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Todos los   mamíferos, incluyendo a los humanos, comienzan la vida como embriones que tienen el potencial de ser varones o hembras desde 3 perspectivas: la que señalan los genitales externos (pene, vulva), las que se observan internamente (el sistema de los ductos -ductos de Wolf y ductos de Muller- y las gónadas -testículos y ovarios-) y los que produce el cerebro (sentir varón o sentirse hembra).

 

Vamos a hablar de sexo. El material está dirigido a estudiantes y estudiosos, aquellos con deseos de aprender y enseñar, curiosos pero no maliciosos. Estamos de acuerdo que este es un asunto biológico, no moral.

 

Al momento de nacer, todo bebé tiene 5 formas o “layers” de sexo!!![1] Ojo, no hablo de hipersexualidad, ni de super machos ni de super hembras.

 

No importa que se lo haya concebido a la vieja usanza o mediante tecnología reproductiva, en santidad o en pecado, el desarrollo de la sexualidad ocurre por etapas y está sujeto a modificaciones que, cuando no son coincidentes, producen problemas de entendimiento y de aceptación social, que no deben existir ni permitirse. Por eso tenemos no solo que hablar de sexualidad humana, sino enseñar y formar sobre ella.

 

Veamos las 5 formas de sexo al nacer:

 

  1. Sexo cromosómico
  2. Sexo gonadal fetal
  3. Sexo hormonal fetal
  4. Sexo reproductivo interno
  5. Sexo genital

 

 

Sexo cromosómico.

Los espermatozoides del hombre llevan un material genético, como también lo llevan los óvulos de las mujeres. La diferencia más evidente entre ellos estriba en los cromosomas sexuales. El espermatozoide que hoy fecunda un óvulo puede llevar una X o una Y, como cromosoma sexual. El óvulo solo lleva cromosomas sexuales X. Por eso, el varón cromosómico se identifica como XY –cuando el espermatozoide es Y- y la hembra o mujer es XX –cuando el espermatozoide es X. Recuerda, el óvulo solo da material sexual X. Y el espermatozoide decide el sexo cromosómico del producto de esa fusión, para recordárselo a los reyes de Asia y Europa.

 

El resto de los cromosomas que cada uno cede en la construcción de un nuevo ser humano se conocen como cromosomas somáticos y, regularmente, cada uno de los donantes –espermatozoide y óvulo- da, además de un cromosoma sexual, 23 cromosomas somáticos. La suma en el nuevo ser contabiliza entonces, 46 cromosomas somáticos y 2 cromosomas sexuales, XX o XY. Prometo no hablar más de genética pero no perdamos de vista que pueden ocurrir muchas cosas con o sin explicación, en el equipamiento cromosómico de los seres humanos que, incluso, hacen la vida intra o extra uterina, incompatibles; y, la social, no se escapa de chismes y bochinches.

 

Sexo gonadal fetal.

Alrededor de la semana 8 postconcepción o de desarrollo fetal, los embriones con un cromosoma sexual Y desarrollan testículos fetales y hacia la semana 12, aquellos que recibieron 2 cromosomas sexuales X, desarrollan ovarios fetales. Estos órganos adquiridos, los testículos y los ovarios fetales, son las gónadas fetales.

 

Sexo hormonal fetal.

Estas gónadas fetales inician su función de producir hormonas ya en la misma vida fetal, hormonas que son importantes en el desarrollo sexual, que incluye no solo la sexualidad genital sino también y tan importante, la identidad sexual y las preferencias sexuales.  

 

Sexo reproductivo interno.

Las hormonas sexuales fetales contribuyen a la formación del sexo reproductivo sexual: el útero, el cuello uterino, las trompas de Falopio, en las mujeres; los vasos deferentes, la próstata y el epidídimo, en los varones.

 

Sexo genital.

Hacia el 4º. mes de desarrollo fetal intrauterino, las hormonas fetales ya completan su labor orfebre de darle forma a los genitales externos: pene y escroto, para los varones; vagina y clítoris, para las mujeres.

 

 

Ahora ya no te sorprenderá la afirmación inicial de que todos los niños nacen con 5 formas de sexo. Es importante reconocer y enfatizar que no todos estas formas de desarrollo coinciden uno con el otro, aunque en la mayoría de las veces sí hay tal coincidencia. De allí la gran variedad biológica del sexo y de la sexualidad. Variedad que se observa en otros ambientes de nuestra sociedad: creencias, lengua, costumbres, colores de la piel, rasgos faciales, habilidades deportivas, capacidades cognitivas, etc., etc. No todas las familias pueden enseñar esto en sus casas. La formación de la sexualidad tiene que ser completada en las escuelas.

 

 

Entremos en el otro conflicto: aceptar que la sociedad determina el sexo genital por los aspectos morfológicos y de allí en adelante construye un paquete de las funciones y hasta las labores y profesiones propias. Es lo que nos gusta llamar “construcción social o cultural”, y para otros esto es anatema. Realmente es una terminología de la sociología.

