado solo para descubrir o diagnosticar la disposición del niño o si ya está listo. Hacerlo a los 4-6 meses de edad ¡es una locura! La experiencia del niño que se le entrena a usar la bacinilla debe ser una agradable, no desagradable. No lo pelee, si no quiere hacerlo es porque NO ESTÁ LISTO.

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