Todos nosotros, los que queremos la educación de la sexualidad en las escuelas y los que no las quieren, preguntamos o identificamos, al momento de nacer a un bebé como niño o como niña. Y hacemos grandes celebraciones u horrendos duelos. ¿Cómo lo hacemos? Mirando a sus genitales, no mirándose el ombligo, como hacen más tarde los adultos miopes y reprimidos. Mirando a su sexo genital, el morfológico, el anatómico y creándonos una percepción del sexo. Esto no los permite el dimorfismo sexual, las variaciones de los genitales de un niño y de una niña: forma, dimensiones o tamaño, elementos que lo componen. Dimorfismo porque existen esencialmente dos formas diferentes de genitales externos. Si nos fuéramos a las variaciones faciales o, incluso, corporales, en esa primera aparición a los ojos de todos, es difícil decir si se trata de un niño o de una niña.

 

Una vez hemos hecho esta categorización y antes, si conocíamos ya de antemano por el ultrasonido obstétrico liberalmente empleado, decidimos que si es niña, cuarto, sábanas, sobrecamas, cunas, ropa tienen que ser rosados. Si es niño, celeste para todo. Y, aquellas parejas que no conocen el sexo genital de su bebé por nacer, todo lo compran de color amarillo, el color neutro. Esta construcción social y cultural de lo masculino y de lo femenino se estudia bajo lo que se conoce como perspectiva de género.

 

Y lo que sigue va en la misma perspectiva o dirección: lo que se espera de cada uno, sus amigos o amigas, sus juguetes, sus actividades extracurriculares, sus prendas, sus perfumes y sus olores, sus cortes de cabello, su forma de vestirse, su forma de andar y de hablar, sus modales, todavía sus carreras o futuros con o sin profesión, con o sin buen partido. Todo lo que todos sabemos. Nada nuevo. Lo nuevo es –y ni tan nuevo- no querer reconocer que es una construcción social, un juicio y un proceder de la sociedad. Y que amputa futuros. Que castra. Que daña autoestimas. Que reduce personalidades. Que permite abusos, violaciones, injusticias. Que prohíbe o facilita lugares y tipos de actividades. Que castiga y perdona la misma situación o acción, dependiendo del “sexo” de quien la vive o la ejecuta.

 

Por eso incomoda a no pocos la perspectiva de género, porque ella -que no es una ideología sino un método analítico- a su vez discurre sobre la justeza o no de las construcciones culturales y sociales, lo que a su vez la constituye en una herramienta de derechos humanos.  

 

Esa socialización de género se da entonces, desde el mismo momento del nacimiento si es que no se ha dado antes. Como es fácilmente reconocible, género y sexo se dan no solo la mano sino también, de las manos.

 

El género es esa identificación que de si mismo se hace el individuo.[2] Esta presentación se estructura en cada cultura y, en un mundo multicultural y globalizado como el nuestro, hay que estar al tanto de estos asuntos. Entre nosotros, por ejemplo, una mujer hombruna o que se siente hombre suele arreglarse poco o nada, mantener el cabello corto y usar pantalones y ya. En otras culturas la ley le prohíbe gozar de ciertos derechos.  

 

 

Lo que debemos conocer es que desde los primeros días de vida el niño recibe sensaciones, agradables y desagradables; tiene satisfacciones como insatisfacciones. A partir del sensorio, de los sentidos, percibe su alrededor y escoge, reconoce su cuerpo y qué le gusta o disgusta. Esta imagen de su cuerpo, naturalmente que está en alguna forma también influida por la anatomía de sus genitales externos.

 

En este punto, las hipótesis sobre el dimorfismo cerebral le abren camino a otra forma o elemento del desarrollo de la sexualidad: el sexo cerebral.

 

Es importante que reconozcamos que todos viajamos por estos caminos del desarrollo hasta alcanzar nuestra identidad sexual. Hasta allí, no hay problema. Los problemas aparecen cuando también descubrimos y reconocemos que cualquiera de estas etapas o formas del desarrollo de la sexualidad pueden darse independientes de un proceso de coincidencias o, mejor, “armonía” y el resultado final son combinaciones cromosómicas, por ejemplo un individuo XX, que no coinciden con alguna de las otras formas, por ejemplo, sexo genital (con pene y escroto). Qué ocurre con la identidad de género en casos como estos no se puede predecir.

 

De esto y otros asuntos biológicos, de sexo y de género seguiremos escribiendo en otro momento.  

 

[1] Money J & Ehrhardt AA: Man and Woman, Boy and Girl. Baltimore, MD: Johns Hopkins University Press. 1972

[2] Green R: Robert Stoller’s sex and gender: 40 years on. Archives of Sexual Behavior;39(6):1457-1465. 2010

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